Los pocos elementos de los cuadros de Beatriz González bastan para satirizar la cultura de masas y retratar la historia de la Colombia que le tocó vivir. Nació en Bucaramanga en 1938, y desde el principio de su carrera se inspiró en las fotografías publicadas por los medios. La obra Los suicidas del Sisga No. 2 (1965) surgió de la noticia de una pareja que se suicidó. La artista convirtió en un ícono la foto que ambos se tomaron antes de morir. Su intención era distinta cuando reprodujo la escena de un evento social presidido por el entonces presidente Julio César Turbay a inicios de la década de 1980. La jovialidad de Decoración interior (1981), imagen pop-art en la que se ve a Turbay bebiendo y riendo con la clase alta, contrastaba con el incremento de la violencia en Colombia.
Cuando la ironía no le basta como gesto político, Beatriz González recurre a la repetición. La serie Los cargueros (2007-2008) reproduce la silueta de dos hombres cargando un muerto en una hamaca, y en Las delicias (1997) las imágenes de mujeres llorando son una constante.
En KW Institute for Contemporary Art de Berlín, la obra de González –uno de los nombres de mayor importancia en la historia del arte colombiano– se recorre por temas. La finura de su humor aparece en el salón central del edifico con ready-mades como La última mesa (1970), una reproducción pop/kitsch de la La última cena de da Vinci.
Esta es la mayor exposición de la artista realizada en el exterior. Va hasta el 6 de enero de 2019.
Beatriz González – Retrospective 1965–2017
Fotos y texto de Cristina Esguerra, periodista cultural colombiana.