El autor y fotógrafo nigeriano-estadounidense Teju Cole combina imagen y texto con el fin de transgredir divisiones simplistas. En su nuevo libro, «Blind Spot», Cole reúne fotos de lugares extraños y únicos, hechas mientras viajaba por el mundo, y las acompaña con reflexiones literarias. Hablamos con Teju Cole en Brooklyn, Nueva York, sobre cosas ignoradas y olvidadas.
Teju Cole, Capri, junio de 2015. Cortesía del artista.
Teju Cole, New York City, mayo de 2015. Cortesía del artista.
Magnus Rosengarten: Antes de ver su muestra en la galería Steven Kasher, leí Blind Spot y tuve acceso a todas las ciento cincuenta fotos que aparecen allí. Después de esas primeras lecturas, cuando estuve en la galería, donde se expone una selección de treinta y dos fotos, me impresionaron especialmente los marcos. Usted decidió dividir claramente, con una delgada línea de madera, el texto de la imagen, un marco dentro del marco, por así decirlo. ¿Por qué lo hizo?
Teju Cole: Fue muy satisfactorio encontrar una forma física que encajara con la idea esencial de ese trabajo: hay imágenes y después hay una voz en off, palabras que les hablan a esas imágenes. ¿Cómo hacer visible esto? Estamos acostumbrado a ir a una galería y ver una imagen con un pie de foto, pero en este caso el texto no es una explicación. El texto es de hecho parte de la obra. Podría haber enmarcado algunos textos por separado, a modo de una obra conceptual. Pero así tenemos dos imágenes, una es legible de un modo, como foto, y la otra es legible de otro modo más convencional. No es sólo un texto que hace de voz en off sino también una imagen. Como artista visual que soy, podría presentar mi obra simplemente como fotografías. Pero también soy novelista y ensayista. Las palabras son una parte esencial de mi práctica. ¿Por qué renunciar a la oportunidad de ser un creador de imágenes que también trabaja con palabras?
¿Por qué renunciar a la oportunidad de ser un realizador de imágenes que también trabaja con palabras?
MR: Aunque los textos tienen un tono personal marcado, varias veces me pareció que realizaban un gesto “masculino”, en el sentido de que usted hace muchas citas y referencias a la historia del arte. Usted conversa con determinados discursos dominantes. Esto me llevó a la pregunta de en qué medida, el género, más específicamente, su identidad de género modela su obra.
TC: Sí, pienso que el cuerpo de mi obra es muy vulnerable a la influencia patriarcal. Eso es producto de mi educación y experiencia. Pero también creo que mi obra contiene una crítica feminista. Me parece que el tema central de mi primera novela, Open City (2011), no es sólo la memoria sino específicamente la memoria de la violencia de género. Eso es lo que, de hecho, constituye el corazón del libro. ¿Qué significa para un hombre escribir sobre la violencia contra las mujeres? Es una cuestión diferente de lo que significa para una mujer escribir sobre la violencia sexual contra las mujeres. Para los hombres significa, entre otras cosas, enfrentarse a la absoluta imposibilidad de ser justos. Era imposible escribir esa historia de modo que todo terminara bien.
En cuanto a Blind Spot, aquí me ocupo de modo más directo de la estructura del pensamiento feminista. Entre las autoras que guiaron mi trabajo se encuentran Emily Dickinson y Anne Carson. Pero el libro también se caracteriza por un entrelazamiento de voces masculinas y femeninas: mis amigos, mis colegas y hasta mi madre. La mirada hermenéutica principal del libro no es simplemente masculina. Sí, es marcial porque las dos fuentes más citadas son la Biblia y Homero, en este sentido es atávica y violenta. Siempre regreso a la Ilíada y a la Odisea. Y tiene que ser así: esas narrativas modelaron enormemente nuestra sociedad. Por otro lado, también es un libro sobre la fragilidad, fragilidad física. Y esto me permite poner en primer plano el hecho de que todo autor dado posee un cuerpo. No puedo escribir desde el punto de vista de una mujer o de un hombre gay, puesto que no soy ni lo uno ni lo otro. Pero sí puedo insistir una vez más en el cuerpo del autor y decir: esta es la debilidad de mi cuerpo, este es mi andar dificultoso, esta es mi mala visión, este soy yo acostado, este soy yo cinco minutos después de haberme despertado de un sueño. Volver la mirada sobre el cuerpo de ese modo es un gesto queer, y espero que la gente que habita lo queer en su vida cotidiana más que yo pueda verse reflejada allí.
Pienso que una persona negra tiene que alejarse del punto de vista de la subjetividad.
Siempre digo que un hombre blanco puede escribir autoritaria y objetivamente y decir “La fotografía significa esto”. Pienso que una persona negra tiene que alejarse del punto de vista de la subjetividad. Nadie supone que seamos el centro de la narrativa y eso es una tremenda ventaja porque podemos decir acá hay una persona, sólo una persona, hablando desde su experiencia personal. Eso hace todo más interesante. Es íntimo pero sin renunciar al intelecto. Eso es lo que aprendimos de James Baldwin, otro de los autores de referencia en este libro. Leer a James Baldwin es pensar sobre el cuerpo de James Baldwin, pensar sobre su marco endeble. Hay una mente enorme, pero también está el cuerpo que es rechazado por la sociedad. Es negro, afeminado. La gente lo ve como algo raro.
MR: Últimamente he estado muy interesado en repensar lo masculino, en extraer tal vez fuerzas generativas…
TC: Lo masculino existe, pero también existe lo heterosexual. En otras palabras, ¿qué significa escribir sobre heterosexualidad? Si se la piensa como ya explicada, si se la considera siempre como siempre opresiva (y entonces, extrañamente, más allá de la crítica), ¿qué posibilidades estamos excluyendo? Y son los heterosexuales específicamente quienes necesitan eso. Si no se confrontan con eso, nunca entenderán por qué sienten la necesidad de ser homofóbicos o transfóbicos, por ejemplo. Los varones heterosexuales necesitan entender que ellos también funcionan dentro de una construcción.
MR: ¿Le interesa el modo en que los lectores reciben su obra?
TC: Sí, me interesa. Pero no pongo esa neurosis en un plano racial o político. Ya la obra misma es política. Lo que me interesa es la intimidad. Me conmueve cuando una persona cualquiera de la India me escribe y dice que sintió que mi obra hablaba desde su interior. O cuando un holandés dice que determinado párrafo lo hizo romper en llanto. La buena escritura es una forma de posesión demoníaca. Eso, de hecho, se remite a mis pensamientos tempranos sobre religión, sobre las cosas que pueden cumplir el papel de religión una vez que hemos renunciado a ella.
Magnus Rosengarten es escritor y artista. Vive en Nueva York.
Traducción del inglés de Nicolás Gelormini