Los escritos urbanos anónimos logran a menudo traducir con precisión sensaciones colectivas cuyo origen no se puede explicar, pero que generan inmediatamente el reconocimiento por de quienes los leen. Esa es la impresión que uno tiene cuando se encuentra con la palabra “Tupilândia” pintada en las calles de Río de Janeiro, expresión que se utiliza para comparar despectivamente a Brasil con cualquier otro país del hemisferio norte (“Mientras tanto, aquí en Tupilândia…”). El humor autodespectivo naturalizado y aparentemente inofensivo está tan consolidado que no nos detenemos a pensar que ese chiste parte de una idea que no tiene relación con la realidad: ¿es el tupí, entonces, la razón de nuestro atraso, una lengua de la que nos deshicimos hace 500 años?
El grafiti fue fotografiado por la artista goianesa Sallisa Rosa para una exposición digital celebrada en enero de 2021 –el proyecto@rua, comisariado por Rony Maltz–, y acabó convirtiéndose en el título de una nueva serie en la que la artista registra nombres de origen indígena o signos de un pasado colonial en las calles de Río de Janeiro, ciudad en donde vive. La palabra “tupy” también aparece en los letreros de dos joyerías populares diferentes, ambas con las puertas cerradas, una escena típica del centro de la ciudad en tiempos de pandemia. También están las marcas “pajé pneu” y la farmacia “Tamoio”, el único establecimiento comercial abierto. Entre otros escritos y dibujos en las paredes, también aparece la palabra “selva” y la expresión “indio drogadicto” junto a un corazón flechado. También hay una enorme valla con la imagen de Don João VI junto a un indio y, al fondo, detalles de la Quinta da Boa Vista, que alberga el Palacio de São Cristóvão, antigua residencia de la familia real que posteriormente se convertiría en el Museo Nacional.
Identidades indígenas urbanas
La mezcla de estas referencias en las calles tiene un interés especial para la artista, que investiga la identidad indígena contemporánea de aquellos que viven en contextos urbanos, como es su caso. Quienes siguieron el violento desalojo de la Aldeia Maracanã, epicentro de las protestas de junio de 2013 en Río de Janeiro, deben recordar lo polémico que fue este hecho, ya que la propia Federación Nacional del Indio (Funai) no reconoce la existencia de aldeas en lugares urbanos –como si las ciudades no hubieran ocupado las antiguas zonas indígenas, sino al contrario.
Sallisa Rosa estuvo indirectamente implicada en la Aldea de Maracanã, donde su padre y su hermano vivieron hasta que el grupo fue desalojado del edificio que antes albergaba el Museo del Indio. Hoy vive en la Aldea Multiétnica Vertical, un proyecto de vivienda popular construido por el programa Minha Casa, Minha Vida (Mi casa, Mi vida) y al que acudió parte del grupo de la Aldea Maracanã tras numerosas polémicas. Muchos de los habitantes no se adaptaron, incluyendo al padre de la artista: “Es un lugar lleno de reglas, como cualquier conjunto cerrado. No se pueden hacer hogueras y otros rituales”, dice Sallisa Rosa. Hija de padres que sólo investigaron su origen indígena al llegar a la edad adulta, la artista forma parte de la primera generación que “asume esta confusión” con más tranquilidad. “Me sentía como un personaje, no encajaba en la idea que la gente tenía de lo que era ser indígena. Uso jeans y por varias razones no me siento cómoda llevando un tocado de plumas”, dice.