Édgar Calel, nacido en 1987, es un artista visual maya kaqchikel de San Juan Comalapa, una ciudad de 40 mil habitantes en el departamento Chimaltenango, en Guatemala. Allá vive y trabaja cuando no está de viaje, en residencias o exhibiendo sus obras en diferentes lugares. A través de diversos medios, entre otros la pintura, la instalación y el performance, Calel ha concentrado su trabajo en la idea del desplazamiento y en la forma como éste hace mutar la memoria y la cultura.
El artista habló con C&AL mientras realizaba una residencia en Brasil, país donde la pandemia del coronavirus lo obligó a confinarse y crear, mediante materiales locales, la obra que expondrá en la 11a Bienal de Arte Contemporáneo de Berlín en 2020.
C&AL: Háblenos de sus orígenes y su trayectoria como artista.
Édgar Calel: Nací a 80 kilómetros de Ciudad de Guatemala, en Comalapa, un lugar lleno de referencias al arte y la historia del país. Crecí entre personas creativas –mi papá es pintor y mi mamá hace tejidos a mano– y con un vínculo al legado de los mayas kaqchikeles. Sin embargo, en cierto momento supe que necesitaba mejorar mi técnica de pintura y tener una visión más profunda del arte. Entonces, en 2005 entré a la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla. Quedaba en Ciudad de Guatemala y eso me obligó a viajar todos los días en bus, dos horas de ida y dos de vuelta. Me volví un observador y aproveché mi tiempo para caminar, visitar museos y mirar a la gente. Después comencé mi vida como artista: me gané una beca, salí del país y fui a muchos lugares. Pero esa experiencia en mi pueblo y esos viajes como estudiante me formaron de manera determinante.
C&AL: ¿Cómo explica esa historia su interés por el movimiento y la dislocación?
EC: Cuando uno revisa la historia del arte de un país encuentra poca participación de las comunidades. Entonces, siempre he querido que mi trabajo esté relacionado con el lugar donde nací y donde mi cuerpo aprendió a vibrar en el mundo. Yo llevo una cultura. Pero ahora que viajo tanto me pregunto, ¿dónde queda mi cultura cuando no estoy en ese lugar? Queda en el cuerpo, atravesado por lo que vivimos, y queda en la memoria, donde transformamos la cultura y la reproducimos. Para mí, el desplazamiento no es solo físico. Viajar me ha permitido conocer pensamientos y artes, las ideas de los kaqchikeles tan bien como las de los guaraní. Bajo ese concepto de movimiento, es posible establecer una sincronía entre los conocimientos del mundo. El desplazamiento, en otras palabras, es reconocer continuamente mi ser en lugares diferentes.