Clotilde Jiménez fue criado por su madre puertorriqueña en un barrio pobre del norte de Filadelfia, como hijo del medio, entre una hermana mayor y un hermano menor. Su padre, un boxeador afroamericano que competía a nivel aficionado, abandonó el hogar cuando Clotilde tenía cinco años.
Su educación se caracterizó por la continua interrogación de su entorno y, particularmente, de aspectos que definían su día a día, pero no aparecían en los medios de comunicación, como el trasfondo socioeconómico, el color de la piel o el tipo de cabello de las personas. Decidido a desafiar lo que se esperaba de él como joven afroamericano, Jiménez asistió a la escuela de arte y allí moldeó su práctica artística con el propósito de continuar su interrogación. “Mi trabajo artístico es sólo una forma de hacer preguntas”, explica Jiménez. “Intento acercarme cada vez más a algún tipo de comprensión del mundo que me rodea, pero no siento que esté obteniendo muchas respuestas y no sé si alguna vez las obtenga. Tal vez sea más una búsqueda colectiva, un esfuerzo comunitario, en el cual lleguemos al punto que me gustaría, si suficientes personas hablamos de estos temas”.
A partir de su historia familiar, el trabajo de Jiménez intenta deshacer temas complejos y de múltiples capas de significado que han estado arraigados en la psique de la humanidad durante siglos, como las ideas establecidas en torno a la raza o a la clase. Ideas que, hasta la fecha, se mantienen como verdades inamovibles. A pesar de la asociación de la práctica del artista con el actual movimiento de #BlackLivesMatter, Jiménez dice que su trabajo habla de los mismos temas planteados por el movimiento, pero no por causa de este: «He estado intentando examinar estos debates y avanzar en estos temas desde que comencé a producir arte», dice, y espera que un público amplio y compuesto por diversas comunidades se involucre con su trabajo, dado que sus temas son, de alguna forma, “parte de la experiencia de vida de todo el mundo».