Para quienes formamos parte de la herencia negra africana, la identidad con la negritud puede ser un factor de unión, sostiene Minna Salami, autora de Sensuous Knowledge: A Black Feminist Approach for Everyone (Conocimiento sensitivo: una aproximación feminista negra para todos). En este texto, extraído de su libro, Salami hace un recorrido por el contexto social e histórico de la negritud y cuenta cómo este concepto ofrece un espacio de libertad, reconfiguración, revelación y revolución.
Sambiência, Juliana dos Santos, 2018, (créditos: Gabriel Oliveira). Presentada por primera vez en "O saber ancestral que vem dos pés".
El año pasado, mientras escribía mi libro Sensuous Knowledge: A Black Feminist Approach for Everyone (Conocimiento sensitivo: una aproximación feminista negra para todos), pensé en la época en que comencé a identificarme como negra. El libro explora las ideas del arte, la belleza, la liberación y, por supuesto, la negritud desde un punto de vista que yo llamo “conocimiento sensitivo”, que logra sintetizar la inteligencia emocional y el pensamiento racional mediante una combinación de técnicas narrativas, investigación académica y crítica social. Uno de los temas clave del libro es la negritud.
Pensé en que durante mi crianza en Nigeria yo nunca me consideré negra. Si bien los nigerianos por lo general eran conscientes de la negritud y sentían afinidad por el término en una escala global e histórica, en el contexto nacional no era la forma de buscar una identidad.
Esa incapacidad de vincularnos con la palabra “negro” parece comprensible. Para los descendientes africanos de la diáspora, la negritud es una forma de identidad política. Pero, justo por eso, en el continente africano hay dudas sobre la posibilidad de un compromiso con el concepto. Tenemos suficientes problemas: las rivalidades étnicas, la división religiosa, el liderazgo impostado, el archipatriarcado y la explotación imperial, para solo mencionar algunos. ¿Para qué, entonces, sumar a eso la negritud y su carga política? Además, en Nigeria, la nación negra más grande del mundo, considerarse negro no parecería fundamental.
Pero sí lo es. Aunque el concepto de la negritud de no debe tomarse para describir estrictamente una pertenencia étnica o nacional, su importancia en el continente es central, pues reúne a los descendientes de África en un solo marco, que encierra factores sociales e históricos. Para quienes formamos parte de la herencia negra africana, este contexto sociohistórico es un pegamento que nos une. La negritud, en esencia, es un contexto sociohistórico.
Todavía nos cuesta abrazar completamente la negritud, porque, después de que en cierto momento se diera un cambio de roles, considerarse africano en vez de negro produce hoy una creciente sensación de superioridad. Hay un cierto orgullo por la riqueza que habita en el patrimonio étnico y en la cultura africana, y esto bien puede ser así. Pero esa cultura y ese patrimonio les pertenecen a todos los pueblos de descendencia africana: los yoruba, los hausa, los igbo, los mendé, los zulúes, los suajili, los fulanis, los bambara, los mandinga, los tigray, los tutsi e incluso aquellos cuya capacidad de rastrear su linaje étnico fue truncada por el comercio trasatlántico de esclavos.
El término «África» es un invento colonial que las personas negras no usaron sino hasta cuando en el siglo XVIII escritores y activistas como Ignatius Sancho y Phillis Wheatly comenzaron a presentarse como africanos, en parte con el fin de propagar el cristianismo. La palabra “negro”, por su parte, es más antigua que nuestra comprensión de nosotros mismo como africanos. La historia africana es la historia de la gente negra, no al revés. El solo hecho de que todavía tengamos que diferenciar la África subsahariana (antes llamada “África negra”) pone en evidencia que, en sí, el término África no es un sinónimo de negro.
Hay un amplio consenso sobre el origen de la palabra “África” en la palabra “Ifriqiya”, que era antiguamente el nombre de África del Norte o, más específicamente, de las regiones costeras de una región que hoy abarca el occidente de Libia, Túnez y el oriente de Algeria y que formaba la provincia romana de África (Ifriqiya). África subsahariana era vista de manera separada, como sucede hasta hoy.
Tenía diferentes nombres, y todos estaban relacionados con la negritud. Por ejemplo, “Etiopía”, palabra que en otro tiempo se usó para referirse a toda África negra, significa “negro” o, literalmente, “quemado por el sol”, en griego antiguo. De forma similar, Bilad as-Sudan, como los árabes llaman a África negra, quiere decir “el país de los negros”. En una de las primeras civilizaciones humanas de las que se tiene conocimiento, el antiguo Egipto, las personas llamaban “Kemet” a su pueblo, que significaba “el país negro”. Mauritania, otro término que antes significaba África negra, proviene de maurus, que en latín quiere decir negro y da origen a la palabra “moro”. Heródoto, el padre de la historia (484-425 a. C.), escribió sobre los “nasamones”, nombre que parece significar “negros de Amón”. Nubia era la tierra de un pueblo de gente de piel oscura; y una de las civilizaciones más antiguas del mundo, la cultura nok de la Edad de Hierro, establecida aproximadamente en el año 1500 a. C. y ubicada en la Nigeria de hoy, parece deber su nombre a la negritud. El término “negro” es una de las veintitrés “palabras ultraconservadas”, las más antiguas del mundo, que no han cambiado su significado en diversos idiomas tras más de quince milenios.
No estoy insinuando que estos términos hayan tenido la connotación racial que tiene hoy la negritud. Lo que quiero decir es que la negritud cuenta con una larga historia que va más allá del sistema moderno de jerarquías raciales o fronteras nacionales. Mientras nos sigamos considerando únicamente africanos, y no negros, seguiremos ignorando que hay una continuidad entre la historia y el presente, entre la diáspora y el continente. Tampoco quiero insinuar que deberíamos domar nuestro orgullo africano. Más bien, pienso que si logramos hacer un compromiso con la negritud podremos a unir los puntos que conectan la historia con el presente.
En el hip hop hay una tradición que consiste en que los raperos hacen un círculo, o cypher, para tomar turnos y compartir sus rimas con los demás. Esa tradición se estableció en la diáspora después de recorrer varios lugares de África. Y la misma estructura se encuentra en las ruedas de samba de Brasil, donde los participantes se turnan para bailar en el centro de un círculo, y en los rituales del vudú haitiano, donde la danza es una meditación para alcanzar el éxtasis.
En el cypher, cada rapero expone sus propios ritmos y estilos, mientras recibe ovaciones de los demás. Los participantes saben que más allá de la competencia, que es más bien lúdica, la variedad de estilos y voces solo enriquece el cypher.
En esa tradición también está presente un ejercicio de pregunta y respuesta. La combinación de la comunicación verbal y no verbal –palabras, danzas, artes marciales, trances, performances– sirve un propósito: enseñar y transformar.
La negritud es un ritual de cypher en el que la conversación es intergeneracional, internacional e interdependiente. El tambor parlante de África occidental (una tecnología tradicional usada para imitar el habla humana) es un precursor del calipso, que a su vez es precursor del hip hop. Ahí donde el tambor parlante releva un refrán, se escucha la poesía en el rap. Ahí donde hay jactancia en el rap, hay sermones en el tambor parlante. Cuando una rapera hace un sampleado evoca la figura del griot africano, que transfiere el conocimiento ancestral a una nueva audiencia.
En el siglo XIX, los africanos esclavizados en el Caribe habían creado el calipso con el fin de dejar un registro de su historia y hacer un comentario sociopolítico. La palabra “calipso” viene del efik, una lengua étnica del oriente de Nigeria, y está relacionada con la palabra “kaiso”, que significa “continúa”. También aquí vemos las raíces polifónicas del tambor parlante, aferradas a un nuevo tipo de conocimiento sensitivo. El tambor parlante no era un instrumento primitivo, como después fue dado a entender por el sistema epistémico al que, en contraste, me refiero como “conocimiento europatriarcal”. Hasta hoy, ese instrumento es una gramática de múltiples capas que posee un lenguaje femenino y otro masculino, así como tiempos gramaticales. Corremos el riesgo de perder de vista el horizonte histórico que nos abre la negritud, si mantenemos la mirada fija solamente en su significado político, y no atendemos a su significado sociohistórico.
No quiero decir que la negritud no sea política. Pero solemos enfatizar tanto la negritud política que terminamos dejando de lado cosas que la negritud también debería invocar: la historia, el conocimiento, las narrativas, las épicas, las civilizaciones; en esencia, la historia colectiva de los pueblos negros, y no solo sus dolorosos choques con el mundo blanco.
No solo los negros permanecen oprimidos por el europatriarcado. También en sí la negritud, como concepto, carece de libertad.
Seguimos pensando que la negritud es no solo una condición del ser, sino también una represión del ser. Para que la negritud tenga un efecto liberador necesita dejar de significar, de forma automática, “represión”. No quiero decir que debamos ignorar la brutal inmoralidad y la injusticia de la supremacía blanca, o que debamos desviar la mirada de los crímenes estructurales que, como consecuencia de las herencias supremacistas, todavía siguen afectando a las personas negras en todas partes del mundo. Tenemos que luchar hasta el fin contra los efectos del racismo, pero esa lucha necesita acoger a su máximo responsable: el mundo blanco. No la negritud, sino el mundo blanco es el que podrá hacer viable una historia del racismo.
A los niños negros les enseñamos desde muy temprano sobre el racismo, mientras que los niños blancos (que, en el mejor caso, se beneficiarán de los privilegios de un sistema racista y, en el peor, perpetuarán esos privilegios) pueden llegar a ser adultos antes de instruirse en los asuntos de la raza. La negritud debería ofrecer un espacio conceptual de libertad, reconfiguración, revelación y revolución. Lo primero que deberíamos enseñarles a los niños negros es que la negritud conlleva una sensibilidad que sobrepasa cualquier frontera nacional, cualquier etniticidad y cualquier generación. La negritud es un transmisor de historias compartidas, de ancestralidad, linaje y pertenencia. Es el repositorio de la filosofía de un pueblo y del folclor y la épica que las actitudes colectivas les confieres a asuntos fundamentales de la vida como el nacimiento, la muerte, el amor, el trabajo y el placer. Tenemos que quitarle a la negritud la carga del disentimiento mientras no sea capaz de producir, a la vez, júbilo.
Sin un énfasis en el contexto africano de la negritud, la diáspora negra fallará cada vez más en unir la lucha contra la supremacía blanca a la lucha contra la explotación capitalista militante del continente africano. Una y otra vez, los artistas, escritores y activistas de la diáspora descuidan la relación que hay entre la lucha negra contra la brutalidad policial, la pobreza de las comunidades negras y los prejuicios del mundo occidental sobre las realidades africanas. El hip hop de vena política en Estados Unidos, por ejemplo, suele hacer comentarios punzantes sobre el racismo en el sistema policial y de justicia, pero rara vez cuestiona la relación entre ese sistema y, por ejemplo, la presencia de bases militares estadounidenses en África. De un modo similar, y sin buscar desconocer las acciones radicales del movimiento Black Lives Matter, pienso que no haber podido vincular esa lucha a la lucha panafricana y antiimperialista, más allá de la retórica, es una oportunidad perdida.
Podemos y debemos estar orgullosos de nuestra pertenencia étnica y de nuestra nacionalidad. Pero así como la gramática es el pegamento que convierte palabras en oraciones, párrafos y capítulos, la negritud es la armonía que une el pasado, el presente y el futuro de la herencia africana y sus gentes, y los pone en movimiento.
Este es un extracto editado de Sensuous Knowledge, por Minna Salami. Copyright © 2020, Minna Salami.
Minna Salami es una escritora y profesora nigeriana, finlandesa y sueca. Es la creadora del blog MsAfropolitan, premiado en numerosas ocasiones, que conecta al feminismo con la cultura contemporánea desde una mirada centrada en África. Su primer libro, Sensuous Knowledge (Conocimiento sensitivo), fue publicado recientemente por las editoriales Zed y Harper Collins.
Traducción del inglés de Camilo Jiménez Santofimio