En la última década, Brasil ha asistido a movimientos decoloniales que atraviesan todos los campos de la vida social, política y cultural. En este texto, Will Furtado comparte sus observaciones después de vivir en el país en 2023, y presenta algunos planteos que contribuyen con esos cambios históricos.
Zumví Arquivo Afro Fotográfico, Protesto da Irmandade do Rosário dos Pretos no Largo do Pelourinho durante as comemorações da Independência da Bahia, dia 2 de julho (Protesta de la Hermandad del Rosario de los Negros en el Pelourinho durante las conmemoraciones de la Independencia de Bahía, 2 de julio), 2012. Ampliación digital de fotografía analógica. Cortesía: Zumví Arquivo Afro Fotográfico, Salvador. Foto: Lázaro Roberto
La charla con una amiga que conocí en Río de Janeiro se inició a partir de una observación sobre los cabellos crespos. Mirando hacia arriba, en dirección a su deslumbrante pelo afro, ella me contó que, aunque muchas mujeres llevan su pelo natural bien resaltado, se trata de un fenómeno reciente y que ha cambiado en la última década.
La imagen de la mujer brasilera que se vendió al mundo era la de una persona de etnia ambigua con cabellos oscuros, largos y lisos. Y, en efecto, la población negra de Brasil se sintió coaccionada a alisarse el cabello. Lo mismo sucedió en Portugal, donde crecí. Por eso me sorprendió ver tantas personas caminar tranquilas con sus afros por la calle. En la época del Brasil colonial, las personas esclavizadas eran forzadas a raparse para perder sus referencias culturales e identitarias. Así, algo que puede parecer estrictamente estético es, en verdad, también un acto político decolonial.
El tema del cabello fue una de las muchas señales del giro decolonial que encontré en la sociedad y las artes brasileras cuando visité el país por primera vez en 2023. En varias exposiciones también me encontré con mucho arte que hacía alusión al reconocimiento de la identidad negra, a su cultura, su estética y su epistemología. Dos Brasis Arte e Pensamento Negro (2023 – continua), en el Sesc Belenzinho, San Pablo, y Um Defeito de Cor e FUNK: um grito de ousadia e liberdade, ambas en el Museo de Arte de Río en 2023 y 2024, son algunos ejemplos extraordinarios de muestras colectivas con un enfoque exclusivo en la cultura negra brasilera.
Vista de la exposición “FUNK: Um grito de ousadia e liberdade”, Museo de Arte de Río, 2023/2024. Foto: Difusión
¿El arte imita a la vida? ¿O es que la vida imita al arte? Pues bien, las dos cosas, y al mismo tiempo. A pesar de que la situación es reciente, es el resultado de un largo proceso de alfabetización racial, algo que está mucho más avanzado en Brasil que en el resto de América Latina. La alfabetizacion racial es la concientización respecto al modo en que las relaciones raciales estructuran nuestras sociedades. Es una percepción de la historia que es difícil de difundir por razones históricas, como la propaganda lusotropicalista (la idea de que el colonialismo portugués fue benevolente) y la democracia racial (el hecho de que en Brasil no existiría el racismo porque el país es multiculural y mestizo).
Ahora bien, ya hace décadas que teóricos, escritores y pensadores negros y negras de Brasil publicaron importantes trabajos críticos. Ellos desmintieron las falacias, influyeron en el imaginario social brasilero y ayudaron a construir y a reconocer la identidad negra en el país.
Entre 1944 y 1961, el Teatro Experimental del Negro (TEN) fundado por Abdias Nascimento y Maria de Lourdes Vale do Nascimento, realizó varias producciones sobre temas amplios, orientados por una consciencia negra palpitante. En los años setenta, surgieron varios grupos de movilización política negra, como el Centro de Cultura y Arte Negro (Cecan), desarrollado por Thereza Santos, en 1971; la fundación de la Federación de Entidades Afrobrasileras del estado de San Pablo, en 1976, y el Movimiento Negro Unificado (MNU) y el Festival Comunitario Negro Zumbi (FECONEZU), todos en 1978. En 1995, Maria Lucia da Silva abrió el Instituto AMMA Psiqué y Negritud, la primera organización que conectaba la práctica psicológica y política por medio de las relaciones raciales. Y estos son sólo algunos ejemplos.
Obra de Augusto Leal en las áreas públicas del Sesc Belenzinho. Foto: Eduardo Nasi.
La filósofa y antropóloga Lélia Gonzales (1935-1994) formó parte de algunos de esos movimientos. Publicó varios ensayos en los que denunció la intersección entre el racismo y el sexismo, criticó la difusión de la idea de democracia racial y conceptualizó la amefricanidad, la herencia africana de las Américas. La historiadora, poeta y activista Beatriz Nascimento (1942-1995) investigó a fondo la historia y la cultura de los quilombos brasileros. Los contextualizó como “sistemas sociales alternativos organizados por los negros”, que tenían origen en África. Para Beatriz Nascimento, “el quilombo es el espacio que ocupamos; somos nosotros, es el momento del rescate histórico” (1). Otra importante contribución a la formación de la conciencia negra en Brasil fue el trabajo de la psiquiatra y psicoanalista Neusa Santos Souza (1948-2008). En Tornar-se Negro (1983), Neusa explica que el descubrimiento de ser negra es también la experiencia de comprometerse a rescatar la propia historia y reinventarse en sus potencialidades. Para ella, “ser negro no es una condición dada, a priori. Es un llegar a ser” (2), una tarea eminentemente política que rebate tanto la doctrina de que las personas negras que logran el ascenso social deben convertirse en una caricatura de lo blanco, como la trampa de reservar el trabajo antirracista exclusivamente para ellas.
Todas estas pensadoras y muchas más son las personas que influyeron en la alfabetización racial que hoy en día impregna a muchos artistas, curadores y escritores, académicos y directores artísticos brasileros y brasileras. Sin aquellas, por ejemplo, no habríamos tenido curadores negros en las dos últimas ediciones de la Bienal de San Pablo. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue encontrar esa alfabetización fuera de los círculos creativos-académicos, en la política y en las calles. Y esa alfabetización también se cruza con cuestiones de género.
No es coincidencia que, a pesar de que Brasil estuvo cuatro años bajo un gobierno de extrema derecha, Bolsonaro esté impedido de volver a ser candidato mientras Erika Hilton, una mujer negra y trans, es una de las políticas más populares del país. O que mi amiga, después del café, me llevara a restaurantes y librerías de orientación afro. Lugares que como persona afrodescendiente tuve la oportunidad única de conocer, porque, como me dijeron, en tiempos de neoliberalismo también hay que proteger nuestras comunidades de la gentrificación no sólo material sino también intelectual.
Tampoco es coincidencia que el proceso de alfabetización racial en Brasil haya sido acompañado por décadas de gobiernos de izquierda en el país, por cambios sociales en los Estados Unidos y en Europa y por el mercado de arte nacional –e internacional– siempre sediento de la última “novedad”. Sólo para tener una referencia: en “2023, el mercado de arte en Brasil alcanzó un valor total estimado de aproximadamente 2900 millones de reales (580 millones de dólares), un crecimiento del 21% en relación con el año anterior” (3). ¿La economía imita el arte o el arte imita a la economía? Pues bien, las dos cosas, y al mismo tiempo.
Will Furtado es editore en jefe de C&AL.
Traducción: Nicolás Gelormini
1 Maria Beatriz Nascimento, Beatriz Nascimento, Quilombola e Intelectual: possibilidades nos dias da destruição. São Paulo: Editora Filhos da África, 2018, p. 352.
2 Neusa Santos Souza, Tornar-se negro: Ou as vicissitudes da identidade do negro brasileiro em ascensão social. Rio de Janeiro: Zahar, 2021, p. 115.
3 Associação Brasileira de Arte Contemporânea; Agência Brasileira de Promoções de Exportações e Investimentos, 7ª pesquisa setorial do mercado de arte no Brasil. São Paulo: Act Editora, p. 10.