Brasil borró las ancestralidades africana e indígena e impuso nombres, un idioma, pensamientos y una verdad eurocéntricos. Columna de Keyna Eleison para Contemporary And (C&) América Latina.
Ilustración Marcelo D’Salete.
Una investigación del IPEA (Instituto de Investigación Económica Aplicada), hecha en septiembre de 2016, analizó la Relación Anual de Informaciones Sociales (RAIS): de los cuarenta y seis millones de trabajadores, el 87,5% tiene nombres de origen ibérico (España y Portugal), seguido por el 7,7% de los que tienen nombre de procedencia italiana. En Brasil, los métodos de investigación de apellidos no sirven para identificar la ancestralidad indígena o africana. Esos grupos fueron forzados a adoptar apellidos europeos, ibéricos. En otras palabras, tener una apellido ibérico no señala un origen europeo sino un acto violento de borradura de la identidad.
No todos descendemos de personas europeas; no descendemos ni exclusivamente y muchas veces tampoco parcialmente. Pero históricamente se nos impuso la perpetuación del idioma y la «tradición» a través de nuestros cuerpos y grupos sociales. Hablamos un idioma europeo, desarrollamos la percepción y los conocimientos a partir de códigos normativizados por Europa, y desarrollamos nuestra vida a partir de una verdad eurocéntrica.
Ancestralidad real borrada
No juzgamos nuestras ideas a partir de una identidad múltiple que conforma el estilo de vida brasileño. Nuestra conducta está delimitada por bordes poco permeables a una penetración evidente de nuestros pasado y presente de origen brasileño. ¿Cómo asumir en su totalidad esa forma de hablar, ese lenguaje y ese modo de pensar? ¿Cómo percibir esa identidad nacional con la borradura de la ancestralidad real? ¿Cómo podemos hacer valer lo que es nacional y, en nuestro caso, cómo apropiarnos del arte brasileño? ¿Y cómo entender la complejidad de esa borradura que se extiende a todo y que abarca toda nuestra sociedad? Estas preguntas, mucho más que las repuestas, requieren un ejercicio intenso de repetición.
En algunas sociedades africanas, los nombres representan la función y el estatuto de una persona dentro de determinado grupo. El nombre sería un marcador de parentesco de posición social, una forma de proyectar relaciones con el otro grupo. El historiador estadounidense Joseph Miller demostró con una lista de reyes de Angola, los Ngola, que allí los nombres eran títulos perpetuos que representaban principios abstractos de poder. El concepto de nominación es diferente de la lógica occidental. Lo mismo ocurre con toda la construcción del pensamiento.
Rescatar las influencias múltiples
La nominación, pues, puede ser un acto revolucionario e intelectual. El acto cívico de asumir una identidad borrada es encarar, de modo definitivo, la asimilación de una tradición vivida como marginal. Las acciones históricas de ataque y conquista mediante la borradura son evidentes pero muchas veces no se perciben en la vida cotidiana. Por lo tanto, la propuesta de asumir esa identidad, más que una mera acción enunciativa, es un intento de adquirir consciencia de la dimensión de las influencias múltiples que nos forman como personas y como pensamiento. Al buscar Silvas, Costas, Mendonças y Oliveiras, uno encontraría Dembelés, Mbappé, Nhabombe, Mulungos, Ndlovus, Nymupangedengus, Acatauaçus, Caipós, Paiacãs, París y Saraíbas.
¿Y por qué se relacionaría este escrito con el arte? Porque el arte es una demostración de cambio de modo de mirar, pensar y actuar. Así, la tradición múltiple brasileña no estaría expulsando a la europea –como dominadora y borradora del carácter– sino buscando otra fuente de conocimiento equilibrada. Y usted, ¿de quién tiene el nombre?
Keyna Eleison es curadora, graduada en Filosofía y magíster en Historia del Arte. Narradora, cantante, cronista ancestral y especialista en educación por el arte, en relato de historias, obtención de conocimiento de forma oral y herencia Griot y chamánica. Escribe regularmente la columna «Para ojos que pueden ver» en Contemporary And (C&) América Latina.
Traducción del portugués de Nicolás Gelormini