Keyna Eleison retoma su columna en 2020 y advierte: se trata de un texto cansado para ser leído cantando.
Ilustración: Edson Ikê
Los codos son articulaciones admirables, son un pasaje intenso de relaciones con la circulación, las emociones, los gestos y las ejecuciones.
Un codo puede decir mucho sobre una persona: su ausencia puede ser sentida profundamente, pero su presencia es completamente invisibilizada.
El codo, que a partir de ahora me propongo darle el género femenino, es una articulación vital, incluso si la vida no se extingue sin esta, una codo jamás puede ser pensada como apéndice, como algo que está en el cuerpo, sin que se entienda su función.
E incluso si no se piensa en ella, el codo es una articulación extremadamente erótica, su lado de dentro y de fuera, al ser tocado, trae sensaciones placenteras y a ella le está resguardada la fuerza da la espera.
Es allí, en el doblez externo, que apoyamos el tiempo-espacio, tensionamos los vacíos.
Para que nunca sea tocada o deseada. El codo es una articulación útil, dispensable, intransplantable.
Y, sin ella, no lo duden, la espera sería todavía más dolorosa.
Confinadas en cajas, las personas no pueden.
No se habla mal de quien sufre. No se habla mal de quien sufre.
Tal vez mis antepasados no sean alguien.
Tal vez mis antepasados no sean gente.
Tal vez mis antepasados no sean humanos.
Y si mis antepasados no son humanos, yo tampoco debo serlo.
Mi canto, mi llanto, no es humano.
Mi belleza, mi curva, mi olor, mi gusto, mi voz. Mi escritura…
Debe ser por eso que no soy escuchada.
Por eso no muero, ya que no hago parte de la vida.
Vengo de una ultrahumanidad, que está más allá de las guerreras, de las santas, de las tantas que soy. Lo que represento y lo que mi cuerpo representa en este límite.
No fui llevada a la utopía, ese lugar perfecto.
No hago parte de ningún tipo de perfección.
Por eso, muchas de mí no están presas ahora.
Agitan en los transportes colectivos para salvar vidas.
Habitan lugares que mantienen vidas.
¿Y personas como yo?
¿Son personas?
Si no morimos, no somos personas.
Pero canto alto y bailo fuerte, para ser admirada como cosa.
Y sonrío, y ahora puedo sonreír delante del fin del mundo.
Un mundo del que nunca hice parte.
Ahora él va a caer y yo voy a verlo.
Las cosas se quedan.
¿No?
Entonces, canten.
Los días contados, las vías cerradas, las vidas cortadas, el desorden, la pereza, la nostalgia…
Y la falta.
¿Y la falta?
Perdonen por ver algo en el hueco.
Perdonen. ¿Las cosas están fuera o en el mismo lugar?
¿En qué orden?
¿Pero antes de la revuelta podemos parar?
A mis antepasados…
Con los codos gruesos. Y mis codos, finos e hidratados.
Ahora saludamos por los codos.
Keyna Eleison es curadora, graduada en filosofía y maestra en historia del arte. Narradora, cantadora, cronista ancestral y especialista en arte-educación, narración de historias, conocimiento oral, herencia griot y chamánica. Escribe regularmente la columna “Para ojos que pueden ver” en C& América Latina.
Traducción del portugués de Catalina Arango Correa