Una comunidad afectiva
Nos imaginamos como una constelación afectiva. Nos hemos autodeterminado como una comunidad, pues hemos vivido todxs juntxs en diversos momentos de nuestras vidas. Se nos mezcla la vida y el arte, nos gusta imaginar que están entretejidas y que nosotres también lo estamos. Insistimos en ser una comunidad. Nuestros modos de relacionarnos vienen desde el poyewün (el cariño) como una provocación política que explora distintos lenguajes para comunicar y crear redes de reciprocidad a través del arte. Decidimos nombrarnos como comunidad, pues la palabra “colectivo” no encaja con nuestra práctica, que no es solo artística. Es también una provocación que dirigimos tanto al mundo tradicional mapuche como al mundo chileno, pues somos una comunidad de personas “no-heterosexuales” e indígenas, donde las experiencias marikas, lesbianas, trans, kuir y no binarias son prácticas políticas.
Tejedorxs y no artistas visuales
Las razones para entendernos como tejedorxs y no como artistas visuales tiene que ver con nuestra necesidad de abandonar la categoría de “arte contemporáneo”/“artes visuales” como destino de nuestro quehacer. Nuestro trabajo pasa por el mundo del arte y ahí hemos conocido gente y comunidades maravillosas, pero su potencia vital no termina ahí. Así, desplazamos el destino de nuestro trabajo, pues también hemos recibido el asedio neoliberal y multicultural del campo del arte, en específico cuando otrxs intentan negar o aplacar nuestra existencia. Ese es el trabajo político de tejer: seleccionar entre lo que queda visible y lo que queda invisible. Tejer es entonces comprender también la interrelación entre las cosas no humanas, por eso la palabra “tejer” nos permite enmarcar el video-ensayo, el trabajo editorial, la escritura especulativa, las acciones performático-ceremoniales y nuestra práctica del witral mapuche como un flujo constante de experimentación con la mapu o, como diría el kimche Juan Ñanculef, con la materia.
Epupillan: las almas libres
Hemos aprendido de las experiencias de activistas mapuche y de otros pueblos indígenas. Ellxs han protegido por mucho tiempo los conocimientos sobre epupillan, porque desde sus propios territorios han nombrado así a las personas que transitan entre lo masculino y femenino. Ha sido una manera de mantener vivo el recuerdo de nuestrxs ancestrxs, que fueron duramente reprimidxs y condenadxs bajo la categoría de “pecadores nefandos” o “sodomitas”. Así han sido descritas en la historia del colonialismo las personas que tienen otros modos de relación distinto a la heterosexualidad obligatoria. Epupillan es una manera de nombrar a las personas que en el presente podrían ser disidentes sexuales. Pero lo valioso de epupillan es que no se agota solo en una categoría sexual, aunque no negamos que muchas personas epupillan también se identifican como parte del espectro LGBTIQ+. Entonces no podemos separar nuestra sexualidad y nuestro placer del territorio que habitamos. Esa es la potencia política de epupillan que reivindicamos. Pocas personas quieren hablar sobre esto en las comunidades mapuche porque hay muchos prejuicios, pero en los últimos años ha surgido una verdadera explosión de personas que estamos recuperando estas memorias epupillan.