Las preguntas son tantas que sólo si dejamos de preocuparnos por las respuestas podremos avanzar, reflexiona Keyna Eleison.
Ilustración: Edson Ikê
El tiempo es un tema que está muy ligado al pensamiento eurocéntrico. Creemos que el tiempo pasa y tiene un significado. Así, el pasado nos lleva a un lugar, el presente a otro y el futuro es un resultado exacto. Todo esto nos lleva a las matemáticas. Todo es cuestión de cálculo directo y ordinario. Si haces algo, el resultado está directamente relacionado con lo que has hecho.
Esta matemática –eurocéntrica, digo una vez más– no tiene sentido para todos los cuerpos. Para algunos, y no son pocos, con frecuencia la acción del presente, en relación con el conocimiento del pasado, no conduce a un futuro concreto y planificado. El futuro mismo, incluso, puede no existir como algo que se pueda vivir.
Y sin embargo siempre tenemos la idea de la exactitud. Fijémonos entonces en las matemáticas. Es simple, nada que no pueda ser comprendido. Entre el cero y el uno tenemos muchos números, una infinidad de números. Recuerdo a mi padre –un matemático, por cierto (vale este detalle biográfico, ya que estoy escribiendo sobre el tiempo)– contando miles de historias sobre el universo de números que existe entre el cero y el uno. Desde entonces, las fracciones, las divisiones y las secciones pasaron a formar parte de mi vida. Solía escuchar que todo era una simple cuestión de observación: mirar el cero y el uno.
Una gran pregunta era entender si los números que existían entre el cero y el uno eran menos números que los conocidos y famosos. ¡No, en absoluto! Las fracciones de números son tan importantes como los números, e incluso los números enteros no tendrían sentido sin ellas. Se trata de prestar atención. Lo anterior me llevó al ejercicio de darle menos importancia a los números enteros, a su simplicidad, incomparable con la sofisticación del 0,1, 0,6, 0,111 o, incluso, del 0,1111118 y así sucesivamente.
De las curvas al pensamiento recto
Toda esta complejidad le aportó una sensualidad a los números, nuevos tonos, sonidos y curvas a ese pensamiento recto que dice que poco después del cero viene el uno. Y, así, seguí prestando atención, pero los ojos y el pensamiento ya no podían seguir una línea recta. Se estableció la curva. Y en la curva más dudas. Y en las dudas, más preguntas. Hay tantas preguntas que sólo podemos formular si dejamos de preocuparnos por las respuestas.
¿Pero qué pasa con la secuencia, con un número tras otro, con esa ordenación…? La proximidad entre los números es tan grande como la distancia. Y aquí pensamos en el futuro. Cómo pensar en la secuencia, si cada parte contiene toda la fuerza de lo que está detrás y delante en sí misma. Cada minuto cuenta, cada segundo cuenta. Pero, ¿negamos con ello la importancia del futuro? Por supuesto que no. Esa idea sucede en el pensamiento de alguien que no se relaciona con las matemáticas como un campo a desentrañar, sino como una verdad que se traga y se aprende para tener cierta lógica en la vida. Pero esta lógica, ¿baila acaso en una mente como la mía?
Un futuro que baila
El futuro aquí reside en cada momento, no como una expectativa, sino a partir de la atención. Hay que prestar atención a ese horizonte que puede llamarse futuro. El horizonte es una curva, y ya no es algo que hay que alcanzar. Y aquí la atención no está sólo en los ojos, llega a todos los sentidos y nos conmueve. Y qué bueno es pensar en un futuro que baila. Shall we dance? Todo es cuestión de tiempo y atención.
Por último: el cero nunca quiso ser el uno y mucho menos toda la infinidad que hay entre ellos (y confieso que nunca encontré mucha diversión en el número uno…). La existencia de la unidad nos niega un futuro. La percepción de la multiplicidad dentro de un mismo contexto nos aporta verdades. La singularidad es un ejercicio violento.
Keyna Eleison es comisaria, licenciada en Filosofía y maestra en Historia del Arte. Narradora, cantante, cronista ancestral, es especialista en arte-educación, narración de cuentos, captación de conocimientos de forma oral, herencia griot y chamánica. Es directora artística del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Traducción del portugués de Catalina Arango