La identidad del Caribe vivido e imaginado está compuesta, en buena parte, por elementos africanos que se manifiestan de manera diversa. Varios de ellos están presentes en el picó, una cultura musical desarrollada en torno al sistema sonoro del Caribe colombiano. En 2017, el artista colombiano Jim C. Nedd codirigió un documental sobre esa temática junto con Ivernomuto, un dúo de artistas italianos que trabajan principalmente con sonidos e imágenes y buscan explorar aquello que permanece de una subcultura. El resultado puede verse por estos días en la galería londinense Auto Italia y se titula PICÓ: un parlante de África en América. En la película de sesenta minutos, la cultura del picó se toma el escenario y desde allí conecta a los afrocolombianos, especialmente a aquellos que provienen de contextos todavía confinados en la herencia colonial de la opresión en las zonas marginales de Cartagena y Barranquilla. Hablamos con Jim C. Nedd sobre cómo es criarse con la música caribeña, sobre la diferencia entre el DJ y el picotero, y sobre la fusión de múltiples identidades en el Caribe y su relación con África.
C&AL: ¿Cómo hiciste la investigación para tu película?
Jim C. Nedd: Empecé a escuchar música y grabaciones en la radio cuando tenía unos ocho años. Mis hermanos y yo siempre nos sentimos animados a vincularnos de cualquier manera posible con las artes, en especial con la música, después de que salíamos de la escuela. El género principal en mi pueblo es el vallenato, que resonaba todos los días a toda hora por la ciudad, y también lo son la salsa, el merengue y la ranchera. Pero la primera vez que sentí que algo lograba explicar mi identidad fue cuando entré en contacto con los códigos de la champeta. Me fascinaba. Recuerdo a la champeta como lo más fresco y lo más interesante que jamás he escuchado. Esa experiencia la tuve a través de la obra de Kevin Flores, de El Sayayin, de Mr. Black y de tantos otros… Entonces, diría que mis búsquedas personales en el picó comenzaron con mis memorias.
Recuerdo vívidamente el panorama social que rodeaba las parrandas [fiestas musicales] a finales de los años noventa y cómo la comunidad solía colaborar de manera orgánica para crear espacios para celebrar. Basta imaginar a todo un barrio siendo el anfitrión de una reunión familiar. A la vez, recuerdo claramente cómo todo eso coexistía con una atmósfera tensa determinada por el conflicto armado colombiano, que nunca ha terminado del todo y ha dejado muchos muertos. Así trascurría el día a día, entre la vida y la muerte, entre lo festivo y el luto.