En conversación con

Ana Pi: El conocimiento no desaparece

Con aguda penetración, la coreografía de Pi invoca la vitalidad de personas, objetos e historias de las culturas negras a la vez que teje narrativas que atraviesan el tiempo y el espacio. Nuestra managing editor Marny Garcia Mommertz escribe sobre sus encuentros con Anna Pi y su obra.

Sobre la colaboración y el legado intergeneracional

La película documental de Ana Pi NoirBLUE (2018, 27’) se abre con la declaración: “Es importante saber que lo que estoy viviendo ahora es el futuro que alguien soñó para mí mucho tiempo atrás”. Así se refleja el compromiso, que abarca toda su carrera, de la artista con sus contemporáneos, ancestros y las futuras generaciones. Una de las colaboradoras y mentoras que más influencia tuvo en ella fue Katherine Dunham (1909–2006), bailarina y antropóloga estadounidense que en 1958 inspiró la fundación de la Ailey School en Nueva York. Aunque nunca se encontraron personalmente, resulta claro que Pi establece un diálogo con las enseñanzas de Dunham y con la sabiduría de otros antecesores que ella considera fueron referentes en sus empeños creativos.

“Estoy muy decepcionada del aislamiento que podemos experimentar debido a nuestra existencia en la línea de tiempo hegemónica”, dice aludiendo a los sacrificios intergeneracionales que le permitieron existir y crear hoy. “O cuando decimos que alguien es el primero en hacer esto o lo otro, especialmente cuando sabemos qué fue borrado. Nadie puede hacer [trabajo de] resistencia en soledad, de ningún modo.” Pi extiende su reflexión al epistemicidio, un término acuñado por la pensadora brasilera Sueli Carneiro para describir el genocidio de sistemas de conocimiento. “Cuando se asesinan conocimientos, se asesinan posibilidades de vida”, explica Pi con una voz suave pero resuelta, insistiendo en la persistencia de saberes ancestrales, incluso cuando la supremacía blanca continúa invisibilizándolos. En sus obras, Ana reconfigura esos códigos ancestrales que se pensaban perdidos por el genocidio y el trauma.

Para ATOMIC JOY (2025), Pi está reflexionando sobre la transmisión de conocimiento a las futuras generaciones. Inaugurando la Saison France-Brésil, la pieza tendrá sus estrenos este año en los Rencontres Chorégraphiques Internationales de Seine-Saint-Denis en Francia, del 4 a 5 junio y en la Pinacoteca de San Pablo, Brasil, del 23 a 25 agosto. En la obra envolverá a ocho bailarines jóvenes de freestyle oriundos del Gran París en capas de ropa, y así distorsionará los gestos del vocabulario bélico en una coreografía orientada hacia la libertad, burlándose intencionalmente del miedo generalizado que gravita sobre el presente. Además, ella tiene la intención de que la obra muestre que la alegría es un sendero a la paz y un acto de resistencia. “Tal vez la gente de 2050 se asombre de lo que los artistas de la danza hacían en 2025. Quiero que sepan que yo estaba invitando a la gente a hablar sobre la alegría como vibración, la resistencia como un modo de concebir la paz desde una perspectiva práctica”, dice Pi. Ella mira de frente hacia la cámara cuando habla en detalle sobre los vestidos de su bailarines y me dice con firmeza: “Si está matándonos a nosotros y nuestros saberes, quiero que tengan miedo de la vitalidad y el movimiento que sostenemos”.

El animismo como coreografía y espiritualidad

Pi explora la transmisión del conocimiento y la vitalidad no sólo en personas sino también en objetos. Para reivindicar cosmovisiones que siguen siendo pujantes como el candomblé en Brasil, ella extiende esa conciencia animista a contextos institucionales del arte contemporáneo. Un ejemplo es la instalación cinética Antena Ia Mbambe (2023) con Taata Kwa Nkisi Mutá Imê, para la cual hizo una coreografía con varias barras metálicas. En 2023, Julien Creuzet la invitó a colaborar en Zumbi Zumbi Eterno, una instalación sobre la zombificación haitiana y Zumbi dos Palmares, líder de quilombo en el Brasil colonial. Utilizando tecnología de captura en movimiento para transponer el movimiento de Pi a las estatuas digitalizadas de Bakongo que todavía esperan ser restituidas, Creuzet la animó a imaginar cómo podrían bailar las estatuas. La coreografía de Pi permitió que las entidades reivindicaran la vitalidad borrada por siglos de violencia colonial. “No fui yo, y aun así las estatuas estaban bailando”, evoca ella explicando que el conocimiento no desaparece sino que más bien cambia de forma.

En el Holland Festival de junio de 2024 en Ámsterdam, pude ser testigo de cómo Ana Pi trabajó con un robot explorador llamado Perserverance como su compañero en su performance The Divine Cypher (2021). La pieza fue concebida durante el pico de la pandemia de Covid y la pareja se mueve a través de un escenario brillante, cubierto de azúcar, que me hizo pensar en un planeta. Pi llevaba una corona y sobre ésta un cubo plástico con agua. En un teléfono celular, se pasaba el documental de Maya Deren Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti.

En octubre, cuando Pi y yo hablamos sobre la vitalidad de los objetos, ella me señaló la tensión entre el rechazo de las cosmologías espirituales afrodiaspóricas y la celebración de “logros” tecnológicos” con el pretexto de la ciencia y la colonización. Quienes limitan el animismo a un contexto etnográfico a menudo caen en una práctica similar. “En cierto punto durante la pandemia no podíamos ir a ningún lado, pero la NASA envió una máquina [Perseverance] al espacio que nos envió imágenes de sí misma orbitando alrededor de otro planeta”, dice Pi. Al fundir la conciencia afroespiritual y la tecnología contemporánea, The Divine Cypher cuestiona esa contradicción.

Sobre la coreografía en la resistencia y la pena

Las obras de Ana Pi se van construyendo unas sobre otras a lo largo del tiempo y crean conexiones más allá de la geografía y del orden en que se vean. Elal considera que su obra existe dentro de un loop, un continuum sostenido por la memoria ancestral y cultural. En la obra de video Ceci n’est pas une performance (2017), por ejemplo, ella vincula lo que llama “danzas periféricas” como el dancehall, el krump, el voguing, el hip hop y el pantsula con el imaginario de los contextos marginalizados de los cuales surgieron. Seis años más tarde, la obra escultórica y de performance Algorithm ocean true blood moves (2023), del artista Julien Creuzet con coreografía de Pi, amplió esos estilos y sus significados. En el fondo del océano y frente al video Zumbi Zumbi Eterno –que incluye las estatuas de Bakongo insufladas dotadas con el movimiento de Pi– siete jóvenes bailarines de la Ailey School evocan las innumerables vidas y el conocimiento inconmensurable que se perdió durante el Pasaje del Medio. Cuando Pi me envía imágenes de la presentación de Algorithm en frente de miles de personas en el cierre de WAKE, la 15ta edición de Dak’Art, 2024, pienso en su fuerza (ITS FORCE) dentro del específico contexto ancestral y cultural de Dakar y en el loop, fluyendo en sentido inverso, que alimentó el trabajo y ahora lo trae de regreso a su fuente.

Esa indagación de la pérdida y la tenacidad está entrelazada con la vida de Pi. “Un punto de quiebre fue cuando mi padre falleció, en 2018. Su nombre es Julio de Oliveira”. En esa época la carrera de Pi no era firme y le exigió volver al escenario cuando no había pasado una semana de comenzada la tragedia. Hacer performances de danzas periféricas la ayudó a entender la fuerza vital y seriedad de esos bailes. Ella cuenta que el trauma podría haberla paralizado, convertido en una piedra, si no en otra cosa. Siete años después de que su padre muriera, Pi ha comenzado a llorarlo, y ahora piensa que su desaparición fue un asesinato. El caso se cerró hace poco, después de una investigación que no brindó ningún resultado que pudiera aportar algún tipo de justicias. Pi aprendió que el movimiento “no se trata de ser indiferente o frío, sino de calentar. Estas [danzas] son nuestras vidas”, dice.

Nuestra conversación se ha quedado conmigo. Cada vez que la ví a ella y su obra en lugares como San Pablo, Martinica y Ámsterdam, me impresionó la presencia e introspección que me exigen. Mientras escribía estas líneas y volvía a escuchar nuestra conversación, sentí las fuerzas del animismo, del intercambio intergeneracional, la pérdida, la pena, y el conocimiento palpitaban en mí. Me quedé sentada inmóvil. Después, despacio, moví el pecho hacia adentro y hacia afuera mientras lo golpeteaba con una mano.

Ana Pi es una coreógrafa y artista de la “imaginería”, nacida, crecida y alimentada en Brasil. Trabaja desde Francia y navega el mundo a través de las capas regenerativas de la diáspora africana y su imaginación radical. Lea la biografía completa aquí.

Marny Garcia Mommertz (ella) es escritora y artista que explora formas experimentales de archivo dentro de la Diáspora y profundiza en la vida de la artista y activista negra Fasia Jansen, una sobreviviente del Holocausto en Alemania. Es Managing Editor de C&AL. 

Traducción: Nicolás Gelormini

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