Caribe

La musicalidad caribeña en la obra de Valerie Brathwaite

Influenciada por la música y la naturaleza de su infancia en San Fernando, la artista, radicada en Caracas, creó un estilo escultórico único y fluido. Su obra refleja la conexión entre los paisajes y la memoria compartida de Trinidad y Venezuela explorando formas orgánicas y materiales diversos en un proceso de sintonía con el ambiente.

Participante de la escena venezolana desde los sesenta, se dice de ella que creó un estilo único: “ondulante”, “voluptuoso”, “fluido”, según la curadora Cecilia Fajardo-Hill; un estilo que “no encaja ni en la historia de la abstracción modernista ni en las tendencias conceptualistas de la Venezuela de los setenta y los ochenta”. También que es escurridiza:la salta a la vista en la multitud de retratos que le han hecho: la mirada inaprensible, el perfil silencioso. A Brathwaite no le gusta hablar de su obra, pero la alegra recordar los días en Trinidad: la música, “las montañas que se veían desde mi balcón, el fuerte olor del curry cuando cocinaban los vecinos”.

En Arco Madrid 2024, Brathwaite exhibió unas formas ondulantes, diminutas, con algo de volcán, flor que se abre o cerro. De las montañas que veía desde el balcón, hoy queda una meseta partida a la mitad, consumida por las constructoras. Observada desde esa altura ínfima, San Fernando es una ciudad apeñuscada de calles empinadas y sinuosas: las casas más altas tienen tres pisos y cada una parece sobrepuesta a la otra, como si la ciudad estuviera hecha de capas. En las series Subacán (2010) o Where have all the flowers gone? Longtime passing! (2020), la madera pintada y las telas crean formas sin principio o fin: la madera podría ser tela o la tela madera, confundidas entre sí.

Mientras cruzo la isla acompañada de algunos artistas de Trinidad, ellos comentan que la presencia indodescendiente en Trinidad ha legado una abundante teoría del color. Noto los azules, verdes, rosados, naranjas pastel del templo de Hanuman y aparecen delante de mí los beiges, naranjas, rosados, azules de los Soft Body Series. Aunque si se trata de color, “Caracas es bella,” dice la artista, “hay mucho verde, muchas plantas y arquitectura muy interesante”.

Desde la altura mínima del cerro de San Fernando, se divisa Bocas del Dragón, el dedo de mar que separa a Venezuela de Trinidad. “[Los dos países tienen]una historia en común, por ello Venezuela siempre fue referencia para mí. Recuerdo cuando estaba pequeña que en algunas vacaciones junto a mis padres y hermanos estuvimos sentados mirando las luces de Venezuela desde Trinidad”, relata Brathwaite. “Tuve que decidir cómo continuar de la manera más independiente posible para seguir siendo artista. Venezuela me brindaba esas oportunidades. […] Fue muy rápido hacer amistades […], especialmente con artistas y personas relacionadas al arte y la cultura como Gego, Rudolph Stejskal, William Stone, Teresa Casanova, Lourdes Blanco y Miguel Arroyo, Vladimir Sersa, José Sigala.”

Brathwaite llegó a una Caracas de los setenta eléctrica y cosmopolita, lejana de la aparente tranquilidad de Puerto España. Pero no hay que engañarse: basta con deambular un poco por las calles de Woodbrook, Belmont o San Fernando para encontrar una ciudad que desconcierta con su arquitectura o los sonidos superpuestos del soca, Bollywood o las baladas de Montaner. Sin referencias para hablar de Trinidad, una se contenta con verla acontecer, movible, escurridiza. “Duermo poco y prefiero trabajar durante la noche, dibujo mucho en la madrugada,” escribe la artista. “La noche es el momento en que las líneas, formas y colores empiezan a tomar libertades que luego se volverán en el día volúmenes de madera y tela […], o yeso, metal, cerámica, cemento, y los materiales que sean necesarios.”

La línea que se hace volumen en la cerámica, la tela o el yeso insiste en su deseo de libertad. Las formas de Brathwaite son forma desbordada: todo está en expansión, los Soft Body o los Subacán se propagan en el suelo o cuelgan en la pared. La línea de los dibujos sobre papel de la década del setenta es ensanchada y abierta, se escurre. Ese movimiento incesante, musical, vuelca la atención al proceso: lo que acontece o podría acontecer, a la vez que ensancha el tiempo. Y en Puerto España el tiempo es una cosa lenta que se detiene a las cinco de la tarde y calla el domingo. ¿Calla? Más bien suena bajito, porque como dije al principio, aquí y en las esculturas de Brathwaite, la música es incesante: flor que se abre, volcán en erupción, cerro que crepita.

La autora agradece a Valerie y Kenderzon por su generosidad en las respuestas, y a la larga lista de amigues que hicieron posible esta coun estnversación.

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