Avanzar hacia abajo parece algo contraintuitivo, algo que nos desorbita. Pero, paradójicamente, en este viaje tiene todo el sentido. El recorrido mismo reta la memoria colonial con la que enseñaron nuestros cuerpos, se pone incluso en duda el curso del tiempo mismo como línea de ascenso. Es un movimiento que revoluciona, un simple gesto que convoca el advenimiento de otro tiempo. Un tiempo en el que la memoria es el centro mismo, la brújula para desandar los pasos de quienes nos precedieron en el camino hacia la libertad.
La profusión de imágenes y objetos en este centro son, más que piezas individuales y autocontenidas, estímulos para el recuerdo. Bajando las escaleras hay una foto enmarcada de Malcolm X, debajo una cita de él: “Vean por sí mismos, escuchen por sí mismos, piensen por sí mismos”.
En otra pared está escrito un poema que ha sido atribuido a Manuel Saturio Valencia, mártir chocoano, la última persona en ser legalmente ejecutada por fusilamiento en Colombia en 1907, por un crimen que no cometió. Allí se lee:
[…]
Negro fue san Benedicto
Negras fueron sus pinturas
Y en la sagrada escritura
Letras blancas yo no he visto
[…]
La principal apuesta de este centro de memoria es ofrecer representaciones de la gente negra más allá de los clichés iconográficos: propiciar nuevas formas de pensar e imaginar la identidad afrocolombiana, no solo al recordar y figurar la supervivencia, sino al celebrar la resistencia como parte esencial de la identidad colectiva del país, un antídoto contra las ideologías dominantes del blanqueamiento y el mestizaje.