Benjamin Abras habla de su experiencia de vida en diferentes países. El legado de la colonización europea, la violencia cotidiana y el racismo estructural son algunos de los elementos que han constituido su discurso artístico y teórico.
Benjamin Abras, Kazumbanda (2016), basado en la música del músico y compositor brasileño Marku Ribas.
C&AL: En tu práctica artística, el cuerpo negro y sus relaciones con el lugar, el espacio, las fronteras, las translocaciones, los desplazamientos, la diáspora, etc., se utilizan como base para replantear, descodificar y volver a representar cuestiones tan diversas como la identidad negra, la encarnación de la negritud, la descolonización y la autocuración. ¿Podrías hablar más de eso?
Benjamin Abras: Estas cuestiones atraviesan el arte poscolonial contemporáneo en toda la diáspora africana, y ciertamente mis obras literarias, visuales, musicales y performativas se apoyan en filosofías que evocan la destrucción del espejo colonial y se presentan también como una invitación a repensar la humanidad, como una manifestación de insurgencia total ante esta herencia histórica. Sin esa invitación, creo que seguiremos en un estado de guerra que no produce evolución. En mi opinión, una de las posibilidades para que esta transformación se produzca, en un contexto verdaderamente intercontinental, es que las diásporas se conecten. Estoy escribiendo un libro de ensayos poéticos sobre este sueño en el que nosotros, que somos la mayoría en el mundo, nos conocemos y dialogamos sobre estrategias de evolución en un flujo paralelo o interseccional dentro de la estructura política hegemónica, que es una estructura que no nos escucha.
C&AL: ¿Qué ha aprendido sobre estos temas a través de sus experiencias viviendo en lugares tan diferentes como Brasil, Marruecos y ahora Finlandia, en términos de localización y desplazamientos en su práctica e investigación de performance?
AB: He recorrido casi todos los rincones de Brasil, y desde hace unos nueve años, viajo por el mundo, y cada vez que vuelvo a Brasil soy más consciente de los puntos culturales que surgen de nuestra herencia afroindígena. Por eso me he dedicado, aún más, a experimentar esa herencia a lo largo de los años. He estado en cuatro continentes, en ciudades y lugares donde he podido experimentar las peculiaridades de la cultura local. La estancia de unos tres meses en cada uno de esos viajes me ha preparado, sin duda, para este programa de inmersión en el que me encuentro actualmente. La experiencia de aprendizaje más poderosa es la observación de las encarnaciones corporales hegemónicas. La corporeidad social de cada lugar. El cuerpo es el principio y el fin de todo lo que ocurre en una cultura.
C&AL: En este momento, te encuentras en una residencia artística que pretende ampliar tu investigación e interés por una disciplina conocida como Afro Butoh. Ha habido algunas investigaciones teóricas sobre la falta de reconocimiento del impacto de las culturas afrodiaspóricas en el nacimiento del Butoh. ¿Cuál es tu método personal para relacionarte con esta disciplina?
BA: Mi investigación es el resultado de 26 años de inmersión, como discípulo, en las tradiciones de la Capoeira, la Umbanda y el Candomblé. Esta experiencia fue una elección personal tras observar la hegemonía de la perspectiva eurocéntrica en las artes en todo el contexto contemporáneo. El discurso y las acciones de descolonización son recientes, y están lejos de establecer una equidad en el imaginario humano. Las imágenes masivas en internet tienen un eje colonial. Se necesita otra filosofía para desencadenar otra experiencia estética. Mi relación con los cruces culturales comenzó cuando estudié la pintura zen y la literatura zen, y conocí la integración de la cultura y el performance no europeos, no sólo en el budismo sino también en su raíz más primitiva, la cultura sintoísta, y la cultura india. Decidí profundizar en las tradiciones afrobrasileñas para revelar su potencial a través de la filosofía de mi propio arte.
El Afro Butoh, desde mi perspectiva, es una herramienta experimental de los motivos afro, invisibles y utilizados de manera superficial en la esfera filosófica para reflexionar sobre lo humano. El Afro Butoh que desarrollo involucra las prácticas de curación a través de la voz, propias de la tradición de la Umbanda, técnicas de los Orixás africanos, Capoeira de Angola, etc. Como artista contemporáneo, esta dinámica me abre caminos hacia la poesía, la danza, el cine, el canto y el teatro de performance. Estoy trabajando en un libro de ensayos en el que describiré más a fondo los caminos que estas posibilidades pueden ofrecer.
C&AL: ¿Podrías detallar tu lucha personal en Brasil y las complicadas circunstancias que te obligaron a abandonar tu país?
BA: Brasil es un país complejo. Para transmitir mejor mi lucha, tengo que describir mi realidad como afrobrasileño. Soy el séptimo hijo de una familia de diez. Vivimos en los suburbios, en una región sin opciones institucionales para acceder al arte. En este entorno, mi destino habría sido el de convertirme en trabajador de una fábrica de la industria automovilística italiana que roba los recursos de mi ciudad, y paga mal a sus trabajadores con el pleno consentimiento del gobierno. El arte se convirtió en la única afirmación de mi identidad humana cuando empecé a esculpir y pintar murales teatrales a los 13 años. Añadí la poesía, la danza, la interpretación y el canto, y decidí ganarme la vida con mis creaciones. Cuando vendí mis lienzos en una exposición a los 16 años, comencé a ver que era una posibilidad real. Pero comencé a tener reservas respecto a entrar en diálogo con los espacios culturales. Estos no se abrían si no había una mediación de un artista blanco mayor que yo. Pero vivir como artista, en un país generado por el proceso de colonización europea, con políticas de exclusión y un alto índice de violencia, tiene un alto precio para una persona estigmatizada por el racismo brasileño.
Para vivir de aquello en lo que creo, tuve que convertirme en un artista polifacético, de ese modo, pude sobrevivir con mi arte en Brasil. Sin embargo, hacer mi propia investigación era limitado. Cuando pude hacer mi primer viaje internacional, empecé a invertir en esas posibilidades y descubrí que, incluso con todo el racismo de Europa, allí tenía más oportunidades de compartir y dialogar sobre mi arte que en Brasil. Al reflexionar sobre ese proceso de diálogos internacionales, que tuve durante esos siete años de viaje, comencé a cuestionar ciertas cosas en Brasil. Además, empecé a recibir amenazas de muerte por mi trabajo, que aumentaron hasta un punto insoportable con el auge de la extrema derecha en Brasil. Yo no quería dejar el país porque realmente amo a Brasil, pero me dediqué a denunciar la brutalidad policial, los constantes asesinatos de personas negras, y empecé a recibir terribles amenazas de muerte. Llegó un momento en que comprendí que tenía que irme o iba a morir. De modo que, así como James Baldwin tuvo que huir a París para sobrevivir, yo me fui de Brasil para no morir. El 11 de diciembre de 2018, tuve que exiliarme para que no me mataran y para mantener a mi familia fuera de peligro.
Ramiro Camelo es un curador residente en Myymälä2, Helsinki.
Traducción del portugués de Catalina Arango