El cuerpo negro que performa, fabula y forja futuros está en la propia génesis del cine negro. Entiéndase aquí «cine negro» como una categoría política más que estética, un gesto de demarcar la presencia de cuerpos negros que ocupan el lugar primordial en la realización de una película: la dirección. No obstante, es necesario un debate más amplio, que todavía no ha tenido lugar, para interrogarse qué obras y estéticas constituyen ese Cine Negro.
Alma no olho (1974), primera película de un realizador negro brasileño que pone su negritud en el centro del acto cinematográfico, presenta a Zózimo Bulbul –director, actor, guionista y productor de la película– (re)contando cuatro siglos de vidas negras en Brasil por medio de un único cuerpo (el suyo), un único escenario (un estudio en fondo blanco infinito) y ausencia de diálogos, contrapuesta a los sonidos vibrantes y la banda sonora de John Coltrane. Un cuerpo frente a una cámara comunicando una experiencia diaspórica.
Cine, performance y artes visuales
Corte a 2018. En producciones negras contemporáneas, en especial las hechas por mujeres, la performatividad no sólo mantiene su fuerza sino que ha buscado un diálogo que supera tanto lo específico de la performance en sí como lo especifico del Cine (aquí en mayúsculas para denotar un conjunto de reglas que delimita qué es y qué no es una película) tomando prestado dispositivos y procesos de creativos de las artes visuales.
Por ejemplo, confesadamente influida por Alma no olho, la película Kbela (2015), de Yasmin Thayná, abre de manera explícita un frente de diálogo con performances e intervenciones de artistas negras. Y no sólo eso. La propia puesta en escena del cortometraje moviliza los cuerpos performáticos. Cada escena constituye una unidad de sentido en sí, que puede ser apreciada aisladamente, fuera del contexto de la película. «Ejemplo de esto es la performance Bombril (2010), de Priscila Rezende, indispensable para el universo de referencias del cual se alimenta Kbela».