Así, desde inicios de 2017, empecé a concebir un nuevo proyecto al que he nombrado El retorno de lo reprimido. Este título alude a aquellos contenidos culturales negados que, sin embargo, siempre regresan de algún modo. Indagar en los archivos coloniales me permitió asomarme a la genealogía del racismo y del capitalismo. Racismo y colonialismo son inseparables, y, en cierto modo, son los pilares fundacionales del capitalismo moderno. No es posible pensar la raza sin el ojo clasificatorio del poder colonizante, que biologiza la desigualdad con el fin de justificar la dominación, la esclavitud, la servidumbre y la anulación de un otro que es –de manera supuestamente “natural”– inferior.
A finales del siglo XIX, tras las guerras de independencia, se inició en Argentina –como en el resto de los países latinoamericanos– un proceso de construcción de la identidad nacional. Esa identidad se forjó a partir de mitos de origen, símbolos y héroes nacionales. Así, surgió un nuevo espejo –marcado por anhelos europeos– donde era posible reconocerse como “argentino”. En una suerte de blanqueamiento de la población se promovieron políticas migratorias que estimularon la inmigración europea. A esto se suma la manipulación de las estadísticas poblacionales que, a partir del siglo XIX, eliminan la variable “raza” de las encuestas. El censo de la ciudad de Buenos Aires del año 1778 indicaba, por ejemplo, que el 30% de la población era negra. En 1887, sin embargo, ningún censo municipal registró información acerca de la raza de la población.
La supuesta desaparición del negro es uno de los misterios más intrigantes de la historia argentina, si bien el relato oficial propone distintas explicaciones. Una de ellas, bastante obvia, responsabiliza a la declinación del tráfico esclavo, tras la abolición de la esclavitud en 1813, de la desaparición de los afrodescendientes. Una segunda explicación habla de la desaparición del negro como efecto de las guerras de independencia, donde combatieron españoles, indios, brasileños y paraguayos, así como miles de soldados afro-argentinos que habrían muerto en batalla. Una tercera hipótesis habla del mestizaje: dada la escasez de hombres, como resultado de las guerras, las mujeres negras y mulatas, a fin de mejorar su movilidad social, se dirigieron a los hombres blancos para tener hijos de piel más clara. Un cuarto argumento da cuenta delas bajas tasas de natalidad y las altas tasas de mortandad de la población negra como resultado de las precarias condiciones económicas en que vivía. Según este argumento, los afrodescendientes morían en edades más tempranas que los blancos. Su desaparición culminaría, como un golpe de gracia, con la epidemia de fiebre amarilla de 1871.