Durante las protestas contra el régimen en México en 1968, las voces de feministas indígenas y artistas de color fueron ignoradas como parte importante de la oposición al sistema cultural dominante en la década de 1970. La segunda ola del movimiento feminista contemporáneo en el México posterior a la revolución fue la fuerza impulsora detrás de la transformación de la colaboración entre grupos activistas y varios colectivos feministas.
Mujeres Muralistas. Latinoamerica. 1974. Roy Anderson paints on concrete. 20’ x 76’. Mission St. bet. 25th & 26th St, San Francisco.
Grupo Bio-Arte: 1984, Laita, Nunik Sauret, Rose Van Lengen, Roselle Faure, Guadalupe Garcia-Vasquez. Munal, Bordando Sobre la Escritura y la Cocina. México.
Mónica Mayer, Lo normal (detalle), 1978, fotografías y tinta en cartón, 66 x 71 cm. Cortesía del Museo Universitario Arte Contemporáneo, UNAM.
Polvo de Galinha Negra, símbolo del grupo feminista fundado por Maris Bustamante y Mónica Mayer.
Guadalupe Garcia-Vasquez in Mexico 1976.
El movimiento feminista estaba estrechamente relacionado con el movimiento artístico. Ambos fueron arrastrados hacia el activismo por la radicalización de la política posrevolucionaria y ambos buscaron llamar la atención sobre las relaciones de poder dominantes y las prácticas performativas dentro de los movimientos sociales y las renombradas galerías y academias de arte mexicanas de la época. Dentro de las nuevas redes emergentes de artistas y activistas, aquellos movimientos experimentaron con diferentes prácticas visuales y performativas, así como con formas de expresión política, conformadas por un compromiso crítico con los mecanismos y prácticas de los movimientos sociales y los espacios públicos. Estas iniciativas sentaron un precedente para la visibilidad de las minorías en el mundo del arte, contribuyeron a la reaparición de las prácticas artísticas colectivas transdisciplinarias e interdisciplinarias, y a la validación de la cultura feminista e indígena en las artes visuales mexicanas posteriores a 1968.
En medio de revueltas estudiantiles globales, así como golpes militares e insurgencias de guerrillas en América Latina, las protestas en México se desataron en julio de 1968. Los disturbios del 2 de octubre de 1968 en el distrito de Tlatelolco de la Ciudad de México no solo tuvieron un fuerte impacto en las calles de la capital. Fueron también el escenario en el que una amplia gama de movimientos sociales se consolidaron a través de clases y fronteras. En 1966 y 1967, movimientos y grupos de estudiantes, feministas y trabajadores rurales como Mujeres en Acción Solidaria (1971), habían perseguido una agenda común en las metrópolis de Chihuahua y Guerrero. Sus demandas se enfocaban en reformar el sistema educativo, enfrentar la violencia de las autoridades policiales y militares y democratizar el régimen autoritario. En su resistencia contra el régimen, los movimientos de masas –en su mayoría de clase media y orientados hacia los estudiantes– tendían a marginar los enfoques feministas, así como las experiencias, voces y formas artísticas de expresión de los artistas negros.
Esto animó a grupos de acción feministas y artistas en áreas urbanas a organizarse en el contexto de la política cultural y ocupar nuevos espacios. Inspirado en los grupos contemporáneos de género mixto opositores de la década de 1930, muchos de cuyos miembros eran de poblaciones marginales, el nuevo movimiento de Los Grupos, que surgió a principios de la década de 1970, se distinguió de los movimientos artísticos anteriores por no estar interesado en un marco nacional, o con hacer arte para construir una identidad nacional. Querían unir un conjunto diverso de colectivos artísticos a nivel regional e internacional, ofreciendo a las artistas feministas posrevolucionarias –más allá de las construcciones de la diferencia, incluyendo género, raza y límites de clase– la oportunidad de romper con los géneros y espacios dominados por los hombres y explorar y politizar las concepciones de la modernización urbana, el erotismo femenino, el derecho a la sexualidad sin fines reproductivos, la despenalización del aborto, la alienación del trabajo doméstico y las esencializaciones gubernamentales de género y raza. Las activistas y las artistas feministas y de herencia afro crearon espacios subversivos y contraculturales, moldeados por un continuo compromiso crítico con los mecanismos y prácticas de los movimientos sociales y del mundo del arte. Estos espacios fueron sitios para nuevas formas de trabajo en fotografía, performance, cine y arte conceptual, que contrarrestaron los procesos de silenciamiento, exclusión y marginación efectiva de sus voces dentro de los movimientos de protesta más amplios, así como en museos y galerías nacionales.
El grupo Polvo de Gallina Negra, fundado en 1983 por las artistas feministas Maris Bustamante (1949), Mónica Mayer (1948) y Rowena Morales (1948), así como otros grupos de artistas feministas que siguieron, incluyendo Bio-Arte, Coyolxauhqui Articulada y Tlacuilas y Retrateras, formaron parte de un movimiento contracultural vibrante y de gran alcance. Junto a sus colegas, mujeres afrodescendientes y activistas negras como Ana Victoria Jiménez (1941) y Guadalupe García-Vásquez, cuyas voces han sido casi borradas de la narración histórica del movimiento artístico feminista, dieron forma a estas estructuras alternativas y diferentes prácticas sociales revolucionarias o de vanguardia, que les permitieron expresar colectivamente su política y estética indígena.
Colectivos como estos y sus precedentes organizaron grupos informales de debate para artistas feministas, muestras de grupos de artistas (por ejemplo, Intimate Collage en 1977) y nuevas galerías y espacios culturales. Las artistas expresaron sus convicciones en solemnes obras deconstruccionistas y performances. En las obras más conocidas, los temas recurrentes incluían el cuerpo, la subjetividad y el poder, la ambigüedad y la dualidad de género y sexualidad, y la cultura popular altamente específica de género en México, impregnada por discursos hegemónicos. Enfatizaron la importancia del trabajo colectivo y la solidaridad, y pensaron en sí mismas como encarnación de una crítica de las estructuras de propiedad y el elitismo del mundo del arte.
Durante la década de 1970, neomuralistas, artistas gráficos y escultores trataron los problemas de establecimiento de identidad de varias maneras, integrando los géneros, estilos y temas del nacionalismo revolucionario, el realismo social y el indigenismo para desestabilizar las construcciones normativas utilizadas en la década de México para definir los parámetros del arte políticamente comprometido, las instituciones artísticas y las prácticas artísticas como esfuerzos exclusivamente masculinos y blancos. Sus instalaciones, performances y exposiciones colectivas hicieron visibles las continuidades e intersecciones de su arte con los aspectos políticos de la revolución mexicana de la década de 1970, dando forma al género del “arte feminista” más allá de las fronteras nacionales en 1977.
En el contexto internacional, la retórica y las representaciones de los colectivos de artistas mexicanos establecieron parámetros. La aparición de un movimiento de arte feminista transnacional provocó el surgimiento de un colectivo de mujeres chicanas –Mujeres Muralistas, con sede en San Francisco, California– y otros foros y grupos feministas radicales en Buenos Aires y Río de Janeiro. Se entendían a sí mismas como una comunidad internacional contra la exclusión de identidades y narrativas de mujeres indígenas y artistas negras de las instituciones de arte eurocéntricas, elitistas y patriarcales. Al navegar por los movimientos sociales y el mundo artístico dominados por la clase media y hombres de la década de 1970, sentaron las bases para futuras galerías alternativas y espacios culturales, que exploraron el arte más allá de los estereotipos normativos y las divisiones binarias de género y raza.
Todo esto sigue siendo un intento inacabado de cuestionar las fronteras y los géneros disciplinarios y, lo que es más importante, las narraciones históricas que tradicionalmente definieron el surgimiento del movimiento de arte feminista en México. Existe una responsabilidad cada vez mayor de cuestionar y desafiar estas voces dominantes y las narrativas del pasado. De esta forma se podrá impulsar una nueva producción de conocimiento en los campos del arte, el feminismo y los movimientos sociales.
Referencias
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Arias, Carlos, Maris Bustamante, Mónica Castillo, Lourdes Grobet, Magali Lara, Mónica Mayer, and Lorena Wolffer. “¿Arte Feminista?”. En: Debate Feminista 23 (2001): 277–308. http://www.jstor.org/stable/42624636.
Giunta, Andrea. (CONICET / Universidad of Texas at Austin, Estados Unidos). Feminist Disruptions in Mexican Art, 1975–1987. / Disrupciones feministas en el arte mexicano, 1975 – 1987. Artelogie, 2013 no. 5.
Gutierrez, María Laura. “Ni útil, ni exótico. Deconstruyendo la(s) mirada(s). Una revisión del arte feminista en Latinoamérica”. En: Dirección Editorial: 115.
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Stefania Vittori es una activista política brasileña. Es investigadora asistente en el Departamento de Sociología “Diversity and Social Conflict” de la Universidad Humboldt en Berlín. Sus intereses de investigación incluyen discursos y políticas migratorias, teorías feministas, desigualdad social y política, con énfasis en los movimientos sociales y políticos en América Latina y Sudáfrica.
Traducción del inglés de Hernán D. Caro.