El artista francés Yoan Sorin, de raíces martinicanas, cita en sus objetos y performances la cultura pop, la danza contemporánea o la tradición del collage, y emplea el cuerpo como elemento fundamental del arte. Una charla sobre su visión artística.
Yoan Sorin, Slash Universe. Performance en CAC Brétigny, 2019. Foto: Fanny Trichet. Cortesía del artista.
Vista de la exposición Slash Universe, Dana Michel y Yoan Sorin. Escenografía: Romain Guillet. Una propuesta de Marie Bechetoille. CAC Brétigny, 2019. Foto: Aurélien Mole. Cortesía del artista.
Yoan Sorin, Frapper, Creuser. Performance. Exposición Une forme olympique, HEC, 2017 Foto: Céline Duval. Cortesía del artista.
A través de una estética de la ornamentación, las referencias pop y el ensamblaje, la práctica artística de Yoan Sorin (Cholet, Francia, 1982) se manifiesta por medio de diferentes formatos: dibujo, instalación o performance. Un recorrido por la trayectoria del artista francés de raíces martinicanas a través de cinco preguntas.
C&AL: ¿Cómo llegó el arte a su vida? Sé que antes usted practicó baloncesto de alto nivel. ¿Cómo fue que comenzó a estudiar en la escuela de arte?
Yoan Sorin: Yo vengo de un medio modesto en el que la cultura considerada oficial no tenía verdaderamente su lugar, algo así como que no estaba dirigida a nosotros. Crecí escuchando bélè, biguine y zouk [ritmos de las Antillas francesas: Guadalupe y Martinica], en los discos de mi madre y mi abuela, y los de punk-rock de mi padre, hasta que en mi adolescencia descubrí el rap. Efectivamente, practiqué baloncesto de alto nivel. Siempre he considerado a mi abuelo boxeador, François Pavilla, como un performer, un bailarín. Así, comprendí que el cuerpo podía desempeñar un papel de amplificador de emociones. La historia del arte y la pintura vinieron más tarde, a través de libros y revistas de arte. La escuela de arte me permitió entrar en contacto con diferentes técnicas de impresión, pintura y dibujo. Al principio me nutrí de imágenes cuyo contexto no siempre conocía: yo representaba y redibujaba todo lo que tenía alrededor, anotaba las frases que entendía. La idea era investigar las asociaciones que resultaran más absurdas y ver qué pasaba. Esta noción de collage llegó muy temprano, como una manera de crear puentes entre la cultura que me era propia, más bien la popular, y esa nueva cultura que estaba conociendo.
C&AL: ¿Cuáles son las grandes líneas de su trabajo? Pienso fundamentalmente en su práctica del dibujo y de la pintura, la materiología que usted despliega en sus muestras…
YS: Yo no busco necesariamente una coherencia en mi trabajo, prefiero confiar en mi instinto, lo que me da una gran libertad para utilizar materiales o técnicas nuevas. Lo íntimo constituye con frecuencia un punto de partida a partir del cual intento extraer un contexto y un cuestionamiento más general. No hay una clasificación autoritaria, cada gesto tiene para mí la misma importancia: un croquis se puede convertir en una obra, mientras que una cerámica más trabajada puede transformarse en un peso para bloquear una puerta. Mi trabajo reivindica cierta espontaneidad, las obras se tornan en accesorios pero a menudo se transforman también en materia. Yo reciclo las piezas realizadas, generalmente transformándolas o dándoles una segunda vida.
C&AL: ¿Qué lugar ocupa, por otra parte, el performance y la idea de escena en su actividad artística y de qué manera le resulta importante la noción de colaboración?
YS: El performance, desde mi punto de vista, permite reforzar la idea de desacralización de la obra. En última instancia, lo que me interesa es siempre esta idea de discutir y compartir. Al principio había considerado el performance como la posibilidad de ser lo más sincero y transparente posible. Mi cuerpo era también la herramienta que mejor conocía, me permitía mostrar de manera más simple mi proceso de creación. Las diferentes colaboraciones que he podido realizar, las considero también performances en los que, al final, el tiempo de creación común pasa a ser casi tan importante como el resultado. La colaboración es algo natural para mí, es una manera de descubrir nuevos territorios o de experimentar nuevas formas de hacer que yo no me permitiría hacer solo. Trabajar en el mundo de la danza contemporánea tanto como intérprete o como asesor no son prácticas distintas de mi producción. Forman parte de ella de manera integral. La escena es un espacio que me afecta particularmente, ya que su temporalidad se define por el cuerpo y porque puede también convertirse en un espacio de exposición temporal.
C&AL: ¿Cómo se relaciona, en cuanto artista, con sus raíces martinicanas? Cuando se habla de su trabajo, a menudo se hace referencia a lo créole o al archipiélago. ¿Cómo considera esta lectura y esta relación con la idea del mestizaje y de sus orígenes martinicanos?
YS: Desde muy temprano tomé consciencia de que mi identidad podía ser flexible. Lo que soy, de dónde vengo y lo que las personas perciben de mí no siempre concuerda ni puede verse a través del mismo cristal. Martinica siempre ha sido una respuesta a las preguntas insistentes sobre mis orígenes, pero en realidad no he vivido jamás en Martinica. Ese territorio se volvió para mí algo muy íntimo, una mitología creada a partir de cuentos familiares, un imaginario poblado de historias, olores y gustos. Martinica es fundamentalmente la imagen de mi abuelo, que fue campeón de boxeo de Francia y de Europa en los años sesenta. Me doy cuenta de que heredé objetos muy numerosos y diversos sin conocer su procedencia y, de algún modo, fue a partir de esa colección de objetos que creé mi propio origen. A menudo los fusiono con instalaciones, para invocar ancestros y para situarlos nuevamente en el centro de la acción. Siempre está la idea de compartir mi intimidad y ocupar un espacio como si estuviera en casa. En lugar de tener fotos de familia colgadas en la pared, coloco allí esos objetos de pacotilla. De esta forma, haciéndolos convivir con otros objetos, se crea y se materializa un universo de tipo créole.
C&AL: Usted expuso este otoño con su amiga coreógrafa Dana Michel en el Centre d’art de Brétigny en Francia y se encuentra ahora en una residencia en Triangle en Marsella. ¿Qué proyectos tiene para el futuro?
Esa exposición con Dana Michel me permitió clarificar ciertas aspiraciones, fundamentalmente la de crear un territorio que puede definirse entre la exposición, la escena de teatro o de stand up: lo que me gusta es producir y realizar performances espontáneos. Además de una colaboración para Manifiesta en Marsella este verano, y una participación en Dust Specks on the Sea, Contemporary Sculptures From the French Caribbean and Haïti, que se presentó en 2018 y 2019 en distintos espacios de los Estados Unidos, tengo previstos diferentes proyectos con la galería 14 N 61 W, de Martinica, que apoya mi trabajo desde hace un par de años.
Frédréric Emprou realizó la entrevista. Es crítico de arte independiente y curador. Vive en Nantes y Paris, Francia.