El escritor Binyavanga Wainaina falleció a la edad de cuarenta y ocho años. Neo Sinoxolo Musangi, su amigo cercano, escribió una nota muy personal sobre el legado que dejó Wainaina: un análisis social agudo y una existencia decididamente queer.
Binyavanga Wainaina. Foto: Paul Munene
Hay muchas maneras de escribir sobre Binyavanga Wainaina
Hay una miríada de abordajes diferentes para hablar de Binyavanga: el autor de One Day I will Write about This Place (Un día escribiré sobre este lugar); el escritor que con Discovering Home (Descubrir el hogar) ganó en 2002 el Premio Caine de Literatura Africana; el famoso satírico que nos dio How to Write About Africa (Cómo escribir sobre África); el orador que dio su charla TED Conversations with Baba vestido de tutú; el colaborador del periódico Mail and Guardian que ridiculizó la ayuda humanitaria en “Oxfamming Through the Whole Black World” (Oxfamear todo el mundo negro), el hombre que hizo su coming out en “I am a Homosexual, Mum” (Soy homosexual, mamá); el intelectual caótico y ridículamente cómico del video en seis partes We Must Free Our Imagination (Tenemos que liberar nuestra imaginación); y el africano que arriesgó todo declarando en Facebok que tenía HIV; y hay más.
Al momento de escribir esto, Binyavanga Wainaina lleva muerto ya varias semanas. Tenía cuarenta y ocho años. Esto es importante: Binyavanga estuvo en el mundo apenas cuarenta y ocho años y tres días. Después murió. Tal vez sea más fácil hablar de él ahora que su persona física ha desaparecido. Tal vez incluso resulte salvador escribir sobre Binya. Una de las cosas que no puedo, que nadie puede hacer con Binya es reducirlo a un fragmentario sencillo y fácil de degustar. Como la mayoría de las personas, fue, y continuará siendo, un ser sumamente complejo. Un intelectual público, hijo, amante, tío, sobrino y amigo. De todas estas posibilidades, el Binya sobre el cual decidí escribir es el Binya que fue mi amigo. Un Binya del que tuve el privilegio de ser testigo en mi calidad de estudiante de literatura pero también de persona relativamente desconocida que tuvo una permanente relación con el hombre, con Binyavanga Wainaina.
Pero… Donde estuvo Binya no ha quedado nada sino poesía. Y lágrimas. Nada sino más bien lágrimas.
Escena 1 (después de niño hechicero)
17 de noviembre de 2015
Estamos sentados en la barra esperando la hora. hablando en un idioma extranjero llamado normativo porque ya no es seguro estar aquí.
(un amante espera la muerte, del otro lado)
Además:
no queda nada desde que el apocalipsis imaginario dejó de ser una reflexión del tiempo y Taty dejó de insistir con esa estúpida canción.
(¿le dirás a ella que te enseñé a volver el cuerpo insensible al dolor?)
esta mañana, una monja llorosa de piernas peludas abrió mi puerta con su nariz para explicarle a él qué hacen los amantes cuando ya no pueden hacer sufrir a sus ex.
(él dice que le recuerde a ella sacar sacas sus uñas de debajo de mi cama pero yo primero quiero que él haga que esos dedos sangrientos dejen de colgar de mi techo).
Escena 2 (para binya)
24 de noviembre de 2015
en el espacio exterior esta mañana había un pájaro en mi cabecera
trinando en un lenguaje llamado amor.
(binya, si el amor fuera un acto, ¿cómo sería?)
Supongamos que amar fuera un verbo de acción, y el espacio exterior fuera un lugar,
¿entrarías en ese caño de acero y te deslizarías conmigo?
(tengo que hacer una confesión):
[…] todo me conduce a ti.
Así que, por favor, dime una cosa:
¿puedo dejar de amarte?
Escena 3 (¿por qué?)
21 de mayo de 2019
binyavanga. binya. el binj.
silencio.
Escena 4
22 de mayo de 2019
frank sinatra:
[…]
Yes, there were times, I’m sure you knew
When I bit off more than I could chew
But through it all, when there was doubt
I ate it up and spit it out
I faced it all and I stood tall
And did it my way
For what is a man, what has he go
If not himself, then he has naught
To say the things he truly feels
And not the words of one who kneels
The record shows I took the blows
Yes, it was my way
Escena 4 (un tributo)
Nairobi, 30 de mayo de 2019
Es difícil pensar en una época en la que no conocía a Binyavanga Wainaina.
Siendo como es, Binya se niega a permitirme recuerdos de una época anterior o de una época ya-nunca-más. Y me parece bien.
Mi amistad con Binya siempre fue rara. Binya no era mi amigo porque, y solo por eso, éramos queer de modos muy variados, teníamos demasiado género entre nosotros. Binya no fue mi amigo en el sentido de que la mayoría de sus amigos ya tenían una reputación doméstica en literatura y en artes. Yo no había estudiado en Mang’u o Loresho o Lenana o en ninguna de las grandes escuelas a las que habían ido sus amigos. Yo había ido a escuelas del Tercer Mundo en partes de Kenia que, igualmente, eran del Tercer Mundo. Los amigos de Binya habían crecido en Nairobi y venían de apellidos que uno reconocía en la cartografía de la distribución de la riqueza en Kenia. Yo, por otro lado, había crecido en internados de cualquier lugar menos de Nairobi, y ni siquiera tenía apellido.
En esos días, Binya tenía una forma estridente y hasta tal vez molesta de dominar la conversación con sus gestos exagerados. En esos días, Binya también era adorable por su lucidez, por su capacidad de análisis, por sus contradicciones. En años posteriores, Binya estaría perturbadoramente retirado y tranquilo. Me llamaría entre lágrimas y presa del temor a la muerte, a la depresión y a recién descubiertos caminos hacia la vulnerabilidad.
Binya había cambiado.
Los tres últimos años fueron difíciles para nuestra amistad. Binya tenía miedo de quedarse solo, esos tres años. Gritaba mucho. Sufría mucho de pánico. Pero también cocinaba mucho y ¡cómo cocinaba! Sus platos tardaban tanto tiempo en estar listos que todos ya estábamos borrachos de Tusker y discutíamos… estos últimos tres años Binya también dio mucho. Casi cotidianamente escribía anatemas y conceptualizaba revoluciones. Escribió numerosos borradores de las ideas más intergalácticas que jamás leí de él.
Yo iba a bailar con el Binya de los tiempos tempranos, quien, dicho sea de paso, no sabía bailar. ¡Parecía tener dos piernas izquierdas como las personas blancas! Al Binya de antes yo le teñí el pelo de colores extravagantes, algunos de los cuales él odiaba y se sacó. En una de nuestras temerarios e irreflexivos impulsos tomamos un taxi desde Nairobi hasta Lamu, en 2015, justo antes de que llegara el nuevo Binya.
Con Binya hicimos cosas enfermas.
Bailamos. En River Road, en Melville, en Gatwikira, en Reke Marie, en Dagos, y arrojamos gallinas blancas al Océano Índico.
Quise a Binya de formas que no imaginaba que era posible querer a un hombre. Binya fue la clase de amigo del que uno estaría dispuesto a recibir una bala, y recibí bastantes de él. Balas directas y perforadoras que golpearon y redefinieron mis ideas y el modo en que elegí trabar amistades.
Binyavanga Wainaina me enseñó a querer viciosa, temerariamente, y a un ritmo rápido. Binya me enseñó que querer a alguien era también comprometerse y cuidarlo y aceptar una vida de conflictos.
Binya, que los ancestros te estrechen en un abrazo. Que limpien las partes donde todavía hay dolor. Que tú, querido, seas un ancestro digno y ojalá nos perdones.
Te querré siempre y te extrañaré mucho. Un mundo sin ti se siente un poco vacío. Te querré siempre. Para siempre, hoy y siempre.
Escena 5 Studio 44
un tiempo y lugar post-binya
no es así como morimos.
en una abstinencia de enigmas: Olor a Ketepa y a acrílicos / bailamos al compás de las letras / que nunca entendimos – infancias activadas como si habláramos lingala (pero tal vez lo hicimos, o no) – [destinados a la incertidumbre de vivir – como si estuviéramos muertos]
y aprendimos a enterrarnos mutuamente / los unos a los otros con ojos secos; ya gritamos todas las lágrimas / por gente que no conocíamos (pero la mayoría de las veces por nosotros mismos)
así es como morimos.
Neo Sinoxolo Musangi es un artista experimental, escritor y groupie de arte certificado quien vive en Kajiado, Kenia. @sinoxolomusangi
Traducción del inglés de Nicolás Gelormini