Cuando se debate sobre arte y cultura, a menudo no se tienen en cuenta el capitalismo y el neoliberalismo. Esto a su vez contribuye a crear una jerarquía dentro de la representación pan-africana, escribe para C& Will Furtado.
Arthur Jafa, Dreams Are Colder Than Death (Los sueños son más fríos que la muerte) (instantánea), 2013. Cortesía del artista y de Gavin Brown’s Enterprise, Nueva York/Roma.
Black Panther (instantánea), 2017, con Florence Kasumba, Danai Gurira, y Lupita Nyong’o © 2017 – Disney/Marvel Studios.
Cuando se le preguntó si alguna vez pensó en adaptar una de sus muestras al lugar particular donde se realizaba, Arthur Jafa dice inequívocamente no. Y –además de que es su derecho como artista– tiene un argumento. Actualmente, Jafa tiene una muestra grande en la Julia Stoschek Collection (JSC) de Berlín, en colaboración con las galerías Serpentine, de Londres, donde hizo una exhibición el año pasado. Ambas son reediciones de A Series of Utterly Improbable, Yet Extraordinary Renditions y abordan de modo profundo temáticas raciales específicas del contexto norteamericano mediante intrincados videomontajes de carácter catártico. «Quiero hacer cine negro con el poder, la belleza y alienación de la música negra.», dijo Jafa en la revista Interview refiriéndose a Love Is The Message, The Message Is Death, un video hecho a partir de material encontrado sobre el sufrimiento y el éxito negro, al que le puso de banda sonora Ultralight Beam de Kanye West.
En el caso de la obra de Jafa, la adaptación a un lugar o contexto particular, especialmente internacional, significaría la estandarización y simplificación de la experiencia negra. Y por extensión, la borradura de la experiencia negra, en este caso, en Europa, donde está siendo exhibida su obra. Sin embargo, desde un punto de vista curatorial, es exactamente eso lo que está en juego cada vez que los curadores de Europa dan más lugar a los artistas no europeos en las muestras que abordan cuestiones raciales.
La preeminencia de los afroestadounidenses en la artes parece ensombrecer el arte hecho en África y en la diáspora, sea en Europa o en cualquier otro lado. Esto sucede por varias razones y afecta la pluralidad de la negritud en todo el mundo y el modo en que ésta es percibida y apoyada.
Gran parte de la prensa elogió por revolucionaria la reciente película del universo Marvel, Black Panther, del director Take Ryan Coogler. Y lo es en algunos aspectos, por ejemplo respecto a la representación mainstream. Es la primera película de superhéroes que trata la cuestión de ser descendiente de africanos; su director es afroestadounidense; transcurre parcialmente en África e incluye actores de África y Europa. ¿Pero qué pasa con las películas de elenco completamente negro hechas en África? Habría que celebrar con entusiasmo a Nollywood y a películas como I Am Not a Witch de Rungano Nyoni, lanzada a finales de 2017. ¿No importan esas películas? ¿No son dignas de mención, apoyo y distribución a mayor escala? ¿Se vio en Black Panther a alguno de los principales actores africanos que no fueron a Yale?
Uno de los logros más festejados de la película es haberle mostrado a Hollywood que las narrativas negras venden y por eso no hay razón para despreciar sus historias o a los profesionales, artistas o actores negros. Si bien la representación importa y puede reafirmar la idea de que también la vida negra importa, en este caso la premisa está incorporada al discurso de las ganancias y del arte como mercancía. Al fin y al cabo, Marvel Cinematic Universe es propiedad de Disney, que históricamente ha sacado provecho de películas de tono implícitamente racista.
Cuando se debate sobre cultura y sobre países como los Estados Unidos, hay algo que no debe quitarse de la ecuación: el capitalismo y, más específicamente, el neoliberalismo. Por eso usar el éxito comercial como indicador de «éxito» y «revolución» es erróneo y peligroso. Hay artistas, pensadores, y especialmente raperos que trataron el tema directamente. El más reciente fue el rapero Drake en su video de «God’s Plan», donde reparte dinero a la gente en la calle. Hay otros que lo desatienden, por ejemplo el escritor Ta-Nehisi Coates que, en relación con la aparición de su libro We Were Eight Years in Power (2017), fue acusado por el profesor Cornel West de representar el ala neoliberal del movimiento por la libertad negra. Esta ala, sostiene West, puede sonar militante respecto a la supremacía blanca, pero vuelve invisible el contraataque negro. Y las consecuencias de esa actitud pueden observarse en las artes, en el modo en que los artistas negros ceden al mercado del arte. «Los artistas de hoy ya no luchan contra el orden colonial», dijo el veterano artista Rasheed Araeen en el encuentro de marzo de 2018 de la Sharjah Art Foundation refiriéndose al hecho de que los artistas no occidentales están ganando popularidad en el mercado global del arte y a cómo el efecto de esto es, frecuentemente, la apatía política. Araeen también es muy crítico del arte predecible que hacen algunos artistas de color y de los gobiernos no occidentales que satisfacen las expectativas del occidente blanco.
Es posible que la cultura y el comercio se necesiten mutuamente para prosperar, ¿pero siempre tiene que ser a expensas de los desfavorecidos? La preeminencia estadounidense en las artes puede ser una espada de doble filo. Por una parte, las exportaciones culturales como el hip-hop no sólo ayudaron a los negros sino a toda clase de minorías a articular su propia idea de libertad. Por otra, este fenómeno, dada su creciente rentabilidad, también conduce a la borradura y el menosprecio de culturas locales y a la reafirmación de una jerarquía donde a menudo la marca Estados Unidos está en el primer puesto. En los últimos años ha renacido el deseo de algo más «auténtico», algo que en sí podría ser producto de nuestra economía de mercado que de modo continuo y caníbal busca lo nuevo para convertirlo en mercancía. El mercado y la industria del arte siempre han tenido la tendencia a convertir todo en mercancía, desde la personas hasta las ideas y las emociones. Cuando no se reconoce el papel del capitalismo arraigado en la cultura, la que sufre las consecuencias es la gran mayoría. Y en el caso de la negritud, la urgencia por enfatizar esto es más fuerte, ya que el capitalismo fue la fuerza que impulsó la esclavitud.
Si hablamos del arte que aborda la raza y el racismo, en 2018 siguen dominando las narrativas estadounidenses. En Europa, los artistas negros y en general no blancos a menudo son menospreciados en favor de los artistas afroestadounidenses y de sus experiencias. Y también hay ocasiones en las que afroestadounidenses organizan eventos en África con una actitud imperialista y así les prestan poca atención o cuidado a las realidades locales, o en las que un mensaje «lúcido» es usado para proyectos capitalistas.
No hay duda de que Arthur Jafa merecía su muestra individual en Serpentine y JSC. Pero tenemos que preguntarnos por qué los artistas negros de Europa que abordan el tema de la raza no gozan también del mismo apoyo. Históricamente la izquierda alemana apoyó a los intelectuales afroestadounidenses, desde Angela Davis hasta Audre Lorde. Cuando encarcelaron a Davis en octubre de 1970, The New York Times informó que gracias a los movimientos estudiantiles, en Europa y especialmente en Alemania Oriental, surgieron iniciativas espontáneas en apoyo de Davis.
También en Alemania Occidental, diez mil personas incluyendo al ex alcalde de Berlín Heinrich Albertz y al diputado K. H. Walkoff, firmaron un petitorio por la libertad de Davis. Pero aun así callaron sobre los problemas que afectaban a los alemanes negros.
En Londres, si bien el año pasado la exhibición Soul of Nation, en la Tate Modern, fue recibida con grandes elogios y tuvo un alto número de visitantes (especialmente negros), todavía falta una muestra de igual magnitud dedicada a los artistas británicos de color. La representación importa, el apoyo curatorial e institucional no debería ser subestimado cuando se trata de ayudar a los artistas a llevar su arte más lejos o simplemente a sobrevivir para contar sus historias a través del arte.
Pero las cosas nunca tienen un solo aspecto. Con raras excepciones, las instituciones británicas también tienden a enfocarse desproporcionadamente en experiencias del mundo de habla inglesa. Por lo tanto, a veces el Reino Unido puede funcionar como los «Estados Unidos» de Europa, y así los artistas británicos representan de modo desproporcionado la diáspora europea de las personas de color. El pabellón de la diáspora de la 57º Bienal de Venecia, por ejemplo, presentó en su mayoría a artistas radicados en Reino Unido. Esto deja rezagados y les da una excusa para no organizarse a los artistas negros de Europa continental, que por lo general se han desarrollado aisladamente. Pero las cosas están cambiando y ahora hay un nuevo despertar en relación con estos temas. En todo el continente hay iniciativas que están creando redes que vinculadas a los artistas negros y en general no blancos. Una de esas iniciativas es 1.1., fundada en 2015 por los artistas Deborah Joyce Holman y Tuula Rasmussen. “Queremos ampliar una narrativa que circula comúnmente y tiene una representación desproporcionada y una enunciación muy poco diversa», dice Holman. «Europa es un continente diverso, y esto debería reflejarse tanto en las producciones como dentro de las infraestructuras de las instituciones.» Al hacer del arte una mercancía, el capitalismo contribuyó simultáneamente a democratizarlo, hasta cierto punto. Esta paradoja ha creado nuevos mundos de oportunidades y ahora es tarea de los custodios del arte garantizar que esto llegue a todas las perspectivas africanas.
Will Furtado es editor en jefe adjunto de C&.
Traducción del inglés de Nicolás Gelormini.
Este texto fue publicado originalmente en la edición impresa de C& #9. Puede leer toda la revista aquí.