En esta entrevista, la artista brasileña habla sobre el concepto de conocimiento invisible y explica cómo su trabajo decodifica y transforma la violencia para devolverla al público de manera estética.
Still de "Macumbarica", instalación de video de Taís Lobo y Pêdra Costa. Museo de la Solidaridad Salvador Allende, Chile, 2017.
Still de "Macumbarica", instalação de vídeo de Taís Lobo e Pêdra Costa. Museo de la Solidaridad Salvador Allende, Chile, 2017.
C&AL: Usted cumple un papel fundamental en la emergencia de estéticas y éticas «cuir» en el campo de la producción artística brasileña contemporánea. ¿Cómo llego al concepto de «conocimiento invisible». O más bien, ¿cómo llego a usted ese concepto?
Pêdra Costa: El nombre provino de una colcha de retazos de conocimiento que se fue creando a través de la observación de varios momentos de la historia nacional, en conexión directa con mi historia personal, es decir: conocimiento histórico, artístico y experiencia de vida. Como dice mi amiga Musa Michelle Mattiuzzi: según el proyecto colonial, se suponía que sólo existían personas blancas. Entonces, ¿en qué se equivocó ese proyecto? Es ahí que entra el conocimiento invisible. No para dar una respuesta, pues ya está dada, sino para señalar caminos anticoloniales y de supervivencia a las necropolíticas. Es un conocimiento que sigo desarrollando y nunca estará listo. No es nada nuevo y ya existía de diferentes formas y con otros nombres, abarcando la arquitectura, la inmigración, las ancestralidades, el epistemicidio, la clase social, lo cuir del Sur Global, la intuición, las prácticas artísticas y religiosas. Y, lo más importante, conocimientos que aquel proyecto intentó eliminar pero continúan desarrollando y buscando otras formas de estar en el mundo y que tienen una conexión directa con mi cuerpo. Todavía sigo buscando una forma de hablar sobre todo esto, ya que para reconocerlo se necesita experiencia de vida. Y sólo hablando no se puede mostrar la dimensión de ese proceso. El conocimiento invisible es la encrucijada.
C&AL: Un elemento particularmente intrigante es la relación entre ese concepto y los modos de organización, histórica e íntima de la violencia. El «conocimiento invisible» es también un «conocimiento resiliente» que atraviesa su propia extinción y se manifiesta a través del tiempo. Usted está trabajando esto en un proyecto llamado Violence in the Arts. ¿Cómo se articulan la violencia y el arte en esta propuesta suya y en su recorrido como artista?
PC: Ese conocimiento es sensible. Al ser sensible, también es empático y para ser sensible y empático, es necesario que sea resiliente. Fuera de eso, es sólo dolor y los procesos son los mismos. Ese conocimiento trae la resiliencia consigo, pero depende de nosotros acceder a él y salir de la prisión de los traumas, si resulta posible. Y como usted misma dice: el mundo es mi trauma. Y creo que eso es revolucionario, en el sentido de ir contra el sistema capitalista/colonial en que vivimos. Y no hay fórmulas: a la vez que es sensible, es colectivo, es resiliente, anticolonial. Y cada forma de manifestación es única. Parece paradójico tener tales características, pero no lo es. Es una encrucijada. Mi trabajo se basa en y se alimenta de la violencia, que es decodificada, transformada y devuelta de manera estética. Algunas personas consideran que el resultado es violento. Yo, no, si lo comparo con toda mi historia particular de violencia. Y muchas veces muestro el trabajo de forma festiva, graciosa, divertida, pero siempre yendo directo al punto, más allá de que este sea visible o no para el público.
El mundo es mi trauma. Y creo que eso es revolucionario, en el sentido de ir contra el sistema capitalista/colonial en que vivimos.
Nunca esperé la aprobación del mercado del arte y de la academia. Esa máquina de producción, competencia y aprobación es extremadamente violenta. Nunca me fue dada la aprobación y, automáticamente, quedé fuera de la competencia y la producción. Cuando todo decía «no», yo decía «sí». Es un camino solitario, pero libre. Por esa razón, mi trabajo se basa en la acción directa, en la urgencia de vida y en el tiempo de maduración que requieren las obras en sí. Hay personas que me consideran radical. Y lo soy, porque voy a la raíz de las cosas, las bases de las estructuras sociales. Eso se muestra en los feedbacks, muchas veces violentos, que recibo. Y ese es mi trabajo: poner el descubierto el falso estado de bienestar a través de la repugnancia, y potenciar las subjetividades subalternizadas a través de la empatía. Mi trabajo es específico y, digamos, limitado a lo performático, pues es necesario que yo esté presente para que en el público se produzca de la manera más efectiva la empatía, la apatía o la repugnancia. Todas esas formas de recepción y feedback alimentan mi trabajo. Puedo afirmar una cosa sobre el conocimiento invisible: en lo íntimo, no hay espacio para la deshonestidad.
C&AL: Esa relación entre intimidad y colectividad es uno de los elementos que más me llama la atención de lo que dice. ¿Cuál es su relación con las comunidades de que participa y cómo describiría (interseccionalmente) su propia posición en el mundo, entre la singularidad de tener su cuerpo-vivo y las colectividades que él encarna?
PC: Me parece que las relaciones son muy formales, y más formales en la academia, y más en Europa y más en el networking del mercado de arte. Yo trabajo mucho borrando las esferas de lo público y lo privado. Y sigo un camino que considero muy particular, al llevar a esos espacios una forma de estar que crea afectividades donde hay formalidades, aproximaciones donde hay distancias. Eso puede ser riesgoso, pero me juego por lo que creo, porque me percibo como una persona empática. No hay lugar para la duda cuando se usa la intimidad para conectar la colectividad. Mi posición en el mundo es en una encrucijada, y en el encuentro de saberes incorporados en los que el conocimiento se adquiere con la experiencia. Saberes del Sur y del Norte global, del pasado y del futuro, saberes canónicos y de las calles. Esos conocimientos con esos nombres específicos aparecieron muchos después en mi vida, y entonces lo que hice fue reconocer y agradecer. Reconocer las cuestiones queer, anticoloniales, empáticas, comunitarias, interseccionales, geopolíticas, etc. y agradecer por los esfuerzos de esas personas que centran su vida en desmantelar los proyectos violentos contra las subjetividades no normativas, no blancas, no occidentales, no privilegiadas. Mi forma de estar en el mundo es revelar las violencias que me formaron y siempre estar en diálogo con las comunidades de las que formo parte.
C&AL: En medio de esa encrucijada de saberes, fuerzas y formas que componen su trabajo, concluyo con una pregunta: ¿cómo lee el futuro ante el nuevo ascenso del fascismo en el nivel global y la rearticulación brutal del colonialismo en Brasil?
PC: Pienso que nunca salimos de ese tiempo colonial. Vamos a continuar luchando y sobreviviendo con las herramientas que desarrollamos, con los conocimientos invisibles.
Pêdra Costa tiene su propio cuerpo como base de su trabajo y actúa por medio de arte performático, videos y textos, y haciendo uso de epistemologías complejas y fragmentadas de las comunidades queer. Sus trabajos están impregnados del conocimiento que fue destruido casi completamente por el proyecto colonial. El(la) pone en juego la estética política pospornográfica y estrategias anticoloniales. Y enfrenta los fracasos cotidianos, transformándolos en fuerza creativa siempre en conexión con ancestralidades mixtas y olvidadas.
Jota Mombaça es una bicha no binaria, nacida y criada en el nordeste de Brasil, que escribe, hace performances y realiza estudios académicos sobre las relaciones entre monstruosidad y humanidad, anticolonialidad, redistribución de violencia, ficciones visionarias, el fin del mundo y las tensiones entre ética, estética, arte y política en la producción de conocimiento del sur-del-sur global.
Traducción del portugués de Nicolás Gelormini