La aparición de los medios digitales continúa distorsionando la manera en que los individuos y las sociedades se relacionan. Existimos en un mundo saturado de medios. Los métodos de recopilación, producción, distribución y generación de información han cambiado drásticamente. Por lo tanto, existe la necesidad urgente de que quienes participan en la interpretación de los artefactos culturales (objetos visuales, textos y performances) respondan a partir de nuevas perspectivas. En este artículo, Enos Nyamor explora distintas visiones sobre el periodismo cultural en un mundo hipermediatizado.
Sophie-Charlotte Opitz, Digital storm, 2019.
Todos estamos enfrentando tormentas diferentes, pero es claro que vamos todos juntos en el mismo barco: el barco del posthumanismo digital. Más que en cualquier otro momento documentado de la civilización humana, la infraestructura digital se ha convertido en el nervio central de la producción y reproducción social. A través de océanos, montañas y desiertos, la conflagración digital se extiende como un incendio forestal, consumiendo y alterando todo lo que se atraviesa en su paso. En todas partes, hay rastros digitales: imágenes, textos, sonidos o una combinación de estos tres elementos.
La estampida digital ha anunciado la creación de un mundo virtual sin fronteras, y ha creado una nación cuya población es cada vez más grande. Pero el cambio radical de lo físico a lo virtual ha sido una fuente de confusión para los sistemas tradicionales, que se construyeron para durar mil años, y que ahora se están volviendo obsoletos. Con el enfoque neoliberal, los emprendedores experimentan con formas de apropiarse de la propiedad común, que es internet, mientras las autoridades políticas reaccionan con leyes y tecnologías de control. Pero ¿qué tan elusivas son estas leyes y controles y qué tan sostenibles son sus enfoques en un mundo cada vez más cibernético?
El statu quo tiene todas las razones para estar alerta; en realidad, el poder nunca está tan seguro como parece. Las tecnologías digitales, con su capacidad de liberarse del control, son una forma de subversión y disminuyen la ubicuidad de los gobernantes, así como su capacidad de infundir miedo. De repente, la vida cotidiana es un concurso de narrativas políticas. El papel de los políticos está disminuyendo, al igual que su control sobre el tipo de información que los medios pueden producir y el conocimiento que las masas pueden consumir. Esta forma de distribución no lineal del conocimiento es abiertamente subversiva e interrumpe el ensamblaje vertical del poder: el valor central de todo sistema burocrático.
Lo anterior marca una transformación radical en el proceso de difusión de la información. Dentro de un contexto político, la información puede convertirse en piezas de propaganda que son fundamentales para inspirar a la acción e influir en el proceso de toma de decisiones. Y es que cada franquicia política, sin excepción, se nutre de la capacidad de manipular la información. Sin embargo, los nuevos medios de comunicación sugieren constantemente la muerte de la centralización del conocimiento y, de este modo, el fin del control político del cuarto poder. Este cambio altera el concepto de la mediatización de la política, la noción central de la comunicación de masas y la prensa tradicional.
Con la multiplicación de plataformas de distribución de información, y con las posibilidades de las asambleas locales, la mediatización de la política disminuye constantemente. La esencia del término general «mediatización» habla, por supuesto, de la capacidad de los medios de comunicación o la prensa de dar forma a las narrativas políticas y de hacer ajustes debido a sus influencias. Pero es probable que el surgimiento de asambleas horizontales o, en términos concretos, la promesa de las asambleas horizontales, disloque la importancia de una plataforma política universal. Esta reorganización presenta la característica clave de un mundo digital proteico, donde el conocimiento se produce y se descarta constantemente.
Si bien sigue siendo objeto de disputa, las asambleas horizontales se van a volver cada vez más significativas, y estarán conectadas a través de infraestructuras digitales. Los desafíos actuales de las noticias falsas, por ejemplo, conducen constantemente a su evolución. Debajo de estos impedimentos surge la demanda de la auto-organización [i]. Las comunidades deben producir y reproducir constantemente estructuras sociales de una manera que trascienda los sistemas ortodoxos. Este futuro auto-organizado, aunque volátil, puede conducir a una nueva forma de mediatización que, por supuesto, implicará la mediatización de la cultura y la vida cotidiana.
Llegar a tales sistemas posiblemente será un largo proceso, pero la mediatización de la cultura es casi una reacción natural a la multiplicación de las plataformas, así como a las agencias locales que no requieren de un sistema administrativo centralizado. Incluso hoy en día, las redes sociales, por ejemplo, se han convertido en una fuente de información para los principales medios de comunicación. Aquí tenemos un caso clásico de cuando la cultura digital le suministra información a los medios de comunicación y estos, a cambio, reaccionan y ajustan los enfoques de recopilación, procesamiento y distribución de la información.
Y, sin embargo, los nuevos medios funcionan a partir de capas de algoritmos, algunos de los cuales son independientes de la acción y las decisiones humanas. Debido a que las máquinas o los algoritmos tienen el poder de tomar decisiones, desvelan un mundo posthumanista que no sólo se construye sobre el intelecto humano, sino también, sobre la aceptación de los «otros». En este caso, los otros pueden ser tanto el medio ambiente como las criaturas no humanas e incluso otras realidades [ii]. Se trata de realidades que están unidas a unos «yos» divididos, y al reconocimiento de que los sentidos humanos son insuficientes y limitados. Si bien es cierto que los cinco sentidos sólo son posibles para los seres humanos, eso no implica que no haya otras formas de sentir el mundo. Y cuando esa visión se filtra en la narrativa universal, aparece el comienzo de un mundo posthumano.
Lejos del peso del humanismo y el posthumanismo, el predominio de la mediatización de la cultura en la vida cotidiana puede parecer anodino, sin decidirse a serlo. En contraste, el concepto de corrección política resulta inofensivo, pero cada caso puede inspirar una espiral de suposiciones e incluso de confusiones de genuinos sentimientos y pensamientos. El clima político actual es indicativo de los peligros de la confusión. Si bien la ciudadanía, en algunas naciones del Norte Global, está abiertamente en contra del fundamentalismo, la popularidad del liderazgo conservador, cuyas políticas son aislacionistas y discriminatorias, ha aumentado.
En ese sentido, el periodismo cultural, como campo, se está embarcando en un futuro inquieto e inconsistente. Quizás esto se deba a la imprevisibilidad y al caos que presentan los nuevos medios. El proceso de reestructuración seguirá siendo endeble. Y, sin embargo, las sociedades a menudo se auto-organizan. En última instancia, será posible producir y reproducir comunidades virtuales, sociedades basadas en el reconocimiento de «yos» divididos, y el periodismo cultural será el medio para explorar la idea de comunidades satelitales y virtuales, dado su base crítica y sin pretensiones.
En un mundo hipermediatizado, la idea de sucumbir a la velocidad digital persiste. Imágenes, textos y sonidos inundan la conciencia colectiva e individual. La explosión masiva de la reproducción de información ha obligado a una división de nuestra atención. Las notificaciones constantes y los dispositivos y sensores interconectados abruman la atención individual. El temor principal, tanto para intelectuales como para educadores, es que es que esta cultura digital conduzca a una disminución del pensamiento crítico, y que la colisión de la información conlleve a un debilitamiento del razonamiento. Pero con cada nueva tecnología de la comunicación –desde la imprenta, a la fotografía, la radio y la televisión– ha surgido el miedo a una excesiva indulgencia. Con todas sus incertidumbres, la era digital no es de ningún modo una excepción a esta regla.
[i] Michael Hardt y Antonio Negri. Assembly, OUP, 2017. [ii] Rosi Braidotti. The Posthuman, Polity Press, 2013.
Enos Nyamor es un escritor y periodista originario de Nairobi, Kenia. Trabaja como periodista cultural independiente, y debido a su experiencia con sistemas y tecnologías de la información –disciplina que estudió en la Universidad Internacional, en los Estados Unidos–, se ha interesado em los medios nuevos y digitales.
Ilustrado por Sophie-Charlotte Opitz.
Este texto fue publicado inicialmente enschloss-post.com el 12 de marzo de 2019
Traducido del inglés por Catalina Arango Correa