Gustavo Caboco nació en Paraná, pero fue en Roraima donde se reconectó con sus raíces indígenas. Esa trayectoria constituye una parte central de su práctica artística, que propone un “retorno a la tierra” en un sentido poético y literal. Junto con su madre, Lucilene Wapichana, el artista reconstruyó a través de la escritura, el bordado y el diseño una historia interrumpida.
Museo Nacional de Río de Janeiro en llamas, página del libro Baaraz Kawau (2018) y de la animación Kanau’Kyba, 2020. Foto: divulgación.
Gustavo Caboco, Roseane Wapichana, Lucilene Wapichana y Wanderson Wapixana, Não Apagarão Nossa Memória (No apagarán nuestra memoria) , Museo Nacional de Río de Janeiro, impresión fotográfica sobre papel de algodón, 1/6, 45 x 30 cm, 2021. Foto: divulgación.
Gustavo Caboco tenía diez años cuando acompañó a su madre, Lucilene Wapichana, en su primer viaje de regreso al estado de Roraima, más precisamente a la aldea Canauanim, próxima a la ciudad de Boa Vista. Para él todo comenzó con el retorno a la tierra de Lucilene, que había sido raptada por una misionera en 1968, también a los diez años, y después de migrar por diferentes casas se instaló en Curitiba. En la aldea conoció a su abuela y a otros parientes indígenas, y finalmente pudo ver de cerca las escenas que desde hacía tanto tiempo imaginaba al oír las historias de la madre. Aquella memoria, aunque siempre presente, ahora adquiría vida. “Pisé un hormiguero, recibí un flechazo en el pie y un baño de pimiento y preparamos una damurida. Fue el comienzo de mi jornada de retorno”, escribe en la introducción del libro Baaraz Kawau (2019), que él también ilustró.
Era el año 2001, Brasil acababa de pasar por las conmemoraciones de sus quinientos años, efeméride todavía mal llamada “aniversario del descubrimiento”. Las críticas a la celebración, que ignoró especialmente el genocidio indígena, no eran algo que pasara por la cabeza de Gustavo en aquel momento. Pero no deja de ser curiosa la coincidencia de un movimiento opuesto iniciado por él y por la madre: no el de descubrir su origen, sino simplemente de encontrarlo uniendo los hilos de una historia interrumpida.
Gustavo Caboco Wapichana se presenta como un artista de Curitiba-Roraima, y une así la ciudad donde nació y creció, con el estado de origen de Lucilene, que están geográficamente distantes. El artista se afirma dando un nuevo sentido al término “caboco”, de uso peyorativo para referirse al mestizaje entre indígena y blanco. Wapichana es el nombre de la etnia a la cual pertenecen él y su madre. La conexión entre Curitiba y Roraima también se tornó parte central de su investigación y de su práctica artística, que propone un “retorno a tierra” en un sentido amplio, ya poético ya muy literal. “A veces la gente dice que le parecen bellas las metáforas con que yo trabajo, pero yo insisto en que no son metáforas, son cosas que pasaron. Yo pongo esa marca temporal en 2001, porque es el momento de retorno a la tierra, literalmente”, afirma.
As tramas do jereré e o retorno do manto (Las tramas de la red y el regreso del manto), presentado en la exposición “KWÁ YEPÉ TURUSÚ YURIRI ASSOJABA TUPINAMBÁ – ESSA É A GRANDE VOLTA DO MANTO TUPINAMBÁ”, 20 x 20 cm, 2021. Foto: divulgación.
Es como si aquel viaje, en cierta forma, siguiera transcurriendo. También fue en aquella ocasión que Gustavo iniciaría su recorrido como artista, aunque solo se dio cuenta de eso mucho más tarde. “Mi madre me prestó una cámara porque quería registrar ese regreso, para cuya realización luchó tanto. Como ella no sabía usarla, me dijo que ese sería mi papel. Si lo miro con los ojos de hoy, aquella terminó siendo la primera documentación artística que hicimos, y la seguimos haciendo”, refleja.
La producción que los dos hacen en conjunto se origina, por lo general, en el atelier de costura de Lucilene, ambiente en que Gustavo creció y que terminó convirtiéndose en su espacio de trabajo. Si llegáramos a oír los hilos allí reunidos, como aprendió a hacer él con su madre, sabríamos que el bordado es una influencia directa de misioneros benedictinos presentes en la región en que Lucilene vivió hasta los diez años, una relación controversial de tutela ejercida por la iglesia en territorios indígenas. Fue por esa actividad que ella trazaría su camino como subsistencia, expresión artística y sociabilidad. “Cuando se la llevan de la comunidad y pasa a trabajar en casas de familia, el hilo y el tejido se tornan una herramienta de relación”, cuenta. “La subordinación, el estar sirviendo en casa de otras personas, y también la socialización: el arte termina siendo también ese campo de encuentros”.
No tiene mucha importancia si el arte de Gustavo se materializa en escritura, bordado o dibujo: lo esencial está en lo que surge antes de todo eso, como escucha o diálogo. Y esto puede ocurrir de muchas maneras: en el caso de la costura, podemos escuchar los hilos (“Si escuchas el hilo, te llevará por varios caminos que muestran cómo las culturas se chocan, se encuentran y se fortifican”); o en las piedras, como hizo en Recado do Bendegó (Mensaje del meteorito Bendegó) (2018), presentado en la 34a Bienal de San Pabo (2021). En el video de once minutos Gustavo asume el papel de interlocutor del meteorito y narra un bellísimo relato imaginario de esa piedra que fue testigo de tantos procesos de destrucción, los cuales culminaron en el incendio de 2018.
En el Museo Nacional, de la Universidad Federal de Rïo de Janeiro, Gustavo tuvo otro encuentro que lo marcó. Tres meses antes de que el predio se incendiara, Gustavo estaba de paso por Río de Janeiro y quiso conocer la colección de artefactos indígenas que se exhibe allí. Allí pudo ver una Borduna Wapichana (arma hecha con un cilindro de madera) cuya datación era muy cercana a la edad de su tío abuelo Casemiro Cadete, que en esa época luchaba por la demarcación de tierras. Gustavo narra la historia en textos y dibujos en la publicación Baaraz Kawau, donde describe aquel encuentro como un “corto-circuito”, especialmente teniendo en cuenta lo que pasó después.
Gustavo cierra el libro contraponiendo la muerte del tío, que falleció a los noventa y tres años, a la de la Borduna, que se destruyó a los noventa y cuatro. Con los dos firma el compromiso de quien, como él, permanece en el “campo después del incendio”, significado en portugués de la expresión Baaraz Kawau: “Los cuerpos-recuerdos están vivos, incluso después de la combustión. No apagarán nuestra memoria”, escribe.
Gustavo Caboco es artista visual Wapichana, trabaja en la red Paraná-Roraima y en los caminos de retorno a la tierra.
Nathalia Lavigne es investigadora, periodista y curadora.
Traducción: Nicolás Gelormini