Manifestaciones afrobrasileñas

Un reconocimiento urgente

El artista y ensayista brasileño Beto Shwafaty se pregunta por qué la cultura y la sociedad afrobrasileñas son tan marginadas hasta el día de hoy.

Estas representaciones visuales funcionaron como contraste de las políticas blanqueadoras de la joven república brasileña, cuando el gobierno reguló la entrada de inmigrantes al país. (El decreto 528 del 28 de junio de 1890 abrió el país a la inmigración europea, y dispuso que los negros y asiáticos sólo podían entrar a Brasil con autorización del Parlamento). Estas políticas se basaban en tendencias intelectuales que daban a los esclavos y mestizos sólo el valor momentáneo de adaptar a los europeos al nuevo ambiente y permitir así la conquista final del nuevo mundo. Por otra parte, estas obras confrontaron narrativas de un sistema académico-artístico inmóvil que describía a los afrobrasileños como un problema social y artístico: ¿Era posible poner como ideal a un trabajador que alguna vez había sido un esclavo?

Aunque albergaban un deseo progresista, esas representaciones modernas basadas en cánones occidentales no reivindicaban ninguna de las influencias o marcas africanas inherentes al arte europeo moderno, ni eran suficientemente permeables para reconocer la presencia de los afrobrasileños mismos como nuevos actores y sujetos. Este doble fracaso mantuvo, aunque indirectamente, la idea del “negro bárbaro” como una verdad positivista y parcial basada en valores rígidos que subestimaban otras cosmologías y visiones del mundo. Las representaciones de los afrobrasileños liberados forjaron una nueva imagen idealizada que, a pesar de ser progresista, no ayudó a que aquellos sujetos y sus valores culturales se emanciparan de la reclusión colonial.

Todo esto proviene principalmente del hecho de que las artesanías, el trabajo manual y las labores menores se asociaban comúnmente con el sujeto afrobrasileño. El conocimiento “occidental” se consideró el “capital blanco” que debía transferirse a la población esclava para educarla en las más variadas tareas. La imagen del afrobrasileño siempre sirvió para fundamentar discursos de cordialidad, servidumbre y coexistencia. No es una casualidad que la visibilidad y la inclusión social de las poblaciones afrobrasileñas siempre hayan sido consideradas problemáticas, una actitud que puede ser atribuida directamente al prejuicio y el racismo. La sociedad en general aún mantiene una ignorancia programática en relación con el verdadero papel de las raíces afrobrasileñas en cuanto elementos fundamentales de la sociedad, algo que una y otra vez impidió la emancipación cultural y el empoderamiento social necesarios para que esas culturas sean enteramente legitimadas y reconocidas.

Esta percepción también se da en la actual escena cultural y el campo de las artes visuales no es una excepción. Incluso hoy, en la mayoría de los eventos de arte contemporáneo, por lo menos en las grandes ciudades, casi no vemos artistas o visitantes afrobrasileños. En público sólo vemos obreros negros, operarios negros, empleados de seguridad negros, recepcionistas negros, niñeras negras, secretarias negras. Esta situación es un importante punto para encarar las producciones institucionales que buscan abordar este complejo campo. Mencionaré brevemente algunos ejemplos del pasado reciente, en la muestra Territorios: Artistas Afrodescendientes en la Colección de la Pinacoteca del Estado, de 2016.

Territorios reunió de modo exclusivo obras pertenecientes a la colección de la Pinacoteca del Estado de São Paulo para delinear una vista general de la importancia de la producción de artistas afrodescendientes en la historia del arte brasileño. Una noción de territorio se definió como eje curatorial que dividió la muestra en “matrices” (occidentales, contemporáneas, africanas) que intentaban articular los motivos y discursos de cada grupo de obras. Este abordaje se vio limitado por haber elegido de modo general y exclusivo obras de la colección, y dejó fuera temas socioculturales complejos. En este intento organizacional pudimos ver el empeño por establecer conexiones, confrontaciones y diálogos entre las obras exhibidas.

Por supuesto, en la muestra se incluyeron artistas magníficos. Sin embargo, el discurso público y la reflexión conceptual no alcanzaron la misma calidad que algunas de las piezas presentadas. El problema principal parece ser la premisa misma del proyecto: una dificultad generada por haber apostado a que el reconocimiento de la afrodescendencia como fundamento étnico podía ser suficiente para generar una hipótesis curatorial fuerte y unir discursivamente las obras y los temas abordados, sin considerar que esa homogeneidad de hecho deriva de una lucha sociocultural, una condición permanente que históricamente está representada por regímenes políticos de no coexistencia, invisibilidad y carencia de espacios.

Una institución de la envergadura de la Pinacoteca fácilmente podría haber organizado préstamos, utilizado estrategias de archivo y confiado en articulaciones documentales para ampliar el campo de debate. La inclusión de artistas y discursos no provenientes de una matriz claramente afrodescendiente y el tratamiento de otros aspectos de los temas principales podrían haber agregado las cuestiones y la fricción necesarias para establecer contrapuntos y narrativas que se desviaran del discurso oficial que, en última instancia, parecía impregnar la muestra. La exhibición reafirmó un sistema fuertemente cronológico, formal y lineal, en el que no sólo las obras sino también los sujetos mismos, los artistas, parecían volverse a su vez una representación.

Incluso, si la cuestión de la identidad es clave, no resume las discusiones en torno a las complejas temáticas afrobrasileñas en el campo de la cultura. Tópicos como los espacios de coexistencia o los asuntos de clase y de derechos quedan casi siempre sin mencionar en el país porque se atascan en la idea misma de identidad nacional y los regímenes de visibilidad, inclusión y función social. Por lo general, esa omisión aumenta las situaciones violentas en las que están inmersas las poblaciones afrobrasileñas.

Por eso resulta imperioso reconocer las prácticas religiosas, culturales y populares del universo afrobrasileño como factores clave en la formación y en el actual desarrollo sociocultural de la sociedad brasileña. Numerosos artistas afrobrasileños han reaccionado ante estas conexiones intrínsecas. Pero la cuestión permanece: ¿Dónde encajan la cultura afrobrasileña y sus actores? ¿Quién puede hablar, y cómo, sobre su importancia y valor en la situación actual? ¿Cómo pueden articularse y moverse en ese campo sin incurrir en los varios tipos de violencia que, consciente o inconscientemente, se repiten y perpetúan? La violencia contra la cultura afrobrasileña no es cosa del pasado. Todavía hay incontables casos de asaltos y ataques a comunidades afrobrasileñas.

Es fundamental resquebrajar las visiones y modelos sociales que empujan a muchas manifestaciones afrobrasileñas a los márgenes de las narrativas oficiales, especialmente cuando se trata de escribir la historia. Por eso necesitamos preguntarnos qué acciones culturales y curatoriales pueden contribuir a que se reconozca la posición fundamental que ocupan los afrodescendientes en la sociedad brasileña. Si esas acciones no escapan a las recurrentes lógicas del prejuicio, como mucho reafirmarán una larga historia de control y separación, que ahora sigue funcionando bajo una integración aparente.

Beto Shwafaty es artista e investigador. Vive en Brasil. Ha participado en practicas colectivas, curatoriales y espaciales desde 2000 y como consecuencia desarrolla una práctica basada en investigaciones sobre espacios, historias y visualidades en la que intenta conectar formal y conceptualmente cuestiones políticas, sociales y culturales que convergen en el campo del arte.

Traducción de Nicolás Gelormini.

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