Nacido en Comalapa, una comunidad indígena maya kaqchikel de Guatemala, el artista visual Édgar Calel, quien dedica su trabajo a su cultura ancestral, reflexiona sobre el movimiento y la transformación. Sus pinturas, videos, instalaciones y performances han sido expuestos en diferentes lugares de América Latina y Europa. Este 2020 participa además en la 11a Bienal de Arte Contemporáneo de Berlín.
Édgar Calel en cooperación con Fernando Pereira dos Santos, Sueño de Obsidiana, 2020. aprox. 13’, still de video. © Sendero Filmes. Cortesia Édgar Calel y Fernando Pereira dos Santos. Foto: Chico Bahia.
Édgar Calel, nacido en 1987, es un artista visual maya kaqchikel de San Juan Comalapa, una ciudad de 40 mil habitantes en el departamento Chimaltenango, en Guatemala. Allá vive y trabaja cuando no está de viaje, en residencias o exhibiendo sus obras en diferentes lugares. A través de diversos medios, entre otros la pintura, la instalación y el performance, Calel ha concentrado su trabajo en la idea del desplazamiento y en la forma como éste hace mutar la memoria y la cultura.
El artista habló con C&AL mientras realizaba una residencia en Brasil, país donde la pandemia del coronavirus lo obligó a confinarse y crear, mediante materiales locales, la obra que expondrá en la 11a Bienal de Arte Contemporáneo de Berlín en 2020.
C&AL: Háblenos de sus orígenes y su trayectoria como artista.
Édgar Calel: Nací a 80 kilómetros de Ciudad de Guatemala, en Comalapa, un lugar lleno de referencias al arte y la historia del país. Crecí entre personas creativas –mi papá es pintor y mi mamá hace tejidos a mano– y con un vínculo al legado de los mayas kaqchikeles. Sin embargo, en cierto momento supe que necesitaba mejorar mi técnica de pintura y tener una visión más profunda del arte. Entonces, en 2005 entré a la Escuela Nacional de Artes Plásticas Rafael Rodríguez Padilla. Quedaba en Ciudad de Guatemala y eso me obligó a viajar todos los días en bus, dos horas de ida y dos de vuelta. Me volví un observador y aproveché mi tiempo para caminar, visitar museos y mirar a la gente. Después comencé mi vida como artista: me gané una beca, salí del país y fui a muchos lugares. Pero esa experiencia en mi pueblo y esos viajes como estudiante me formaron de manera determinante.
C&AL: ¿Cómo explica esa historia su interés por el movimiento y la dislocación?
EC: Cuando uno revisa la historia del arte de un país encuentra poca participación de las comunidades. Entonces, siempre he querido que mi trabajo esté relacionado con el lugar donde nací y donde mi cuerpo aprendió a vibrar en el mundo. Yo llevo una cultura. Pero ahora que viajo tanto me pregunto, ¿dónde queda mi cultura cuando no estoy en ese lugar? Queda en el cuerpo, atravesado por lo que vivimos, y queda en la memoria, donde transformamos la cultura y la reproducimos. Para mí, el desplazamiento no es solo físico. Viajar me ha permitido conocer pensamientos y artes, las ideas de los kaqchikeles tan bien como las de los guaraní. Bajo ese concepto de movimiento, es posible establecer una sincronía entre los conocimientos del mundo. El desplazamiento, en otras palabras, es reconocer continuamente mi ser en lugares diferentes.
C&AL: ¿Cómo se manifiestan estas reflexiones en su arte?
EC: El arte para mí es un espacio de tránsito, es un aeropuerto lleno de gente, destinos y procedencias. Al viajar, entonces, participo en los espacios en que circula la cultura. A mí me costó entender la necesidad de compartir en el arte. Pero solo así descubrí, por ejemplo, que en mi trabajo hay una parte que es oralidad vinculada con la manifestación del cuerpo. Así la poesía y la acción performática hallaron un lugar en mi arte y me revelaron riquezas útiles para describir lo que quería. No sé si sea una técnica, más bien es un impulso a hacer. Hace pocos días, por ejemplo, sentí ese impulso y terminé haciendo una instalación. Me pregunté: ¿dónde está la poesía dentro de mí y dentro mi ropa? Se me ocurrió que la poesía puede estar en los bolsillos vacíos de mi pantalón y decidí que eso iba a ser mi obra: escribí unas poesías en los bolsillos de mi pantalón y expuse los bolsillos hacia afuera. Así voy construyendo imágenes. La gente se reconoce en los símbolos, y así todos entramos en una dimensión íntima.
C&AL: ¿Cómo se representa en su obra esa oralidad que menciona?
EC: Le cuento otra historia. Esta mañana escribí un poema en el idioma kaqchikel. Dice: Ta tz’isa ri nu q’aq’ rik’in ri a chub. La traducción al español es: “Costura mi fuego con tu saliva”. Es un juego de palabras; cuando lo traduces lo recreas, lo llevas quizá más cerca a una imagen original o a la imagen en ese nuevo idioma. Eso es un desplazamiento y una manera de enriquecer la vida. Al no tener un medio específico al cual esté tan sujeto, me puedo permitir hacer esas cosas.
C&AL: ¿Qué valor tiene para usted participar en la Bienal de Berlín?
EC: Me siento portador de una responsabilidad, pues represento a una parte de la población guatemalteca en un evento global. El año pasado fui por primera vez a Berlín para asistir a un taller y mostrar trabajos. Fue importante porque debí prestar atención a los detalles con el fin de transmitir con fidelidad lo que había querido pensar. Trabajé constantemente con curadores y productores, y eso me marcó porque fue como el trabajo de una máquina que se nutre de sí misma para comprender lo hace: compartía cosas que se volvían preguntas que se volvían reflexiones que se volvían nuevas preguntas y terminaban por transformar al artista y la obra. El resultado es que, tras ese viaje, estoy preparando tres trabajos para la Bienal: un video, 38 dibujos, un suéter y dos fotografías. Son distintos en cuanto al medio, pero en lo conceptual los une el cuestionamiento.
La idea era volver a Berlín y pasar quince días, pero COVID-19 no me permite estar allá. Por eso, ese trabajo que estoy produciendo gira en torno a sueños que he ido dibujando con la ayuda de papel bond y carbón de churrasco, un material que encuentro con facilidad en Brasil –donde quedé anclado por el virus– y que me gusta. Como no puedo ir a Berlín, encuentro en ellos el lugar de tránsito que busco para culminar mi obra. Si hubiera podido ir a Berlín, la obra habría sido distinta. Entonces, ¡qué bueno que la vida le vaya enseñando a uno a construir con lo que hay! Estos gestos llevan a un camino de humildad.
C&AL: ¿Cómo han afectado sucesos mundiales actuales como la pandemia su trabajo?
EC: Es muy complejo, pero a la vez interesante. Este año tenía la expectativa de ir a Londres, Berlín y Canadá. De repente, todo quedó cerrado. Decís: ¿Qué está pasando con nosotros? ¿Qué es la pandemia? Para mí, en realidad, muchas cosas han seguido pasando, pero de otra manera. Yo digo: mientras más proyectos haya, en escalas internacionales y de desplazamiento, entonces se apagan los deseos. Pero si mi sueño es trabajar en torno a la tierra de mi familia, quizá la pandemia me afecte menos. La pandemia está lejos de ese lugar, y yo estoy más cerca: de mis ancestros, de mi comida, del calendario antiguo, de los dueños del tiempo. La pandemia vino a ayudarnos a no pensar muy lejos, a no proyectar demasiado. La vida es ahora, no tanto el futuro.
Camilo Jiménez Santofimio es un periodista y editor colombiano. Ha sido director y gestor de diferentes medios y proyectos culturales.