La intención de Ayón nunca fue perpetuar el mito de Abakuá sino subvertirlo y transgredirlo. Para mí, ella evidencia una práctica de mixtura: “ritual religioso que elimina demonios de miedo y libera la imaginación”, un concepto tomado de un ensayo lírico de Binyavanga sobre el artista Wangechi Mutu. Hace mucho que los artistas negros de la diáspora abordan cuestiones de desplazamiento y temporalidad para hacer aparecer nuevas visiones. Aunque la obra de Ayón ciertamente refleja narrativas históricas, a la vez es sumamente metafórica y autobiográfica. “Me veo como Sikán en tanto observadora, intermediaria y reveladora: a partir de mis estudios y mis experiencias invento su imaginería ya que no soy creyente. Pero Sikán es una transgresora y como tal la veo, me veo”, se cita a Ayón en su retrospectiva del Museo Reina Sofía. “Pienso que estos grabados podrían ser un testimonio espiritual si se quiere, no vivido en carne propia, pero sí imaginado”, dice ella en una carta titulada “Confesiones”, publicada como parte de su legado. En el fondo, Ayón usa la noción de “fabulación crítica” de Saidiya Hartman”: “al jugar con y reordenar los elementos básicos de la historia, al representar la secuencia de acontecimientos en historias divergentes desde puntos de vista impugnados (…) se cuestiona el estatus del acontecimiento para desplazar el relato recibido o autorizado.”
El trabajo de Ayón conllevaba una carga, y eso se volvió evidente cuando la artista se quitó la vida a los treinta y dos años. El claroscuro de su colografía, la luz y la oscuridad, se volvieron metáforas de las amenazas que la rodeaban cuando se internó en un terreno polémico en la Cuba posterior a la Guerra Fría. “Sikán, mujer que prima en las obras presentadas porque ella como yo vivió y vive a través de mí en el desasosiego buscando insistentemente una salida”, dice Ayón en una carta de 1998. Sikán se había convertido en un alter ego, con rasgos basados en el propio cuerpo de Ayón. Temas recurrentes como la inquietud, la traición y el anhelo revelan el estado de profunda perturbación y la angustia que consumían la imaginación de la artista antes de fallecer. Y al hacer un mapa de la historia de Abakuá, desde la cuenca del río Cross hasta sus formaciones plurales en la diáspora, resulta evidente hasta qué punto la práctica sincrética era catártica y a la vez disruptiva. Los orígenes de Ékpè eran abordar la diversidad con respeto mutuo, y una práctica así parece sostener algunas de las obras de Ayón. Pero ¿por qué nunca oí hablar de Abakuá en Camerún, que fue su cuna y es mi hogar? Por supuesto, el misterio y los huecos de la historia africana son resultado de la denigración y el borramiento colonial. Ayón sabía que “hay innumerables variaciones de la imaginería popular al relatar cómo sucedieron los hechos que dieron origen a este tipo de sociedad secreta y a partir de ellas les muestro mis variaciones entrelazando sus signos con los míos”. Ayón (re)inventó y nos legó un mundo para reflexionar; a la vez, un comentario sobre la diáspora, y una contra-imagen de realidades generizadas y racializadas.
Ethel-Ruth Tawe es creadora de imágenes, narradora, y viajera del tiempo. Vive en dos continentes. Es artista multidisciplinaria, curadora y escritora que explora la memoria y los archivos a lo largo de África y la diáspora. Más información en: artofetheltawe.com o @artofetheltawe.
Traducción: Nicolás Gelormini