En Lubumbashi, una ciudad del sudeste de la República Democrática del Congo, hay una expertise artística que todavía no se ha reconocido, o al menos no se ha apreciado en su justa medida. La obra de Fundi Mwamba (FM) Gustave Giresse es una elocuente ilustración de esto. Apasionado narrador de historias, este joven artista trabajó en caricaturas y varios otros medios antes de hacer sus intentos «del modo más inusual en el video e, indirectamente, en el videoarte». [1] ¿Cómo es que, a partir del simple deseo de contar historias con los personajes de la película, se pueden alcanzar logros estéticos compartidos por otras formas del arte contemporáneo?
Igual que la «televisión hecha por artistas», el videoarte es una disciplina capaz de movilizar otros dominios perceptivos, fundiendo los lenguajes para dar forma tangible a los sueños utópicos del arte contemporáneo. Es así que el joven artista aprovecha esa expertise para contactarse, establecer relaciones, preguntar e iniciar diálogos entre su obra y el público que la consume. Los videos –cada uno presenta a un personaje que dice o expresa con mímica textos cuyo tema difiere de película en película–, ponen de manifiesto una curiosidad, una experiencia, el resultado de un análisis reflexivo de las estructuras específicas del medio. Las historias contadas aquí bajo la forma de un video grabado previamente, remiten a la crítica que hizo Nam June Paik (1960) de los comienzos del videoarte y de esta práctica artística: una indagación que se preguntó «si la tecnología electrónica revolucionaría la práctica del arte contemporáneo o si el arte ‘moderno’ simplemente absorbería el video como otro medio para la reflexión estética».