Que le pidan a uno llamar algo un objeto puede ser complejo, como queda en evidencia en Invisible Inventories, una exposición en el Museo Nacional de Nairobi, que produce preguntas sobre los artefactos kenianos robados. Awuor Onyango nos lleva por la exposición y por la intención de sus curadores de hacer visibles las certezas y las incertidumbres de la actual fase de acción descolonial.
Vista de la instalación Invisible Inventories en el Museo Nacional de Kenia, en Nairobi. Del 17 de marzo al 2 de mayo de 2021. Fotografía: Lamek Orina.
Installation View “Invisible Inventories” at National Museum of Kenya in Nairobi from 17.03. – 02.05.2021. Photo: Lamek Orina
En la inauguración de la exposición Invisible Inventories (Inventarios invisibles), recibo una bolsa con la inscripción “ARE WE STILL PROTESTING THIS SH*T?” (“¿AÚN ESTAMOS PROTESTANDO POR ESTA M*ERDA?” y un fanzine de ochenta y seis páginas que detalla algunas de las investigaciones e imaginaciones académicas realizadas por el Programa de Inventarios Internacionales (IIP, por su sigla en inglés). Las bases de datos de los 32.501 objetos kenianos identificados en treinta colecciones europeas y estadounidenses gracias al proyecto de investigación de dos años del IIP no están disponibles al público. Pero, a pesar de este revés burocrático, la exposición espera desatar una exploración de sus hallazgos.
A ambos lados del espacio de exposición hay cortinas de papel que se mueven suavemente con el viento: son etiquetas de envío. Cada etiqueta informa sobre la ubicación del objeto en la base de datos –“Número de objeto del IIP”–, da una descripción del paquete que identifica cuál es el objeto, algunas notas “antropológicas”, la información del remitente, la fecha de envío y la dirección de la entrega. Así, brinda un vistazo a la base de datos y una estimación exacta y espantosa de lo que sabemos que se ha perdido.
“La extracción fue un megaproyecto”, dice Jim Chuchu, de Nest Collective, un grupo de artistas con sede en Nairobi que ha sido parte del proyecto desde su inicio en 2017. Jim señala que debido a las restricciones de espacio, las etiquetas de envío en las paredes representan apenas unos 2.000 de los 32.501 elementos identificados.
El objeto 17742 del IIP dice: “Punta de flecha (con marcas de clan) hecha de madera. Ver marcas de clan wat. Estos palos que tienen papeles alrededor me los dio el bwana_ y los adquirió de Magarini o Marafa. Los nombres en caracteres árabes en las etiquetas”.
Rápidamente advierto que la bolsa es demasiado pequeña para llevar la ira que me producen las cortinas de las etiquetas de envío, especialmente cuando descubro que algunas tienen los nombres borrados, un compromiso entre el IIP y los museos que negaron
Uno se puede pasar una tarde entera mirando las etiquetas, cada una un pequeño informe de la escena del crimen relacionado no solo con un objeto, sino también con una tradición espiritual o una cultura del diseño moribunda; que muere porque es negada y no está disponible para un pueblo vivo. La violencia imperial, colonial y de otros tipos ha desposeído a las personas de las mitologías, filosofías, pecados y éxitos que les dan significado, reemplazándolas con propaganda colonial sobre las ideas del mundo de sus comunidades. ¿Dónde empezamos a admitir la vergüenza y la pérdida de lo desconocido, lo prohibido, del tabú intencionado, lo despojado, lo reutilizado para ser más apetecible? En la exposición, la negativa de las instituciones occidentales a ver eso como una pérdida para grupos de personas vivas se vuelve aún más marcada en una serie de exhibiciones de museo vacío con pegatinas a los lados: altares a la ausencia, a objetos fantasmales.
“Lo que sucede con la ausencia es que puedes sentirla, puedes ver sus esquinas y sus límites, pero no sabes qué es”, dice Jim Chuchu sobre el vacío que dejan los ecosistemas y las culturas perdidas, sus objetos perdidos, más allá del estatus de esos objetos como entidades tangibles.
Fue imposible tomar prestado alguno de estos objetos para la exposición, pero el Tuzi Collective, con sede en Nairobi, ofrece una alternativa. Unos pocos collages surrealistas miran más profundamente a algunos de los objetos, cómo se veían cuando estaban en uso, quién pudo haberlos poseído.
“La tragedia no es que los objetos no estén aquí, la tragedia es que los sistemas de conocimiento y las culturas y sistemas de creencias que producen esos objetos no existen de la misma manera que lo hicieron”, dice Sam Hopkins, del Shift Collective, con sede en Alemania. “Y fueron degradados y demolidos en algunos casos, bajo un sistema colonial”.
“–“¿Por qué no pueden ser ambos?” –murmuro yo en voz baja–.
Para muchas comunidades en Kenia, la tragedia es que los objetos no están allí, y que esperar a que se les llame objetos es, en sí, una tarea difícil. El tambor pokomo –el ngadji– representa la voz del dios Pokomo. La cabeza de un líder espiritual de los nandi –Koitalel Arap Samoei– es parte de sus restos humanos, y su alma no puede descansar sin los rituales de entierro adecuados que requieren su retorno. Las ataduras totémicas de los miembros fallecidos de la familia mijikenda –Vigango– estaban destinadas a continuar la vida de los fallecidos y su asociación con la familia, creando un árbol genealógico y facilitando la protección y prosperidad de los vivos. Incluso aquellos que son simplemente objetos contienen, como dice Jim Chuchu, narrativas: las pipas de tabaco para mujeres, por ejemplo, nos dicen algo sobre lo que las mujeres kenianas hacían para el ocio, una narrativa que les quitaron los campos de tortura coloniales y la construcción de la nación poscolonial.
“Son objetos que deberían estar en casa pero no lo están, que son especiales, raros; son objetos que fueron tomados bajo una coacción violenta específica, como botines de guerra”, dice Njoki Ngumi sobre los que se encuentran en la base de datos. “Son objetos que tienen un significado muy profundo para la gente, y es muy difícil hablar de esos elementos como restos humanos…”.
Las ataduras de Vigango se pueden encontrar en hoteles boutique “inspirados en suajili”, así como en los museos, la violencia del apoderamiento de los restos de las almas de los negros y su exposición, hecha por los coleccionistas, como una estética completamente perdida. La exhibición presenta perfiles de algunos coleccionistas, como el coronel Richard Meinertzhagen, CBE, DSO, el hombre que invitó al líder de la resistencia de nandi, Koitalel Arap Samoei, a negociar y luego lo decapitó y envió su cabeza a Londres para ser “estudiada”. Louis Seymour Bazzet Leakey fue la figura que más me sorprendió: una revisión radical de su historia se puede ver en el mismo espacio donde un auditorio nacional lleva su nombre. Y luego estaba W. J. Ansorge, autor de un libro titulado Under the African Sun – A Description of Native Races in Uganda, Sporting Adventures and other Experiences (1899, Bajo el sol africano: una descripción de las razas nativas en Uganda, aventuras deportivas y otras experiencias).
“Él no escribió ese libro para un universo en que los descendientes de las personas de las que hablaba lo pudieran leer”, dice Njoki Ngumi sobre Ansorge. “Así que fue muy importante para nosotros, como practicantes, que venimos del lugar del que se burlaba mientras lo transportaban en su pequeño carruaje racista y de cuyos antepasados él decían todas esas cosas desagradables e impenitentes, aferrarnos al derecho a también decir lo que queremos. Mientras estemos en esa tierra y aún haya acceso a ese libro vil, deberíamos poder decir lo que hay por decir sobre él con toda la honestidad posible”.
El discurso sobre la restitución está lleno de razones por las que estos objetos no deben ser devueltos, no son necesarios, no se quieren con tanta urgencia, no se conservarán adecuadamente; son objetos ya marcados por los intentos de ahuyentar el vacío o reutilizarlo, según ha sido necesario para la creatividad. Una de las contribuciones del Shift Collective a la exposición, una topografía de la pérdida, es un kanga, una tela suajili hecha para mujeres, cuyo diseño está inspirado en las depresiones talladas a mano en las que los objetos kenianos se almacenan en museos en el extranjero. El mensaje en el kanga dice “Anadaiwa hata kope si zake”, que significa: “Esta persona está tan endeudada que ni siquiera sus pestañas son suyas”.
“La forma en que miramos los objetos cambia, por lo que se convierten en evidencia”, dice Simon Rittmeier, del Shift Collective, sobre aquellos objetos almacenados en instituciones culturales alemanas. El lenguaje de los “objetos” es confuso. En este contexto, nada fue simplemente eso: incluso un trozo de tela pude volverse totémico dependiendo de quién lo regale y qué mensaje lleve. La restitución no consiste solo en devolver objetos, reaprender las identidades culturales, remodelar los vacíos, la pérdida, la vergüenza y la violencia, sino en volver a comprometerse con lo que es posible.
«Para mí, el arte africano… sí, hay arte que se sienta en el lienzo y en la escultura, pero también hay arte que se sienta en el cuerpo de las personas, en lo que la gente come, en lo que la gente baila, en lo que la gente dice sobre sí misma”, dice Jim Chuchu. “Es una forma de aplicar el arte a nuestro cuerpo, con el que las sociedades contemporáneas han perdido contacto –y entonces ahora vemos al arte separado del cuerpo–. Quizá podamos volver a unir el arte y la vida, sin separarlos en una especie de industria para la compra y el comercio”.
Awuor Onyango es una escritora y artista visual que vive en la ciudadela pagana de Nairobi, en la Kenia neocolonial. Explora formas de contar historias en la tradición del arte vivido de África Oriental. Su escritura se inclina hacia lo afrosurrealista, el afro sci-fi y lo afroespeculativo, y ha sido publicada en varias revistas. En 2017, fue seleccionada para el Premio Caine.