La idea del conocimiento como instrumento de dominación colonial ha sido debatida, en el Sur Global, desde la primera mitad del siglo XX. Las referencias incluyen ensayos como los del filósofo martiniqués Frantz Fanon, del bissau-guineense Amilcar Cabral y de los brasileños Paulo Freire y Darcy Ribeiro. En la década de 2000, el sociólogo peruano Aníbal Quijano profundizó en la cuestión al proponer una distinción fundamental entre colonialismo y colonialidad. Mientras que el concepto de colonialismo se refiere al control geopolítico de una nación sobre otra, la colonialidad revela el complejo entramado –racial, patriarcal, sexual, de conocimientos– de jerarquías y privilegios establecido por el yugo colonial. El resultado: cinco siglos de opresión sobre la tierra, los cuerpos y los conocimientos que aún continúa, incluso después de la descolonización.
Contexto plural
Guiada por un espíritu decolonial, Bolivia promulgó una nueva Constitución en 2009, en la que se reconoció como un Estado Plurinacional compuesto por 36 naciones originarias y diaspóricas. En ese sentido, ¿cómo es posible que el país tenga un Museo Nacional en un contexto plural? La pregunta inició el proceso de cambio del Museo Nacional de Arte (MNA) de La Paz, entre marzo de 2019 y junio de 2020. Durante este periodo, la institución fue dirigida por el filósofo y curador Max Jorge Hinderer Cruz, quien trazó como objetivo la decolonización, democratización y deselitización “tanto del Museo como de las nociones dominantes sobre el arte”. La iniciativa se hizo eco no sólo de la nueva postura ético-política del país, sino de toda América Latina, a principios del siglo XXI.
La primera acción fue la apertura institucional. La Paz es una ciudad de mayoría étnica aimara. Los vecinos que todos los días pasaban por la calle Comercio con Socabaya, frente a la puerta del Museo Nacional, en La Paz, no se sentían bienvenidos en ese edificio colonial, joya del barroco andino del siglo XVIII. Las visitas guiadas gratuitas en lengua aimara, ofrecidas a partir de 2019, abrieron nuevas posibilidades para el Palacio de los Condes de Arana. De la interacción del nuevo público con el mediador, también aimara, resultó un rico intercambio de percepciones, a la luz de la intraducibilidad del concepto de “arte” para la cosmovisión andina. “¿De qué manera hablamos de arte si no disponemos de la palabra ‘arte’, y si no nos ponemos de acuerdo en su significado? ¿Qué nos enseña lo anterior sobre nuestra comprensión del arte?”, reflexiona Hinderer Cruz.
Conceptos de arte
A principios de la década de 1980, en las clases en la Facultad de Artes de Uberlândia (MG), en el sureste de Brasil, la curadora y artista visual de karajá, Kássia Borges, se sentía incómoda cuando los profesores definían qué era arte y qué no. “Para nosotros, los karajá, todo es arte. Y lo que enseñaban provenía de un concepto eurocéntrico, que nació con la modernidad. La figura de Dios salió y la del hombre blanco entró, justificando estéticamente el proceso de las invasiones. El hecho de que no compartamos la misma estética no excluye nuestra eterna relación con la belleza. Nuestros objetos pueden ser sagrados, pero también útiles en la vida cotidiana, los gráficos están en los utensilios y en los adornos del cuerpo. Pero el colonizador sólo ve en ellos un objeto exótico”, comenta Borges, ahora profesora de la Universidad Federal de Uberlândia, donde se graduó. “El papel de los curadoras y las instituciones, incluidos los programas de arte, es esencial en este nuevo camino posible y emergente”.