C&AL: Naciste en Nueva York, en una familia dominicana. ¿Qué papel tiene tu propia identidad afrolatina–estadounidense en la forma en que te acerca a temas como la identidad, la raza o el cuerpo en tus obras?
TA: Yo nací y crecí principalmente en el Bronx. Mi madre nació en los Estados Unidos y mi papá en la República Dominicana. Podría decir que crecí en un típico hogar dominicano, el español es mi primera lengua y me considero dominicana. Siento que todo lo que inspira mi trabajo viene de allá: los tejidos, la arquitectura, la paleta de colores.
Ahora, como dominicana que vive en Nueva York, para mí, representar la afrolatinidad es esencial. Muchos dominicanos no sienten orgullo de su negritud. Muchos son racistas. Mi principal objetivo es romper con ese estigma, con aquello de “no quiero ser negro”. La gente me mira y, como soy clarita, me dice que no parezco afrolatina. Sí lo soy. Fíjate en mi nariz, mi pelo, mis rasgos.
La mayoría de las personas no lo entienden de ese modo, pues se fijan solo en el color. Esto es un problema con el que me enfrento como individuo y como artista. Algunos me preguntan por qué trabajo estos temas en mis obras si soy de piel clara. La verdad es que la afrolatinidad no tiene solo que ver con el color; no se trata de ser de piel oscura o de lucir de una forma específica.
También siento la necesidad de empoderar el cuerpo femenino. En muchas de mis obras, incorporo fullfigured women, mujeres con curvas, rellenitas. Es algo muy personal, con lo que me identifico y que siempre fue muy problemático para mí durante mi crecimiento. Ahora, como adulta, acepto mi cuerpo y realmente me gustaría que otras mujeres también aceptaran sus cuerpos.