Conversación con Walter Firmo

“Lo que importa es la poesía”

Autor de célebres retratos de varios íconos de la música brasileña, el fotógrafo Walter Firmo ha expuesto sus obras en varios museos del mundo. A los 82 años, cuenta cómo maneja la distancia en la calle, describe el racismo en Brasil y recuerda su trayectoria en la fotografía.

C&AL: Como fotoperiodista del periódico Última Hora, su trayectoria profesional comenzó en 1957. ¿Había otros negros en la redacción? ¿Podría hablar sobre el racismo en aquella época?

WF: Yo era el único negro, pero no puedo decirte si sufrí racismo en ese momento, porque era muy inocente en aquel entonces. Siempre me gustó crear, huir del lugar común y hacer mi trabajo con mucha garra. Mis fotos se destacaban y, tal vez por eso, no fui molestado en ese sentido. Solo me di cuenta de que Brasil era un país extremadamente racista cuando pasé unos meses en la cede de la revista Manchete, en Nueva York, a finales de los años sesenta. Un día, el director de la redacción me mostró un mensaje que había recibido por télex. En el texto, un colega que estaba en Brasil, se quejaba por haberme elegido para esa cede. Según él, yo era un pésimo profesional, además de analfabeto y negro. Ahí me cayó la ficha.

Paralelamente a eso, en Nueva York, estaba sucediendo la lucha por los derechos civiles de los negros estadounidenses y la emergencia del movimiento Black is Beautiful. Todo eso me influyó mucho. Fue un momento de gran cuestionamiento. Me preguntaba por qué el negro en Brasil, en general, era fotografiado sólo en el carro de la policía cuando era arrestado o ya tras las rejas en del presidio. Me dejé crecer el pelo y volví a Brasil en vísperas de principios de los setenta, con la decisión de registrar y valorar nuestra negritud. Y no sólo para fotografiar a los artistas, sino a los obreros en las fábricas, a los trabajadores en general, a la gente en las calles y en las fiestas populares.

C&AL: Sus fotos ayudaron a hacer notables personalidades afrodescendientes de la música brasileña, como Clementina de Jesús y Cartola. Entre sus trabajos más célebres, está la serie de retratos al músico, arreglista y compositor Pixinguinha, uno de los padres de la música choro, hecha para un reportaje publicado en 1967. ¿Cuál es la historia de esa serie?

WF: Yo estaba de guardia en la redacción de la revista Manchete cuando fui escogido para acompañar al gran Muniz Sodré, entonces un reportero novato, y hoy profesor emérito de la Universidad Federal de Río de Janeiro. El asunto era una entrevista con Pixinguinha para un gran reportaje sobre la música samba. Por cierto, terminé haciendo todas las fotos para ese reportaje, y en esa oportunidad, tuve el honor de retratar a Clementina de Jesús, a Cartola y a Carlos Cachaça, entre otros grandes.

Pues bien, cuando llegamos a la casa de Pixinguinha, en el suburbio de Río de Janeiro, mientras Muniz hacía la entrevista, yo caminaba por el jardín rompiéndome la cabeza mientras pensaba cómo haría el retrato. Era un lugar sin muchos atractivos, simple y cimentado, pero con un gran árbol de mango al fondo. Cuando la entrevista terminó, llegué y le pregunté a Pixinguinha –que, por cierto, estaba en piyama–, si podía poner su mecedora debajo del árbol.

Era un anciano, y también una celebridad de la música brasileña, pero al mismo tiempo un hombre muy simpático. Inmediatamente, se apuntó. En el patio, hice un giro de 360 grados y hice clic, en 36 imágenes de él en varios ángulos. Vale decir que, en aquel momento, a pesar de toda la importancia de esas personalidades para la cultura brasileña, no eran vistas con el debido respeto que merecían. Diría, incluso, que eran tratadas con desprecio, como si fueran parte de una cultura menor, tal vez porque eran en su mayoría pobres y negras.

C&AL: En su opinión, ¿qué es lo fundamental para hacer un buen retrato?

WF: Por encima de todo, hay que tener empatía con el retratado y una buena dosis de sensibilidad. Siempre digo que cada fotógrafo tiene tres vestidos: el del «ladrón», el del «ingeniero» y el del «invisible». Al ladrón no le importa el enfoque o la estética. Todo vale, porque lo importante es robar escenas del modo que sea posible. El ingeniero dirige sus escenas con regla y compás para engrandecer el cuadro. El invisible es cuando el fotógrafo, disuelto en la multitud, capta al mundo con «tres ojos», sin que nadie lo note.

Ahora, la fotografía es un golpe de suerte. Es estar en el momento adecuado, en el momento decisivo, como ya lo ha preconizado [el fotógrafo francés Henri] Cartier Bresson, mi gran influencia junto al célebre [fotógrafo estadounidense radicado en Brasil] David Drew Zingg. De él aprendí la importancia del color en la fotografía, que se convirtió en la marca registrada de mi trabajo, aunque también he hecho trabajos en blanco y negro.

C&AL: Su obra tiene su origen en el fotoperiodismo, pero hoy está en museos y galerías de arte. ¿Cómo sucedió eso?

WF: Creo que se debe al hecho de que siempre he intentado llevar una mirada poética a mi trabajo. En el fotoperiodismo, incluso cuando era llamado para fotografiar un hueco en la calle, buscaba un ángulo inusitado [risas]. Mi meta siempre ha sido crear crónicas de la vida cotidiana, hacer de la noticia un acontecimiento estético y no limitarme al registro de los hechos. Además de eso, siempre he tenido mi trabajo autoral, donde, con el tiempo, he investigado el folclor y las fiestas populares. Ahora, esa historia de ser fotógrafo, artista, todo eso son etiquetas. Lo que importa es la poesía.

Ana Paula Orlandi es periodista, especializada en cultura y comportamiento, y maestra por la Escuela de Comunicaciones y Artes de la Universidad de São Paulo.

Traducción del portugués de Catalina Arango Correa

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