Durante la invasión de la Plaza de los Tres Poderes, que llevaron a cabo apoyadores de Bolsonaro en Brasilia, fueron atacadas varias obras de arte. En este ensayo, Luciara Ribeiro reflexiona sobre la utilización de los objetos de artes como elementos de combate ideológico y su relación con los regímenes coloniales europeos en el mundo.
Invasión del predio del Congreso Nacional. Foto: Pedro França/Agência Senado
El equipo de conservación y restauración repararando las obras de arte y esculturas dañadas. En primer plano la escultura "Ángel", en bronce fundido, de Alfredo Ceschiatti. Foto: Pedro França/Agencia del Senado.
El pasado 8 de enero, Brasil se paralizó ante escenas terribles provocadas por extremistas de derecha que invadieron el Palacio de Planalto. Estas acciones desmedidas, mas allá de poner en riesgo el estado de derecho y la democracia, fueron una falta de respeto hacia el pueblo brasilero y causaron daños al patrimonio y a las arcas públicas. Autodenominados “patriotas” y “defensores del país”, los extremistas destruyeron estructuras arquitectónicas, muebles, aparatos electrónicos, documentos oficiales y piezas de arte que adornaban el lugar. Ni siquiera se salvaron objetos que podrían ser leídos como nacionalistas. Algunos ejemplos son: la pintura Bandera de Brasil, de Jorge Eduardo; la escultura en bronce del escudo de armas de la República; la versión original de la Constitución Brasilera de 1988.
El increíble episodio duró aproximadamente tres horas y dejó rastros de destrucción allí por donde pasó, pero también afectó la vida de los brasileros, que todavía buscan formas de lidiar con los impactos que generó. En el intento de promover caminos de reflexión sobre este momento, de comprender este capítulo de la confrontación ideológica y política que atraviesa a Brasil, presentamos aquí algunas líneas y referencias.
El libro Guerras culturais em verde e amarelo (Guerras culturales en verde y amarillo), compilado por el profesor doctor Pedro Arantes, docente del Departamento de Historia de Arte de la Universidad Federal de San Pablo, en colaboración con estudiantes e investigadores de la misma universidad, analiza la situación actual a través de sus usos ideológicos abordando producciones que ocupan espacios en la publicidad, el cine y en las redes sociales, como es el caso de los memes, las cadenas de WhatsApp y los videos de TikTok. Para el profesor, vivimos una guerra cultural en la que las imágenes y los objetos de arte se utilizan como elementos de combate ideológico, económico y político. Y en cuanto al régimen de extrema derecha, según el docente y doctorando André Okuma, “esta nueva derecha ha organizado una reacción, ha estudiado y actuado de forma agresiva en la guerra cultural, como parte de una estrategia más amplia para reconquistar una hegemonía global conservadora (que algunos llaman neofacista y otros teocracia cristiana), no sólo en el campo cultural sino también en el plano económico y político”.
El embate simbólico contra las imágenes está en la agenda de la extrema derecha y no por casualidad durante el ataque se puso el foco en ese aspecto. Lo que en un primer momento asusta, después encaja en el gran rompecabezas ideológico que defienden esos terroristas. Defensores de principios nazi-fascistas, tanto el grupo como su líder político, el ex-presidente Jair Bolsonaro, repiten métodos de control presentes en sistemas de extrema derecha, totalitarios, dictatoriales y coloniales, métodos como la destrucción o el control de objetos culturales. Podemos recordar algunos ejemplos históricos en los que el sometimiento del conocimiento crítico y solidario se produjo mediante el saqueo, la agresión y la posesión de bienes culturales y artísticos, como sucedió en los regímenes coloniales europeos en las Américas, en Asia y África, los gobiernos nazi-fascistas de Europa, y las dictaduras de América Latina. Un texto que expone relatos terribles sobre esta práctica es África Fantasma, libro escrito a partir del diario de viaje de Michel Leiris, secretario archivero de la misión-expedición lingüística y etnográfica francesa Dakar-Djibuti. El texto describe escenas de extremo terror contra las comunidades africanas de los territorios por lo que pasaba la expedición. El ataque violento contra los bienes culturales incluía dañar, romper, robar y hasta incendiar.
Equipe de conservação e restauração atua na reparação de obras de arte e esculturas danificadas. Em destaque, a escultura 'Anjo' em bronze fundido, de Alfredo Ceschiatti. Foto: Pedro França/Agência Senado
Cabe recordar que los ataques a las imágenes y a la cultura, principalmente a aquellas de matrices africanas e indígenas, fueron frecuentes en el gobierno del ex presidente Jair Bolsonaro, que ya en los primeros meses de mandato cerró el Ministerio de Cultura e ignoró las protestas del mundo artístico. En el mismo período y sin muchas justificaciones, el ex presidente retiró de la casa de gobierno la pintura Órixás, de la artista paulista Djanira da Motta e Silva, que representa a divinidades adoradas en religiones afrobrasileras como el Candomblé y la Umbanda. Dado que el ex presidente que se asume como persona religiosa de la vertiente cristiana conservadora protestante, la remoción de la pieza mostró la no aceptación de la convivencia cultural armoniosa entre las religiones y sus símbolos, y además reforzó la persecución de las creencias de matrices africanas.
Otro episodio emblemático del embate de Bolsonaro contra las imágenes fueron la persecución y las represalias contra el dibujante Renato Aroeira. Después de hacer una caricatura crítica que relacionaba una declaración hecha por el entonces presidente –que durante los primeros meses de pandemia del Coronavirus convocó a sus apoyadores a invadir hospitales– con el símbolo de la esvástica nazi, el artista recibió citaciones de la policía federal que buscaba encuadrarlo dentro de la Ley de Seguridad Nacional.
Militares de la Fuerza Nacional de Seguridad Pública de Brasil, en frente al Supremo Tribunal Federal, en la Plaza de los Tres Poderes, Brasilia. Foto: José Cruz/Agência Brasil.
El uso arbitrario de la autoridad y del poder es un patrón de conducta en Bolsonaro y sus seguidores, que suman cada vez más acciones como las antes mencionadas. Mientras tanto, si de un lado hay un ataque constante, del otra lado hay firmeza y contraataque. La clase artística aliada a las luchas democráticas por la libertad no cejó y mantuvo la lucha por políticas públicas y proyectos de futuro. El libro O fim do Ministério da Cultura – Reflexões sobre as políticas culturais na era pós-MinC (El fin del Ministerio de Cultura. Reflexiones sobre las políticas culturales en la era posministerio), compilado a mediados de 2021 por el politólogo Rafael Moreira, muestra el impacto de la persecución de Bolsonaro a la cultura y las acciones de distintos agentes para enfrentarlo. La obra demuestra que la política cultural en Brasil ha sido históricamente poco valorizada, pero que el gobierno de Bolsonaro llevó la política cultural a niveles de extrema precariedad y que todo no fue peor gracias a la lucha y los reclamos constantes de la clase artística.
La ansiada reinstauración del Ministerio de Cultura se concretizó gracias al actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva, que además de volver a instituir el órgano, designó como ministra a Margareth Menezes, cantante, activista y gestora cultural, y así produjo una de las imágenes más memorables de este año que acaba de empezar.
Manifestación en la plaza Cinelândia, Río de Janeiro, en defensa de la democracia después de los actos golpistas en Brasilia. Foto: Fernando Frazão/Agência Brasil.
Ante las imágenes de destrucción del día 8, Menezes no tuvo miedo y afirmó su compromiso con la creación del futuro Memorial de la Democracia, espacio que se dedicará a albergar narrativas y objetos relacionados con las luchas democráticas, que nos servirá para recordar tanto las manifestaciones que impulsan la democracia como aquellas que la atacan. A pesar de su importancia, la futura institución por si sola no garantizará que no se repitan episodios propios de extremistas como los del día 8. Son necesarios cambios radicales que alteren las lógicas bajo las cuales estamos viviendo, a saber, bajo los poderes de una élite mezquina, blanca y neoliberal que se rige por los yugos de la colonialidad que favorecen la desigualdad, el racismo estructural, el etnocidio y demás males que nos afligen desde hace siglos. La ampliación e inserción de nuevos protagonistas de la historia brasilera se vuelve urgente.
En una escena histórica, el domingo que precedió a los ataques, el presidente subió la rampa de Planalto junto con siete representantes de la sociedad civil, y así impulsó un reconocimiento de una parte de la población brasilera que no se tuvo en cuenta en el gobierno anterior y que todavía se ve poco en las páginas de la política y la historia del país. Todavía hay mucho que hacer para reconfigurar las imágenes nacionales, las memorias públicas, los conceptos y las políticas del patrimonio artístico-cultural, el bienestar social, la dignidad y el derecho de todos los brasileros de reconocerse como sujetos críticos, sociales y políticos. Mientras tanto, nada justifica la banalización y la deslegitimación de la democracia, ya que así se violan la memoria y la historia y se promueve el caos y la estupidez generalizada. Tanto en Brasil como en el mundo, la diversidad artística no es un mero símbolo de la democracia sino uno de los requisitos para mantenerla.
Luciara Ribeiro es educadora, investigadora y curadora. Tiene una maestría en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca (USAL, España, 2018) y el Programa de Posgrado en Historia del Arte de la Universidad Federal de San Pablo (UNIFESP, 2019). Es colaboradora de contenidos en Diáspora Galeria y profesora del Departamento de Artes Visuales de la Facultad Santa Marcelina.
Traducción: Nicolás Gelormini