¿Se perciben –y son percibidos– los cubanos negros como afrocubanos? ¿Y cómo se enfrentan los artistas de la isla a esa pregunta? Un recorrido por la historia inconclusa de la relación de las artes visuales y la identidad afro en Cuba.
José Bedia Valdés, El señor de la noche, 1992. Museo de Arte de Honolulu.
Wifredo Lam, La jungla, 1943. Museo de Arte Moderno, Nueva York.
Belkis Ayón, Sin título (Figura negra que carga una blanca), 1996, fragmento.
Juan Roberto Diago, Paisaje I, 1995. Cortesía de Ethelbert Cooper Gallery of African and African American Art, Harvard University.
En un país donde la idea de nación pesa como una cruz sobre los hombros, donde múltiples identidades atravesadas se cristalizan, en muchas ocasiones, en un binarismo obtuso, cabe preguntarse sobre la existencia de un sentimiento de pertenencia, por parte de negros y negras, a una diáspora africana en Cuba. ¿Nos asumimos y/o somos percibidos como afrocubanos?
Pensar esa diáspora como un espacio simbólico de manutención y (re)invención de identidades sería un camino posible. Sin embargo, eso ha resultado difícil, ya que el abordaje crítico de estos temas ha sido aplazado, y muchas veces silenciado, en función de un discurso político muy claro al respecto. Así, resulta al menos conflictivo usar términos como “afrocubanos”, “cultura negra”, “diáspora africana”. Quiero realizar aquí un brevísimo recorrido por las formas en que esto se refleja en las artes visuales cubanas.
Lo primero que se debe saber es: usualmente, cualquier intento de abordaje de la problemática racial en Cuba se ve enfrentado a una pretendida “homogeneidad nacional” como elemento contrastante. La persistencia de este fenómeno se debe, en gran medida, a que en 1962 Fidel Castro decretara el problema del racismo y la discriminación racial en Cuba como resuelto. Una de las consecuencias de esto fue que cualquier cuestionamiento o crítica era tomada como un acto contrarrevolucionario, un componente de división entre los cubanos. No fue un fenómeno privativo del ámbito social y político. Se reflejó además en las expresiones artísticas en Cuba. En el caso particular de las artes visuales, históricamente existieron aproximaciones a la cultura afrocubana desde perspectivas folcloristas u otras donde –para evitar conflictos– se disolvía la idea de identidad negra en una “identidad cubana”.
En el periodo colonial, entre los siglos XVII y XIX, existen obras que muestran el “mundo negro” de la isla. Negros y mestizos son presentados en mercados, plazas e ingenios, donde trabajaban ya fuera esclavizados o libres. Obras costumbristas de este tipo, que incluyen tanto pinturas como grabados, fueron realizadas principalmente por europeos que visitaban la isla, algunas incluso a partir de relatos de viajeros.
Respecto a las artes visuales contemporáneas cubanas, existe un grupo de artistas cuya obra gira en gran medida en torno al mundo afrocubano, ya sea desde una perspectiva que profundiza en las religiones, rituales, mitos y leyendas de origen africano casi con precisión etnográfica, o como forma de (re)inventarse constantemente como negros, cubanos y artistas.
Wifredo Lam, La jungla, 1943. Museum of Modern Art, New York.
Desde los años veinte y treinta, en la vanguardia artística cubana existen figuras como Wifredo Lam (1902-1982). Su obra recorre diversas corrientes estéticas, como el primitivismo, el surrealismo o el cubismo. No obstante, siempre contiene un elemento recurrente: el tratamiento de mitos y leyendas afrocubanas, donde la representación de los orishas sirve como manifestación contundente de poesía y crítica social. Un ejemplo ilustrativo es la obra La jungla (1943) en exhibición hoy en el Museum of Modern Art de Nueva York.
Osvaldo Sánchez, en su texto “Sincretismo, postmodernismo y cultura de resistencia” sostiene que “la importancia de lo mítico, lo cosmogónico, lo ritual en el arte cubano de los ochenta puede derivarse de una urgencia por instaurar arquetipos espirituales, y de poseer modelos de mayor coherencia entre el ethos y el etnos de la vida social”. Justamente en confluencia con esta idea, un artista como José Bedia (nacido en 1959) desarrolla su obra. Bedia es uno de los protagonistas del denominado “Movimiento de Nuevo Arte Cubano”, un punto de giro dentro de las artes visuales cubanas durante los años ochenta y, ante todo, una nueva forma de asumir el arte y su papel social dentro de la isla.
La obra de Bedia está influenciada por su propia práctica religiosa: el artista es iniciado en la Regla Palo Monte, que junto a La Regla de Ochá o Santería y la sociedad secreta Abakuá, exclusiva para hombres, conforma los tres cultos de origen africano más extendidos en el Caribe. Así, danzas y canciones provenientes de los rituales paleros son motivos recurrentes del trabajo de Bedia. Pero su obra, como se observa en su producción más reciente, se extiende también a otras espiritualidades, como las de las culturas mesoamericanas.
En 2010, Alejandro de la Fuente y Elio Rodríguez Valdés reunieron bajo el nombre de Queloides a un grupo de doce artistas visuales cubanos, cuyas obras examinan el tema racial, las religiosidades de matriz africana, así como el legado histórico de los pueblos esclavizados. La exposición colectiva tuvo antecedentes en tres exhibiciones realizadas en la Habana a finales de los años noventa: Queloides (1997, Casa de África), Ni músicos ni deportistas (1999, Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño) y Queloides II (1999, CDAV). Estas muestras se enfocaron, por primera vez, en la discusión de la problemática racial en las artes visuales cubanas.
Belkis Ayón, Sin título (Figura negra que carga una blanca), 1996, fragmento. Cortesía de la artista.
Allí, artistas de varias generaciones diseccionaron la realidad cubana. Entre ellos están Belkis Ayón, quien, en su corta vida (1967-1999), desarrolló una obra imprescindible a la hora de hablar de las artes visuales en Cuba. Parte de la creación de la artista gira en torno a la princesa Sikán, personaje de una leyenda Abakuá que narra la historia de la violación de un secreto por parte de una mujer. Este personaje y su conocimiento del mundo Abakuá le sirven a Ayón como vehículo para cuestionar la realidad. La artista está más interesada en confrontar su cotidiano a partir de este imaginario que pretender que sus obras puedan ser documentos verídicos de este universo. Revisita mitos y leyendas de origen africano y cuestiona la división entre alta y baja cultura, todo ello en momentos en los cuales en el país se repiensan nuevas formas de hacer arte.
Otro de los participantes de Queloides fue Juan Roberto Diago (nacido en 1971). Él toma como materia de su obra lo cotidiano, se aprovecha de materiales que el día a día le ofrece, confiriéndoles una carga simbólica que hace de esa acción un acto de resistencia cultural. Su trabajo abarca desde la instalación hasta el grafiti, y tiene como centro el negro y su universo, gente de barrio, personajes al margen. Cuestiona el lugar donde se encuentra el legado histórico africano en la sociedad cubana y como este es percibido por la sociedad.
En medio de este proceso inconcluso, llegó a la Habana la muestra Sin máscaras: arte afrocubano contemporáneo, con obras de cuarenta artistas en los más diversos formatos, conversaciones y conferencias. Sin máscaras, así como el proyecto Queloides, evidencia la persistencia del racismo y la discriminación racial en Cuba. En la Cuba de hoy, aquel racismo resurge en forma de “queloides”, cicatrices cutáneas que resultan de lesiones o heridas traumáticas. Queloides con los cuales estos artistas nos confrontan, con el fin de contribuir al proceso de reinvención de la nación: donde el prefijo “afro” no excluya el ser “cubano”, donde el pluralismo y la multiplicidad de identidades cohabiten en equilibrio.
Yasser Socarrás es cineasta e investigador. Estudió en el Instituto Superior de Arte (ISA) de Cuba y realiza una maestría en Antropología Social en la Universidad Federal de Santa Catarina, Brasil. Es integrante del Núcleo de Estudos de Identidades e Relações Interétnicas (NUER) de esta universidad.