Una conversación con la curadora Alexia Tala sobre la 22° Bienal de Arte Paiz de Guatemala, una de las más antiguas de Latinoamérica, que se titula este año “perdidos . en medio . juntos”.
Manuel Chavajay, OQ XIMTALI, 2016. Video performance, 3 min. Foto: Manuel Chavajay. Cortesía del artista.
Junto con el curador Gabriel Rodríguez Pellecer, la curadora chilena Alexia Tala ha estado a cargo de sacar adelante la 22° Bienal de Arte Paiz de Guatemala en un año de crisis por la pandemia y de persistentes inestabilidades sociales y políticas en ese país y Centroamérica en general.
Se trata de una de las bienales más antiguas de Latinoamérica, que nació hace 45 años como un influyente concurso local apoyado por la Fundación Paiz. Con el tiempo, se ha convertido en una de las plataformas más llamativas para el diálogo de las artes contemporáneas en esa región de América, con la participación de jurados, críticos y artistas internacionales como las brasileñas Aracy Amaral y Regina Silveira, el cubano Carlos Garaicoa y el belga mexicano Francis Alys. La 22° Bienal de Arte Paiz de Guatemala se celebrará entre el 6 de mayo y el 6 de junio de 2021. Su curadora, Alexia Tala, nos contó sobre la bienal.
C&AL: ¿Cómo les ha ido con la pandemia?
Alexia Tala: Nos ha obligado a pensar una y otra vez cómo aprovechar la situación. Pero ha valido la pena, porque algo muy positivo ha sido la democratización. Hoy la bienal de Venecia y la minibienal de Guatemala estamos en el mismo lugar, en el aire, en la nube, y las posibilidades son más equitativas. Entonces, es el momento de jugársela por más alcance, por proyectos educativos y diálogos internacionales.
C&AL: En un país con fragilidades democráticas y sociales como Guatemala, ¿dónde traza una bienal de arte la línea entre lo político y lo estético?
AT: Existen dos Guatemalas: la pobre y la rica, la del poder y la del despojo, la que tuvo un genocidio y la que no tuvo un genocidio. En la colección de Hugo Quinto, hay un cuadro de tela, donde una mitad es un mantel florido que dice “Aquí hubo genocidio” y la otra es un mantel blanco y elegante que dice “Aquí no hubo genocidio”. Esa obra me llevó a entender que esos son dos lugares del ahora. Y ahí, en la intersección entre esos dos lugares, se ubica la bienal. Para ver el presente y vislumbrar el futuro necesitamos mirar el pasado, que es la historia y el conocimiento ancestral.
Frncisca Aninat, Tránsito Material, 2009. Técnica mixta. Foto: Oswaldo Ruiz. Cortesía de Galería Bendana Pine.
C&AL: Cuéntenos un poco más de ese enfoque histórico y ancestral, y sobre la participación de artistas indígenas.
AT: En Guatemala suele solo valer el pasado descrito en la historia oficial. Pero en la bienal tenemos la convicción de que la historia no puede ser de los vencedores y de que hay que enfocarse en las historias diversas de Guatemala y su relación con el sur global. Así, la bienal será un espacio para múltiples voces y saberes, y también para demarcar un territorio en el globo.
Que participen artistas indígenas nos permite acercarnos a ese pasado. Pero también contribuirá a eso la presencia de artistas guatemaltecos no indígenas y de artistas internacionales. Mediante todas esas voces nos planteamos ficcionar sobre el futuro.
C&AL: ¿Permite su curaduría de la bienal hablar de algo así como “arte indígena”?
AT: No. Lo que vamos a ver es a muchos artistas indígenas que producen arte contemporáneo. Ahora bien, esos artistas sí se distinguen de otros, y eso es lo fantástico. Los artistas indígenas hacen arte altamente conceptual, pero desde su lugar y su cosmovisión. Y bajo ningún aspecto, los ve uno intentando encajar ni convencer a nadie de nada.
Fernando Poyón, Espacio de inmigración, 2018. Madera, tela y esponja. Foto: Andrés Asturias. Cortesía del artista.
C&AL: ¿Hay temas comunes en esos artistas indígenas?
AT: Claro, las obras hablan de su historia de desigualdad y despojo, de su cosmovisión y su interrelación con la naturaleza. Para ellos, el maíz es la familia, la piedra les habla, el río los acoge y la tierra guarda su ombligo. Para nosotros, esas cosas son poéticas, pero para ellos son reales. En la bienal ese diálogo se da con otros artistas, y ahí todo cobra mayor fuerza, pues en esa interacción la obra de artistas indígenas aparece no como un otro ni como una oposición ni como una categoría separada. Aparece como un lugar desde donde también debemos escuchar. Incluir esas obras es un modo de completar el discurso de las artes y la historia del arte, que también ha sido excluyente.
C&AL: ¿Cuáles son, en su opinión, los artistas indígenas más representativos?
AT: Se destacan varios artistas kaqchikel y tz’utujil. Están Édgar Calel, Marlov Barrios, Antonio Pichillá, Benvenuto Chavajay, Manuel Chavajay, Angélica Serech y Sandra Monterroso. Todos ellos elaboran mediante su obra herramientas para responder a la historia del capitalismo cultural, que han vivido nuestros países desde el siglo XVI.
En cuanto a las formas de creación, el textil es recurrente, pero también están el performance y el dibujo, y acciones de arte como las de cualquier otro artista contemporáneo. La diferencia más importante radica no en el cómo, sino en el desde dónde hacen su obra, que es el lugar indígena y solo les pertenece a ellos.
Óscar Eduardo Perén, La cárcel, 2019. Óleo sobre tela, 60 x81 cm. Foto: Byron Mármol. Cortesía: Colección privada.
C&AL: Al reunir en la curaduría también a artistas de otros lugares de Centroamérica, ¿qué ha encontrado en común?
AT: Es importante hablar en términos del arte contemporáneo en general en la región, que incluye muchos artistas indígenas, pero también artistas populares. Esta ha sido una región de dictaduras y dictadores, de exclusiones y desigualdades, y de mucha violencia. Lo que determina la producción artística de la región centroamericana es el tema de la identidad a partir de la diversidad étnica y social. En casi todos los artistas, está la historia compartida de violencia, tanto racial como política.
C&AL: ¿Puede dar un ejemplo de cómo eso se refleja en la curaduría?
AT: La bienal está dividida en tres ejes: “Universos de la materia”, “Pasados. Eternos. Futuros” y “Geografía perversa/Geografías malditas”. Este último habla sobre la relación norte-sur como un punto en el que todo se desequilibra y se torna perverso, por cuenta de la colonización, la exotización y la ambición de poder, y en medio de la discriminación, el racismo y la segregación. Ahí muchas obras responden al contexto del país y la región, como si fueran espejos para mirar las desigualdades que han aquejado históricamente al sur global.
Ayrson Heráclito, Barrueco colar, 2005. Fotografía impresa con pigmentos mineralessobre Canson Rag Photographique106x 160cm. Foto: Ayrson Heráclito. Cortesía de Colección Portas Vilaseca Galeria.
C&AL: ¿Cuáles serían tres artistas o proyectos que usted resaltaría?
AT: Difícil pregunta. Podrían ser el brasileño Ayrson Heráclito y el guatemalteco Wingston González, un joven poeta garífuna, que tienen un proyecto sobre el candomblé, una religión ancestral africana que llegó a Brasil mediante procesos de esclavización. Otra colaboración se dio entre el ecuatoriano Óscar Santillán y el director y guionista guatemalteco Elimo Eliseo. Una de sus obras es sobre la deidad del Quetzalcoatl y el satélite Quetzal, el primero que Guatemala lanzó al espacio. Por último, está la artista kaqchikel Marilyn Boror y su obra sobre el cambio de apellidos en un intento de perder la identidad indígena.
La 22° Bienal de Arte Paiz de Guatemala, se titula “perdidos . en medio . juntos” y se celebrará entre el 6 de mayo y el 6 de junio de 2021.
https://22bienal.fundacionpaiz.org.gt/
Camilo Jiménez Santofimio es periodista, editor y gestor colombiano. Ha dirigido diferentes medios y proyectos culturales, entre otros la revista “Arcadia”.