Un aire de leyenda y misterio rodea la vida y la obra de José Antonio Gómez Rosas, llamado “El Hotentote” y contemporáneo de Frida Kahlo y Diego Rivera. De este personaje descomunal solo quedan rastros en la historia del arte mexicano. Heriberto Paredes examina la leyenda para Contemporary And (C&) América Latina.
José Antonio Gómez Rosas, Gallo cantando al sol, año de creación desconocido. En: La mano incontenible (eds. Tomás Zurian & Rafael C. Arvea), Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 2002.
Emilio Baz Viaud, retrato de El Hotentote, 1941. Acuarela. Colección Andrés Blaisten, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005.
José Antonio Gómez Rosas, Mural satírico con imágenes de Diego Rivera, Frida Kahlo, otros artistas y políticos mexicanos. Fecha desconocida.
José Antonio Gómez Rosas, Mimo con su pareja, 1951. Óleo sobre tela. En: La mano incontenible (eds. Tomás Zurian & Rafael C. Arvea), Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 2002.
José Antonio Gómez Rosas, Retrato de una prostituta, año de creación desconocido. En: La mano incontenible (eds. Tomás Zurian & Rafael C. Arvea), Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 2002.
José Antonio Gómez Rosas, Vitral de la Hostería de Santo Domingo, año de creación desconocido.
Decía el cineasta mexicano Julio Pliego (1928-2007) que El Hotentote era como “un monstruo”. Pero en el México de hoy, esa palabra podría ocultar el sentido de la descripción cariñosa. José Antonio Gómez Rosas, nacido en octubre de 1916 en Orizaba, Veracruz, y conocido también como “El Hotentote”, alcanzó en su edad adulta casi dos metros de estatura. Pero también en otros sentidos era un “monstruo”: un artista lleno de vitalidad y genio creativo, alguien que después de comer y beber en abundancia hacía trazos extraordinarios para decorar paredes y biombos. El Hotentote siempre sobresalía, bien por su talento y visión aguda del México en que vivió, bien por su estatura y corpulencia. Nunca pasaba desapercibido.
Gómez Rosas se consolidó como un pintor incómodo, burlón, ácido y nada dócil.
Quienes lo conocieron, tanto en la escuela de pintura donde realizó buena parte de su trabajo como en sus recorridos por la capital mexicana, aseguran que era ambidiestro. Pintores y artistas plásticos dicen que era un espectáculo verlo dibujar y pintar: pasaba de una mano a otra y a veces pintaba con las dos manos simultáneamente. Con una visión crítica del trabajo de los grandes pintores mexicanos de la época, Gómez Rosas se consolidó como un pintor incómodo, burlón, ácido y nada dócil en una escena artística que estaba siendo tragada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México durante 72 años. Contemporáneo de artistas legendarios como Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros –los grandes muralistas y pintores mexicanos–, El Hotentote pintó sus críticas en forma de burlas.
José Antonio Gómez Rosas perdió a su padre cuando aún era un niño. Con su madre y sus hermanos migró primero al estado mexicano de Guerrero. Más tarde la familia se estableció en Ciudad de México, en el popular barrio de la Merced. En las calles de este barrio aún hoy es posible convivir con aspectos de la cultura popular que no se encuentran en ningún otro lugar.
Originalmente un barrio indígena, a partir del siglo XX en la Merced se establecieron cientos de migrantes y refugiados libaneses que huían del Imperio Otomano. Trajeron sus costumbres y su comida, se mezclaron con obreros, con mujeres indígenas que vendían comida en la calle y con familias enteras que cada año organizaban las fiestas religiosas más pintorescas que se puedan imaginar.
Las calles de la Merced, llenas de bares y hoteles de paso, se volvieron un referente íntimo y decisivo para la visión artística que desarrollaría El Hotentote en su madurez. Sobre todo un aspecto del barrio sería central: la desigualdad.
Un tío ayudó a José Antonio a inscribirse en la Escuela Nacional de Artes Plásticas en 1936, lugar mítico del que salieron los principales artistas mexicanos. Muy pronto, el artista empezó a rebelarse contra las formas artísticas y pedagógicas tradicionales, y a complementarlas con experiencias propias. Pero en la actualidad, la obra del Hotentote no figura en las páginas principales de los catálogos de pintores mexicanos; no es motivo de grandes homenajes; muchos de sus murales en bares y cantinas se han perdido. Este personaje tan polémico es casi un fantasma: a veces queda algún rastro, a veces sólo la sensación de una presencia fugaz.
Y sin embargo, en su obra es posible establecer algunas características que ponen al Hotentote en un lugar sobresaliente del arte latinoamericano. En su obra de caballete sobresale la capacidad para ironizar las contradicciones de la sociedad en que vivía. Presentaba personajes contradictorios en situaciones cercanas, siempre con rasgos indígenas o mestizos. Una rica gama de colores imprimía fuerza a las líneas. Temáticamente recreaba ambientes que no confirmaban el discurso gubernamental del progreso y pintaba la desigualdad de la ciudad en la que se movía.
Pero es en sus pinturas monumentales, conocidas como “telones”, donde el Hotentote criticó con mayor fuerza las contradicciones de sus contemporáneos, quienes recibían grandes sumas de dinero del gobierno para pintar la revolución. En sus telones, Gómez Rosas pintó no sólo a Diego Rivera como un enorme globo a punto de reventar, y a Frida Kahlo, a quien le puso un cuerpo de venado. También señaló a quienes dirigían las instituciones culturales o quienes de alguna forma manera construyeron la “Cultura Nacional”. Natural de los ambientes de arrabal y de la noche, El Hotentote fue además invitado a decorar bares tan emblemáticos como el Salón México, el Ba-ba-lú y lugares de diversión de los años cuarenta y cincuenta.
Una leyenda queda relacionada con su obra: la invención de las figuras oníricas míticas de la cultura popular mexicana, los “alebrijes”. Todo parece indicar que fue la planificación de un baile de máscaras lo que obligó a Gómez Rosas a buscar a una persona que trabajara a la perfección ciertas técnicas usadas para hacer figuras de papel. Tenía un diseño en donde combinaba partes de distintos animales y para poder hacerlo buscó a Pedro Linares, uno de los más representativos creadores de este arte zoomorfo. “Póngale alas a este diablo” le dijo supuestamente El Hotentote a Linares, y le pidió que realizara en papel y cartón su diseño, contribuyendo con esto a que Linares se inspirara y siguiera creando estas figuras hasta convertirlas una tradición mexicana. Sea o no esta historia cierta, el ingenio del Hotentote sigue vivo, a su propia manera, en el carácter popular de un arte apropiado por millones de personas a nivel mundial.
El “monstruo” Gómez Rosas, alto y corpulento y vital, y quien prefirió el aprendizaje y el arte libres a los compromisos creativos y políticos, murió el 1 de enero de 1977. Es hora de redescubrirlo y reconocerlo, en muchos sentidos, como un artista descomunal.
Heriberto Paredes es un periodista y fotógrafo mexicano. Escribe sobre arte e historias de resistencia.