La “desaparición del negro” de la identidad argentina es uno de los misterios más intrigantes de la historia del país. La artista Adriana Bustos habla sobre su proyecto en curso, “El retorno de lo reprimido”, que examina las profundas distorsiones relacionadas con legado africano en Argentina.
Adriana Bustos, El mar y sus múltiples afluentes, detalle, parte de El retorno de lo reprimido, 2017. Cortesía de la artista.
Una de las obras de la serie Antropología de la mula, 2006-2011, detalle. Cortesía de la artista.
Bio-economía, parte de El retorno de lo reprimido, 2017. Grafito sobre heliografía de barco negrero. Cortesía de la artista.
Foto Sociedad de los negros congo, 1891. Archivo General de la Nación, Argentina. Cortesía de Adriana Bustos.
Entre los años 2006 y 2011 realicé el proyecto Antropología de la mula, que quería documentar la presencia de caballos cartoneros en la ciudad argentina de Córdoba tras la crisis económica del 2002. Mi investigación me condujo a la historia de la ciudad como productora de ganado mular en tiempos de la Colonia. Desde el siglo XVI, hasta bien entrado el XVIII, la economía de la región dependía de la crianza de mulas que luego eran transportadas hacia el Cerro Rico de Potosí, actualmente en los Andes bolivianos, para la explotación de metales preciosos con destino a Europa.
En el año 2006, medios de comunicación locales revelaron un escándalo relacionado con la línea aérea argentina Southern Winds: esta llevaba años traficando cocaína desde Bolivia a España, pasando por Córdoba. En aquel momento, comprendí que las antiguas rutas coloniales se superponían a los actuales caminos del narcotráfico. Esto me llevó a investigar lo que sucedía en las cárceles de la región, y a descubrir con asombro que el 70% de la población carcelaria femenina cumplía condena por delitos vinculados al narcotráfico; es decir, más de la mitad de las mujeres encarceladas eran traficantes informales o, como se las suele llamar en Latinoamérica, “mulas”.
Pero volvamos a la época de la Colonia. La cría de mulas y su traslado hasta Potosí era una actividad realizada en gran parte por mano de obra esclava negra. Este hecho va en contravía de un relato tradicional que sostiene que el trabajo forzado era realizado por indígenas. Esta distorsión me sorprendió aún más al descubrir, en estadísticas de mediados del siglo XVII, que los afrodescendientes suponían un 60% de la población total de Córdoba. Una ciudad cuya población negra es actualmente casi inexistente. A partir de ese momento, no pude dejar de investigar sobre el tema. El proyecto inicial, sobre caballos cartoneros, me había conducido en una dirección muy particular.
Así, desde inicios de 2017, empecé a concebir un nuevo proyecto al que he nombrado El retorno de lo reprimido. Este título alude a aquellos contenidos culturales negados que, sin embargo, siempre regresan de algún modo. Indagar en los archivos coloniales me permitió asomarme a la genealogía del racismo y del capitalismo. Racismo y colonialismo son inseparables, y, en cierto modo, son los pilares fundacionales del capitalismo moderno. No es posible pensar la raza sin el ojo clasificatorio del poder colonizante, que biologiza la desigualdad con el fin de justificar la dominación, la esclavitud, la servidumbre y la anulación de un otro que es –de manera supuestamente “natural”– inferior.
A finales del siglo XIX, tras las guerras de independencia, se inició en Argentina –como en el resto de los países latinoamericanos– un proceso de construcción de la identidad nacional. Esa identidad se forjó a partir de mitos de origen, símbolos y héroes nacionales. Así, surgió un nuevo espejo –marcado por anhelos europeos– donde era posible reconocerse como “argentino”. En una suerte de blanqueamiento de la población se promovieron políticas migratorias que estimularon la inmigración europea. A esto se suma la manipulación de las estadísticas poblacionales que, a partir del siglo XIX, eliminan la variable “raza” de las encuestas. El censo de la ciudad de Buenos Aires del año 1778 indicaba, por ejemplo, que el 30% de la población era negra. En 1887, sin embargo, ningún censo municipal registró información acerca de la raza de la población.
La supuesta desaparición del negro es uno de los misterios más intrigantes de la historia argentina, si bien el relato oficial propone distintas explicaciones. Una de ellas, bastante obvia, responsabiliza a la declinación del tráfico esclavo, tras la abolición de la esclavitud en 1813, de la desaparición de los afrodescendientes. Una segunda explicación habla de la desaparición del negro como efecto de las guerras de independencia, donde combatieron españoles, indios, brasileños y paraguayos, así como miles de soldados afro-argentinos que habrían muerto en batalla. Una tercera hipótesis habla del mestizaje: dada la escasez de hombres, como resultado de las guerras, las mujeres negras y mulatas, a fin de mejorar su movilidad social, se dirigieron a los hombres blancos para tener hijos de piel más clara. Un cuarto argumento da cuenta delas bajas tasas de natalidad y las altas tasas de mortandad de la población negra como resultado de las precarias condiciones económicas en que vivía. Según este argumento, los afrodescendientes morían en edades más tempranas que los blancos. Su desaparición culminaría, como un golpe de gracia, con la epidemia de fiebre amarilla de 1871.
A pesar de que las explicaciones tradicionales son en parte ciertas, se ha hecho muy poco para probarlas. Estas son ante todo distorsiones que tienden a oscurecer el papel de la población afro-argentina en la historia de este país. En sus inicios, Argentina se proyectó como una nación blanca, europea y civilizada. Para lograrlo se presentó como urgente el exterminio del indígena y el ocultamiento del negro. La invisibilización de negros intelectuales, artistas, poetas, escritores y periodistas deriva en una lectura parcial de la historia de una franja importante de la población, que solo en apariencia murió sin dejar logros ni realizaciones.
Lo cierto es que nuestro sistema racial clasificatorio es muy inusitado, distinto del resto de los países de América Latina. En Argentina existen las categorías “negro de piel” y “negro de alma”. El negro de piel se refiere al fenotipo negro, que se considera que habita solamente en otros países latinoamericanos como Brasil, Uruguay, Cuba, etc. Sus rasgos dejaron de ser visibles, en Argentina, para transformarse en genotipos no visibles, y la negritud se convirtió en algún punto en una condición del alma. Así, en este país,se dice que una persona es “negra de alma” cuando su conducta se considerada inapropiada, de mal gusto, sexualizada, supuestamente primitiva, no civilizada. Al desaparecer los indicadores externos del color de la piel, las señales de cualquier actitud sospechosa o amenazante se reconocen como “de negro”. Bien podría decirse que la relación que muchos argentinos tienen con la negritud es una fantasía esquizo-paranoide.
Un documento elocuente de esto es una imagen (abajo) que encontré en el Archivo General de la Nación, Departamento de Documentos Fotográficos, sección “Afro-argentinos”, y que cuyo material es, sintomáticamente, casi nulo.
Esta es una imagen institucional de 1891, que supuestamente retrata a la “Sociedad de los negros congo”. Pero en la imagen no hay personas negras. Se trata de gente maquillada, es decir, de una puesta en escena de un grupo de simuladores. Además de ser, paradójicamente, la imagen de una invisibilización, se pueden realizar muchas lecturas de esta foto. Una de ellas podría ser: las corporalidades negras no se consideraban dignas de ser eternizadas en una fotografía.
Adriana Bustos nació en Bahía Blanca, Argentina, y vive en Buenos Aires. Emplea la instalación, el vídeo, la fotografía y el dibujo para desarrollar un discurso narrativo en el que predominan las reflexiones sobre la opresión social, política o religiosa en una interpretación no lineal de la historia. Licenciada en Bellas Artes y Psicología, fue galardonada en 2016 con el Premio Federico Jorge Klemm de las Artes Visuales. Su obra ha participado en exposiciones en Nueva York, Quito, Buenos Aires, Madrid o Moscú, entre otras, así como en ferias de arte como arteBA, Zona Maco, ARTBO, ARCO o Projects Frieze y varias bienales internacionales.