Ríos intermitentes, el proyecto fundado por María-Magdalena Campos Pons en 2019, pone en primer plano las prácticas espirituales ancestrales, portadoras de formas de convivialidad de los afrodescendientes cubanos. Ya con dos ediciones, el proyecto funciona como rehabilitación de capacidades vitales, interculturales y descolonizadoras.
Adrián Gómez Sancho, Virgen que llegas por aguas, 2019. Cortesía Amor Díaz Campos.
Jorge Y. Gutiérrez Salomón, Arte en la fábrica, 2022. Cortesía Amor Díaz Campos.
Ramón Pacheco Salazar, Post Industrial, 2022. Cortesía Amor Díaz Campos.
Ríos intermitentes es el proyecto fundado por María Magdalena Campos Pons en el año 2019 como artista invitada de la Bienal de La Habana en su lugar natal, Matanzas. El proyecto pone en primer plano las prácticas espirituales ancestrales y vivas, portadoras de formas de convivialidad de los afrodescendientes cubanos, cuyas religiones, sistemas de mundo y subjetividades, como las de otros grupos étnicos en culturas periféricas, han sido históricamente desplazadas de la racionalidad hegemónica impuesta a escala planetaria.
La concepción de las fuerzas de la naturaleza puede ser vista como manifestación trascendental, religada a habitantes y devotos en la preservación de ese sacro orden del universo. Esa concepción también ha sido resaltada por gestos artísticos que han tomado como punto de partida el legado de las culturas afrocubanas. Y estos gestos han hecho que ese legado dialogue con otros modos de lo estético desde una libertad creativa que evade casillas clasificatorias y excluyentes. El evento convoca compases y expresiones rituales, prácticas culturales cimarronas preservadas a través de solidaridades y sacrificios conjuntos, para restaurar dimensiones vivificantes en el espacio compartido de la ciudad matancera.
Matanzas, provincia de la isla con mayor población de origen arará y conga, es una tierra donde se cultiva la oralidad, muestra del abrazo interracial que ha tenido lugar en el Caribe, y ha devenido con ello lugar de destino y no de paso. A lo largo de sus dos ediciones −más de 23 proyectos concretados y la concurrencia de numerosos artistas nacionales e internacionales−, Ríos intermitentes ha conseguido colocar la producción artística local dentro de los circuitos de la Bienal de la Habana. Para ello ha ensayado una estrategia transversal, transdisciplinaria y multiforme que convoca a los actores artísticos y culturales como protagonistas en la reconstitución de tramas afectivas comunes.
La propuesta ha aunado ritualidades y trabajos creativos de la localidad yumurina, pero también ha sumado poéticas que desde otros contextos se sumergen en la reparación de modos de sentir expropiados por los ejercicios de poder. María Magdalena Campos-Pons intentó unir creadores de los diversos mundos por los que ha transitado su vida: Matanzas, Nashville y Boston, pero el espectro de lugares concertados en el encuentro expandió los territorios iniciales. Esta doble comunicación entre prácticas que se interconectan transterritorialmente, entre el arte y lo que ha sido desclasificado como no artístico, permite entender Ríos intermitentes como rehabilitación de capacidades vitales, interculturales y descolonizadoras.
El destaque de las expresiones sensuales, corporales y rituales como canales de vinculación-inmersión de los sujetos en el entorno, y comunicación con energías supremas, asociadas a grupos sociales históricamente percibidos como alteridad, constituye puntos de contacto entre obras de ambas ediciones. En Virgen que llegas por aguas (2019), el toque de los tambores a las orishás de la Regla de Ocha, Oshún y Yemayá, junto a las danzas propias del cuerpo litúrgico, acompañaba a la reinterpretación de la Virgen de la Caridad del Cobre realizada por el artista Adrián Gómez Sancho. El ídolo femenino era convocado por el gesto artístico a cuidar de la ciudad y de sus pobladores, también para recordar a los moradores el deber con las figuras ancestrales que ha prohijado aun en sus dolores y vicisitudes a la comunidad.
Imaginarios afirmativos de los lazos comunales fueron hechos prevalecer como ecologías, trabajos de cuidado de la vida, en el espacio público intervenido durante las sucesivas muestras de Ríos. Así como imaginarios afirmativos de los grados sensoriales, afectivos de la naturaleza y de lo humano, ajenos a los antagonismos de la lógica dicotómica occidental y a sus binarismos entre cuerpo y alma, naturaleza y razón. Las piezas todavía se sostienen y miran al espectador en los sitios insospechados de la urbe. Y obligan a reparar en ese tejido conectivo que los unifica como habitantes amparados en un entorno físico, el cual no constituye una estructura desgajada del cuerpo vivo, sino experiencia que los involucra de forma material, espiritual y sagrada.
Ofrenda (2018), la paradigmática obra de la primera edición realizada por el escultor Agustín Drake, quien falleciera recientemente dejando esa herencia vital a su pueblo, erigía un elemento votivo en el medio del agua. Allí, en el río San Juan, la cazuela de los guerreros realizada en dimensiones extraordinarias, expresaba el vínculo de la comunidad con sus potencias divinas.
La vivencia comunal como sustento del respeto a la interrelación de fuerzas cósmicas y naturales que nos rodean, también devino en sensorium articulado desde las intervenciones de Emilio O’Farrill. El creador ya venía trabajando con la recuperación del alma afrocubana, esparciendo su acervo a través de una imaginería que recorría la ciudad, y que venía a revitalizar las geografías urbanas marchitas. Para la segunda edición de Ríos Intermitentes, el creador, junto al proyecto comunitario Afro arte en La Marina, confirió, entre obras de sanación, acciones de reparación, un lugar central a miembros tan importantes de la comunidad como los Muñequitos de Matanzas. El trabajo colaborativo de los vecinos y del artista dio fruto en estrategias que permitieron consolidar la memoria colectiva y vecinal, la reanimación de las arquitecturas barriales y la intensificación de ese capital simbólico del que participan.
Esa sensibilidad nutrida de un acervo ancestral, reapropiada por generaciones de matanceros y cubanos a través de los flujos transculturales acaecidos en el suelo antillano, fue hecha re-emerger desde Ríos intermitentes. Podía palparse en piezas como Paisaje postindustrial (2022), de Ramón Pacheco Salazar. Allí el ensayo fotográfico capturaba las zonas vacías y en declinación de la localidad. La desolación y el abandono de los parajes se convertían en protagonistas de una narrativa que descubría la preocupación por las lógicas extractivistas y cosificadoras, aquellas que permiten el desgaste de las fuentes originarias de la vida.
Vista de instalación, Olu Oguibe, Torben Giehler, Elizabeth Gracia Awalt, 2019. Cortesía Amor Díaz Campos.
En la segunda experiencia de Ríos intermitentes, Jorge Yunior Gutiérrez operó una metamorfosis de objetos de consumo industrial en la fábrica donde habían estado emplazados en el 2019 los minimalistas y peculiares entes objetuales del artista nigeriano Olu Oguibe. La hiperrealidad que cobraron recipientes de gas licuado, habitualmente utilizados en las casas cubanas para cocinar, tornó sus materias residuales en signos disruptivos. La inserción de los objetos con sus aspectos originales, cual objet trouvés (objetos encontrados) redistribuidos en un nuevo lenguaje, los incorporaba a otros grados de significatividad, así como provocaba la reflexión crítica sobre la lógica desechable por la que han sido convertidos en elementos de uso.
Obras desde donde cristalizaron planteamientos inclusivos y cuestionadores fueron hechas converger como si fueran Ríos intermitentes. El proyecto en sus dos ediciones ha empoderado a la ciudad, a sus creadores y los ha colocado en el mapa de experiencias afirmativas de tradiciones culturales desde las cuales se hace posible reimaginar espacios de vida.
Elizabeth Pozo Rubio es graduada de Historia del Arte por la Universidad de la Habana. Escribe e investiga sobre arte cubano. Actualmente cursa la Maestría en Estudios Culturales de América Latina de la Universidad de Buenos Aires.
Traducción: Nicolás Gelormini