Cédric Vincent escribe sobre la importancia de recordar los acontecimientos panafricanos.
Simposio durante el Festival de Artes Negras, Dakar, 1966. Cortesía del proyecto de investigación Panafest Archive.
En África, la independencia dio lugar a la proliferación de festivales de arte y cultura, simposios, y encuentros musicales y, posteriormente, de cine. Esa escena emergente tuvo el sello permanente de diversos eventos realizados en varios países. Especialmente cuatro constituyeron fenómenos radicalmente nuevos para su época y merecen especial atención:
Los cuatro festivales siguieron un modelo similar. Recibieron delegaciones de todo el mundo y tuvieron decenas de miles de visitantes. Crearon encuentros entre música y bellas artes, teatro y cine, danza y literatura, y en un caso hasta se incluyó uno de los eventos deportivos más ambiciosos que se haya organizado en el continente. Hubo gran cantidad de paneles y mesas redondas. Se agregaron al trazado urbano grandes avenidas y se construyeron edificios imponentes (como el Dynamic Museum de Dakar y el Teatro Nacional de Lagos). Incluso se levantaron barrios enteros (por ejemplo, Festac Town de Lagos) y se modificó profundamente así la estructura de las ciudades anfitrionas. Los presupuestos de los festivales fueron descomunales y la estructura financiera, compleja.
Los festivales de Dakar, Argel, Kinshasa y Lagos dejaron su marca en el paisaje cultural panafricano, en el continente al norte y al sur del Sahara, e incluso más allá, inspirando a personas en los Estados Unidos, América Latina, el Caribe y las islas del Océano Índico. Curiosamente, sin embargo, no han concitado mucha atención entre los académicos y hasta la fecha nunca han sido objeto de un estudio colectivo. Este es un descuido crucial que prácticamente condenó al olvido todo un capítulo de la historia cultural y política del período poscolonial. El equipo del proyecto de investigación Panafest Archive (EHESS-CNRS, París) está trabajando para llenar ese vacío.
Como se dijo arriba, los grandes eventos de que hablamos tuvieron impacto global y continuaron siendo recordados como símbolos de una Edad de Oro. Deben ese recuerdo ante todo a su carácter político. Sería inexacto pensar que esos cuatros festivales fueron “meros” eventos culturales y artísticos. Verdaderos nodos centrales de una red de relaciones y representaciones, se ubicaban en el corazón de movimientos que tuvieron efectos globales mundiales en los estados-nación y en un incipiente imaginario político. Como espacios de coordinación y mediación entre creadores artísticos y decisores por un lado y públicos ampliamente heterogéneos por otro, funcionaron como cajas de resonancia para la difusión de ideas que antes habían estado limitadas a la élite. Vitrinas de los estados organizadores y participantes, sirvieron como antecámaras diplomáticas –a través de la obra de los artistas– para abordar diferentes problemas en diversos niveles: entre las jóvenes naciones africanas, entre el África del Norte, de cultura árabe, y el África subsahariana, entre países independientes y movimientos de liberación en las colonias remanentes y los regímenes de apartheid, entre las Américas y África, entre antiguas metrópolis y antiguas colonias, entre organizaciones internacionales y estructuras de colaboración bilateral.
Periódico The Black Panther, 1969. Cortesía del proyecto de investigación Panafest Archive.
Verdaderos nodos centrales de una red de relaciones y representaciones, los festivales se ubicaban en el corazón de movimientos que tuvieron efectos globales mundiales en los estados-nación y en un incipiente imaginario político.
Más allá de las rivalidades ideológicas (sobre todo en torno al concepto de Négritude) entre los eventos, rivalidad que contribuyó a delinear sus contornos, corresponde pensar los festivales de Dakar Argel, Kinshasa y Lagos como una apertura colectiva de un espacio de intercambio y encuentro. Los artistas y los operadores culturales de las delegaciones se encontraron, se conocieron e intercambiaron ideas. Es importante que se establezca un lazo entre ellos a fin de que se transmitan (esto es, se reciclen) ideas, prácticas e imágenes y circulen las personas, los objetos y los símbolos.
Una corriente de memoria ha tomado forma en diferentes clases de eventos artísticos a través del redescubrimiento y la reutilización de producciones intelectuales y artísticas vinculadas a los agitados años de la lucha anticolonial y de conquista de la independencia. La afinidad de estos eventos por la conmemoración ya se ha puesto de manifiesto a través de referencias explícitas a los festivales históricos, especialmente a través de los aniversarios de independencia. El Segundo Festival Panafricano, por ejemplo, se realizó en Argel en julio de 2009. Después, en 2010, y no sin dificultades, el tercer Festival Mundial de Artes Negras se organizó en Dakar. El tema fue Renacimiento Africano, una expresión acuñada por el expresidente de Sudáfrica Thabo Mbeki con la intención de redefinir la imagen internacional del continente. Anteriormente, los diferentes organizadores de la Bienal de Dakar habían hecho repetidas referencias al festival de 1966 para elevar el perfil del propio evento. Por último, en Sudáfrica, un proyecto que se frustró intentó hacer resucitar el FESTAC a fines de la década de 1990 después del abandono que sufrió la Bienal de Johannesburgo. Todos esos proyectos demostraron hasta qué punto el recuerdo de los festivales históricos influyó en el mundo del arte y la cultura en África.
Al mismo tiempo, las referencias a los festivales de los años 1960 y 1970 a menudo son estereotipadas considerando esos eventos puntos de partida canónicos y a la vez pioneros. Las imágenes y discursos producidos se inspiran en las mismas fuentes (catálogos, libros conmemorativos, etc.). Ahora bien, en los casos en que los estereotipos podrían rebatirse, la escasez de documentos lleva a una especie de nostalgia desmemoriada. Vale la pena señalar que, por lo general, esos festivales no conservan buenos registros de la propia historia y tienden a descuidar los archivos. Puede que esto dificulte el trabajo del historiador, pero tiene la ventaja de que la historia no está recubierta por el artificio de la memoria institucionalizada.
Cédric Vincent es antropólogo y posdoctorando en el Centre Anthropologie de l’écriture (EHESS-Paris), donde codirige el Archivo de Festivales Panafricanos, programa apoyado por la Fondation de France.
Translation: Nicolás Gelormini
Note: Este texto se publicó por primera vez en C&, el 19 de octubre de 2014.