Mujeres radicales en el arte latinoamericano

Unidas por un hilo

Exhibiciones recientes en Los Ángeles presentaron obras de notables artistas latinoamericanas. Cada una a su manera estableció pautas para observar, construir y representar la identidad femenina en contextos políticos a menudo hostiles.

Tal vez porque soy una mujer de primera generación británica, origen caribeño, y vivo en California, siento la necesidad de concentrar mi perspectiva en la noción de cuerpo y hogar. El modo en que la artista italiano-brasileña Anna Maria Maiolino (1942) crea y construye un diálogo en torno al cuerpo es cautivador y a la vez inquietante: las gigantes extrusiones de arcilla sin cocer (Hic et nunc, de la serie Terras Modeladas, 2017) que nos sumergen en sus subjetividades, el discurso que crea alrededor de las realidades internas/externas de nuestros cuerpos (Glu Glu Glu, 1967) y lo privado y lo público (Linha solta [Línea suelta], 1975). Maiolino usa ese elemento binario como herramienta para destacar el modo en que se celebra lo visible y se deshonra lo oculto.

Ahora bien, en la muestra hay muchas obras (por ejemplo, Por um fio [Por un hilo], 1976) que adoptan únicamente la perspectiva femenina, sin ninguna operación binaria. Helen Molesworth, antigua jefa de curadores del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, comenta: “Lo que hace Anna es preguntar qué pasa si lo binario no es el problema, qué pasa si el problema es la representación de lo binario. Maiolino no trabaja con estructuras binarias en un plano psicológico o intelectual o formal; se limita a trabajar con fondo/primer plano sin privilegiar ninguno de los dos.

Una clave de acceso al fondo de Maiolino es su nacimiento en Italia y su traslado a Venezuela y Brasil con su familia cuando era una niña. De este modo, el lenguaje, la pertenencia y la identidad son centrales en su trabajo. La muestra incluye muchas obras que involucran a la artista usando su boca como medio para evocar el lenguaje-la lengua materna (Por um fio, 1976), el silencio (É o que sobra [Es lo que sobra], 1974) y la canibalización cultural y lingüística (el film Super-8, In-out Antropofagia, 1973). En los autorretratos y en las obras de video hay una referencia al lenguaje y a las limitaciones impuestas a la posibilidad de las mujeres para expresarse, a eso que ella llama su “libertad poética”.

Un tema recurrente en toda la muestra Mujeres Radicales del museo Hammer es el modo en que nuestros cuerpos se relacionan con el ambiente y se integran a él –Maiolino lo refiere a una “relatividad espacial”–. La manera en que algunas artistas incorporan lo doméstico –sea desde el punto de vista de la madre, el niño o la criada– o la naturaleza repetitiva del “trabajo femenino” puede verse, por ejemplo, en la serie de Sandra Eleta La servidumbre (1978-8), en Marcia Schvartz, (Doña Concha, 1981) y en Leticia Parente (Tarefa 1, [Tarea 1], 1982).

Muchas artistas revisitan la idea de lo doméstico. No es infrecuente que el “hogar” aparezca como un lugar de contradicción: un espacio en el que una debería sentirse segura y cómoda pero, a la vez, donde el estado tiene la autoridad de invadir, abusar y reificar conceptos de poder mediante distinciones tradicionales de género, cultura y clase sosteniendo identidades machistas. Esta contradicción la abordan Paz Errázuriz en una serie (La manzana de Adán, 1982-90), Graciela Iturbide (Magnolia, 1986) y Kati Horna (Oda a la necrofilia, 1962) creando escenas nada familiares en ambientes domésticos.

El hogar también es el fundamento de un área de trabajo y en este punto la muestra ofrece un interesante juego entre lo alto y lo bajo. Artistas como Marta Palau (Llerda V, 1973), Leticia Parente (Marca Registrada, 1975) y Catalina Parra (Cicatriz, 1977) elevan la tarea de los oficios tradicionales de tejido, costura, etc. usando sus técnicas y su materialidad de un modo que resulta crítico de lo doméstico y lo paternal.

En ambas exposiciones, hay una expresión discreta, pero en ocasiones franca, de una posición política antigubernamental y cierto despliegue sutil y al mismo tiempo visceral de la emoción. Y algo más: un lenguaje que, para nosotros en cuanto espectadores, trasciende las categorías de español, portugués, italiano o inglés (y de las muchas lenguas indígenas de Latinoamérica), un lenguaje en el cual entendemos que nuestros cuerpos y nuestra sexualidad han sido definidos por una estructura de poder blanca, rica y paternalista. En las obras hay una recuperación del cuerpo y la voz, una celebración de lo erótico, de lo abyecto y del espacio, lo que Giunta sagazmente describe como un movimiento del “ojo exterior” al “ojo interior”.

Los catálogos de las muestras:

Anna Maria Maiolino, Molesworth y Barcena, Delmonico/Prestel, 2017.
Radical Women, Latin American Art: 1960-1985, Delmonico/Prestel, Hammer, 2017.

Nan Collymore escribe, programa eventos de arte y crea adornos de bronce en Berkeley, California. Nacida en Londres, vive en Estados Unidos desde 2006.

Traducido del inglés por Nicolás Gelormini

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