Entrenado desde chico por un familiar para ser el “nombrador de plantas”, Abel Rodríguez usa sus obras como un modo de traducir subjetividades del ecosistema amazónico. Sus ilustraciones muestran el proceso vital de la selva y, al mismo tiempo, el proceso de su muerte.
Abel Rodriguez, Terraza Alta II, 2018. Cortesía del artista
La historia de la práctica de Abel Rodríguez, un artista indígena nonuya nacido en el Amazonas colombiano y que ha ganado reconocimiento en el circuito internacional del arte, puede contarse de modos contrastantes. Por un lado, sus dibujos son una valiosa fuente para los estudios botánicos de la flora amazónica, que viene siendo diezmada desde hace décadas. Sus ilustraciones muestran detalladamente los procesos de cambio en la vida de la selva después de un desbordamiento (como en Ciclo anual del bosque de la vega, 2009–10) y mitos sobre el origen del mundo (como en Árbol de la vida y de la abundancia, 2012). La flora a menudo se retrata en contacto con la fauna local, en alusión a su condición de alimento de los animales de la zona.
Por otro lado, es posible hablar de los dibujos de Rodríguez desde una perspectiva artística, y eso está ocurriendo bastante últimamente. Especialmente después de documenta 14, en 2007, su obra adquirió fuerte presencia en las exposiciones artísticas. También participó en la 34a Bienal de San Pablo en 2021 y en la 23a Bienal de Sidney en 2022. Además, Rodríguez es representado por Instituto de Visión, una de las galerías más importantes de Colombia.
Lo que conecta estas dos historias comienza en los ochenta con un encuentro entre Mogaje Guihu (el nombre original de Abel) y Carlos Rodríguez, un biólogo que dirigía la sección colombiana de la ONG holandesa Trobenpos, que estaba buscando guías locales para identificar plantas de la flora amazónica. Abel Rodríguez, entrenado desde chico por el tío para ser “nombrador de plantas” y “depositario de los saberes de la comunidad sobre las diferentes especies botánicas de la selva, su uso práctico y su importancia ritual” (según el texto de presentación de la 34a Bienal de San Pablo) fue recomendado como la persona ideal.
Abel Rodriguez. Cortesía del artista
Abel Rodríguez, entrenado desde chico por el tío para ser “nombrador de plantas” y “depositario de los saberes de la comunidad sobre las diferentes especies botánicas de la selva, su uso práctico y su importancia ritual”.
Entonces comenzó una relación que también determinaría la inserción de Abel en el mundo del arte. Carlos, cuyo apellido Rodríguez él adoptó al elegir su nombre occidental, lo animó a dibujar para mantener vivos los recuerdos. Este estímulo aumentó después de un proceso diaspórico traumático: en los noventa, Rodríguez tuvo que dejar su región natal para huir del conflicto armado que se había extendido en su país y estaba devastando los recursos naturales de la región. Desde entonces, Rodríguez vive con su familia en una zona suburbana de Bogotá, aunque mantiene el contacto con la selva.
Es difícil encontrar en otros artistas obras que, como las de Rodríguez, transmitan información precisa sobre un ecosistema dado y al mismo tiempo aporten consciencia a un público más amplio a través de su valor artístico. Incluso ejemplos muy conocidos en Occidente, que combinan valor científico con escritura literaria, se diferencian de la obra de Rodríguez en que son, a todas luces, acercamientos desde la perspectiva blanca.
Especialmente en la botánica, una ciencia que nació en conexión con el imaginario colonial, recientemente comenzó un importante debate sobre clasificaciones y nomenclaturas científicos o populares del reino vegetal que están cargadas con prejuicios raciales, patriarcales o religiosos (judía errante, costilla de Adán o shameless Maria [alegría del hogar, lit. María impúdica] son algunos ejemplos populares). Este debate, por ejemplo, fue la base para la muestra Botannica Tirannica (Botánica tiránica), que hizo el año pasado la artista e investigadora Giselle Beiguelman en el Museo Judío de San Pablo. Utilizando imágenes hechas con Inteligencia Artificial , creó nuevas combinatorias que cuestionan los estándares de la nomenclatura y generan, en palabras de la artista, una especie de “ecosistema de una ciencia ambulante, donde lo híbrido comienza a florecer”.
Es en este sentido que el papel de Abel Rodríguez como “nombrador de plantas” adquiere relevancia simbólica: él reclama un papel que se les ha quitado a los pueblos indígenas. Al mismo tiempo, la sola idea de una gran meta es algo que está fuera de su visión del mundo. En un documental dirigido por Fernando Arias en 2014, exhibido en una exposición en el BALTIC Centre for Contemporary Art en Reino Unido en 2020, el artista indígena dio la mejor respuesta cuando le preguntaron qué significaban sus dibujos para él?: “En fin, nada. Es simplemente una imagen que muestro.”
De modo similar, el escritor y activista Ailton Krenak reformula el conocidísimo pasaje bíblico sobre el origen del mundo en su reciente libro Futuro Ancestral (2022): “A la inversa, podríamos decir que en el comienzo era la hoja. Otras narrativas podrán decir que en el comienzo era el verbo.”
Si el reino vegetal tiene su propio vocabulario, podríamos decir que Abel Rodríguez no es más que un traductor de lo que quieren decir las plantas. Y a menudo las plantas no quieren decir nada.
Nathalia Lavigne es investigadora, periodista y curadora.
Traducción: Nicolás Gelormini