Nacido en un humilde barrio de Lima, y sabiendo qué significa poner un ladrillo tras otro en casa, y llevar un latón al hombro desde niño, en la escuela comenzó a desarrollar una sensación de desarraigo.Tras mudarse con su familia del barrio de Comas al barrio de Chorrillos, y acudir a una escuela fuera de su barrio, él y su familia “comenzaron a no estar ni en un lugar ni en otro”, como dice. “Era como estar en un limbo y lo que llenaba ese vacío era, para mí, el rap”. Tras abandonar la carrera de arquitectura, que había empezado por iniciativa de su padre, comenzó a pintar cada vez más, hasta obtener el reconocimiento de su comunidad. Pero fue en Chile, en el año 2002, que el nombre “Entes” cobró vida, y que cambió la visión del artista sobre el graffiti latinoamericano. “Decidí cambiar mi nombre a Entes”, dice, “ya que era lo que pintaba: entes, seres que iban tomando personalidad poco a poco, y que siguieron enfrentando, junto a mí, muchos retos sociales, como ser negro en una clase artística de gente blanca, como comenzar a experimentar las primeras discriminaciones en centros comerciales, en algunas discotecas. A veces, yo era detenido por la policía sin ninguna razón. Esas cosas me iban marcando”.
Escuchar a raperos afroestadounidenses como Dead Prez o Talib Kweli, leer a Malcom X, Martin Luther King e incluso oír los comunicados de las Panteras Negras y ver el arte desarrollado por Emory Douglas fue una fuente de inspiración esencial para el graffitero: “era como si el hip hop sirviera, como el movimiento de las Panteras Negras, para alimentar a las personas de cultura”, explica. Sin embargo, su “tercera raíz” peruana no se le escapa. A pesar de haber sido fiel seguidor del rap estadounidense, en el seno familiar se nutrió de otros ritmos: “En la casa de mi abuela era muy entretenido ver a todos mis tíos juntos, escuchando música criolla, bailando, conversando. Mi tío agarraba la guitarra y se ponía a cantar, mi primo agarraba el cajón y se ponía a tocar”.
Tras vivir una temporada en Manhattan, pintar en el Bronx y, en cierto modo, desmitificar muchos prejuicios que traía desde Lima, en 2006 empezó a estudiar en una escuela de arte y, poco a poco, a aceptar al “blanco”, a comprender la riqueza de trabajar juntos. Eso se reflejó en su arte: “Quise integrar esos dos mundos dentro de una pintura y decidí pintar estas personas. Dejaron de ser personas negras a ser miles de colores dentro de una persona, pues eso es lo que somos a final de cuentas”, dice Entes mientras la luz opaca de la panza de burro limeña –las nubes estacionadas en la ciudad que no dejan espacio al cielo azul– opaca todo a su alrededor.
Aunque las Panteras de Emory le apasionaron siempre, Entes sentía que algo faltaba, que necesitaba actualizar su representación: “De una forma u otra, siento que eso depende de mí. Siento que tengo el poder de llegar a construir esa gráfica”. Su graffiti no sólo recupera la raíz negra; incluye además las otras raíces que conforman un Perú multicultural.