En Perú, jóvenes artistas buscan sus raíces e intentan renovar la manera en que el país latinoamericano se ve a sí mismo.
Mural de Entes&Pésimo. Foto: Heriberto Paredes.
Mural de Entes&Pésimo. Foto: Entes&Pésimo.
“Me sentía como un negro de Nueva York atrapado en el Perú”. Con estas palabras, el graffitero Entes abre las puertas de su estudio, en Lima, para hablar sobre una de las cosas aún en construcción en el país latino: la afroperuanidad. Su trato cercano hace del limeño Joan Jiménez una persona con quien se puede conversar directamente; un artista que, tras cada lienzo y muro, realiza un proceso de autoanálisis, de búsqueda de la identidad y de una relación con una sociedad multicultural que no se concibe a sí misma como tal.
La historia de los afrodescendientes en el Perú, y en toda América Latina, es la historia de la población transafricana, la vida de personas que fueron traídas desde las costas africanas, hasta el ‘Nuevo Mundo’, como esclavos. Perdieron el rastro de su origen, pero no, sus ritos tradicionales, su historia y, por supuesto, los rasgos y el color que los conecta con el continente madre.
Si bien la población ‘negra’ o ‘mulata’ llegó a ser el grupo étnico más representativo de Lima, tras un largo periodo de silencio estadístico, hoy los afroperuanos solo representan alrededor del 2,5% de la población. Quizá esto explique su invisibilidad a nivel oficial a pesar del peso cultural que tienen. Los esclavos africanos fueron transportados hasta las regiones más importantes del litoral Pacífico, Lima entre ellas, y principalmente a la región de Chincha e Ica en lo que hoy es Perú. El carácter heterogéneo de Lima y la ambigüedad racial con la que siempre se ha convivido en el país, son dos elementos que dan razón al limbo en que se sienten algunos afroperuanos. ¿Qué sucedió para que un joven peruano, como Joan Jiménez, alias “Entes”, se sintiera como un joven extranjero atrapado en la realidad del Perú?
Desde los quince años, el bote de aerosol ha sido para Entes un instrumento que le ha permitido desarrollar sus inquietudes artísticas y producir murales como respuestas a su identidad. Sus padres, sin embargo, no vieron con buenos ojos que su hijo se dedicara a la pintura: “Como no les gustó mucho la idea de que yo fuera pintor, decidí trabajar un formato que no les permitiera entender lo que estaba haciendo… Mis padres nunca se dieron cuenta, pero escondía la bolsa con las latas de pintura bajo un árbol que estaba frente a la casa. Todos mis amigos sabían que la bolsa estaba ahí y quien la tocaba, ‘moría’. Sufría mucho para conseguir una lata”.
Nacido en un humilde barrio de Lima, y sabiendo qué significa poner un ladrillo tras otro en casa, y llevar un latón al hombro desde niño, en la escuela comenzó a desarrollar una sensación de desarraigo.Tras mudarse con su familia del barrio de Comas al barrio de Chorrillos, y acudir a una escuela fuera de su barrio, él y su familia “comenzaron a no estar ni en un lugar ni en otro”, como dice. “Era como estar en un limbo y lo que llenaba ese vacío era, para mí, el rap”. Tras abandonar la carrera de arquitectura, que había empezado por iniciativa de su padre, comenzó a pintar cada vez más, hasta obtener el reconocimiento de su comunidad. Pero fue en Chile, en el año 2002, que el nombre “Entes” cobró vida, y que cambió la visión del artista sobre el graffiti latinoamericano. “Decidí cambiar mi nombre a Entes”, dice, “ya que era lo que pintaba: entes, seres que iban tomando personalidad poco a poco, y que siguieron enfrentando, junto a mí, muchos retos sociales, como ser negro en una clase artística de gente blanca, como comenzar a experimentar las primeras discriminaciones en centros comerciales, en algunas discotecas. A veces, yo era detenido por la policía sin ninguna razón. Esas cosas me iban marcando”.
Escuchar a raperos afroestadounidenses como Dead Prez o Talib Kweli, leer a Malcom X, Martin Luther King e incluso oír los comunicados de las Panteras Negras y ver el arte desarrollado por Emory Douglas fue una fuente de inspiración esencial para el graffitero: “era como si el hip hop sirviera, como el movimiento de las Panteras Negras, para alimentar a las personas de cultura”, explica. Sin embargo, su “tercera raíz” peruana no se le escapa. A pesar de haber sido fiel seguidor del rap estadounidense, en el seno familiar se nutrió de otros ritmos: “En la casa de mi abuela era muy entretenido ver a todos mis tíos juntos, escuchando música criolla, bailando, conversando. Mi tío agarraba la guitarra y se ponía a cantar, mi primo agarraba el cajón y se ponía a tocar”.
Tras vivir una temporada en Manhattan, pintar en el Bronx y, en cierto modo, desmitificar muchos prejuicios que traía desde Lima, en 2006 empezó a estudiar en una escuela de arte y, poco a poco, a aceptar al “blanco”, a comprender la riqueza de trabajar juntos. Eso se reflejó en su arte: “Quise integrar esos dos mundos dentro de una pintura y decidí pintar estas personas. Dejaron de ser personas negras a ser miles de colores dentro de una persona, pues eso es lo que somos a final de cuentas”, dice Entes mientras la luz opaca de la panza de burro limeña –las nubes estacionadas en la ciudad que no dejan espacio al cielo azul– opaca todo a su alrededor.
Aunque las Panteras de Emory le apasionaron siempre, Entes sentía que algo faltaba, que necesitaba actualizar su representación: “De una forma u otra, siento que eso depende de mí. Siento que tengo el poder de llegar a construir esa gráfica”. Su graffiti no sólo recupera la raíz negra; incluye además las otras raíces que conforman un Perú multicultural.
No es casualidad encontrar en sus obras rostros mezclados: labios gruesos, tez morena, rostros de múltiples colores, ojos rasgados, todo en un mismo muro. “Entes&Pésimo” es la combinación de dos graffiteros. Pésimo es de descendencia japonesa, y el trabajo conjunto con Entes inventa, en cierta forma, una nueva raza. “En algunos lugares hemos pintados totems que son una cabeza tras otra; en otros, sólo hemos hecho una cabeza, el protector, el que nos ha llevado hasta aquí”, cuenta Entes. “Es un lado místico nuestro, y esta fusión de dos razas crea una tercera, que es una deidad”. En sus obras se puede apreciar la figura materna, hombres y mujeres con rasgos diversos y motivos festivos que hacen alusión a las diversas culturas que componen el Perú del siglo XXI.
Actualmente, Entes está inmerso en un proyecto sobre “neoindigenismo”. En él trata de romper el cliché del peruano de ayer para generar una imagen del Perú actualizada. Juega con las diferentes culturas y los paisajes que distinguen al país –como las cordilleras de los Andes–, y ubica a un personaje afro en una composición del siglo XIX, pero en el año 2017. “Entonces, la gente dice ‘pero ahí hay un chino, un negro y un mestizo’. Eso genera los cuentos que escucho en la música afroperuana. Este mix hizo que la peruanidad sea lo que es: que haya venido un chino y le haya puesto ese corte al ceviche, que haya venido un negro y haya cocinado el corazón de la vaca y lo llamara anticucho, que exista un Cristo morado, un Cristo negro, que es el Señor de los Milagros y deidad de todos los negros de aquí –y no solo de los negros– todo eso genera la peruanidad de hoy” explica.
Entes&Pésimo realizaron su primera exposición en 2004. También participaron con un graffiti en el videoclip de la canción “Latinoamérica”, del famoso grupo Calle 13. A raíz de este trabajo surgió el festival Latido Americano, que quiere reunir a graffiteros y muralistas latinoamericanos. Latinoamérica, dice Entes, significa compartir problemas en común; compartir, de hecho, la “tercera raíz” y la constante búsqueda de la identidad. “Y creo”, dice, “que juntos podemos encontrarla”.
Sonia Håkansson es una periodista, fotógrafa y cineasta española. Heriberto Paredes es un periodista y fotógrafo mexicano. Ambos informan sobre historias de resistencia.